Adictos al Juego

 Lic. Hugo Funes
Red Asistencial de Buenos Aires*

El juego es un espacio de creación que tiene reglas. No vale todo. Es entrar en un mundo de fantasías compartidas con otros. Está más vinculado con la niñez y la adolescencia. En la edad adulta se juega a través del deporte, expresado como factor de cultura y fuente de placer.
Pero las diferencias son importantes cuando se introduce el azar.
En el juego adictivo se pierde la libertad. El jugador juega en el juego la repetición destructiva. Jugadores que son juguetes, que no se entregan al juego, sino que se pierden en él. Entran en un círculo fatal, si gana quiere volver, si pierde también porque quiere recuperar lo perdido, y así recomienza el circuito.
La excitación, la adrenalina, signos de una fuerza difícil de sustituir, que no se parece en nada al placer, y que es de una tensión incomparable, que no se puede vencer con la voluntad.
El jugador muchas veces ha vivido situaciones de perdida importantes: de trabajo, de pareja, etc., pero también olvidan lo perdido. Entrando en la escena del juego garantizándose perdidas permanentes. Se pierde dinero, la confianza de los otros, los amigos, la familia, la valoración de sí mismo y el sentido de las cosas.
No puede parar de provocarse daño, ya que sabe que seguir jugando lo conduce a seguir perdiendo. Como todo adicto no habla, actúa. Convertirse en adicto no tiene que ver con la cantidad de dinero apostado, sino con la forma de adherirse al juego.
Para diferenciar entre un jugador social y un jugador adicto se debe establecer una diferencia entre placer y goce. El goce no proporciona placer, es antinómico con el bienestar y podría estar más cerca del dolor. Más cerca de Tánatos, de la pulsión de muerte. Va llevando al aparato psíquico a experimentar un creciente malestar. El placer busca el equilibrio.
El jugador adicto no siente placer en casi ningún aspecto de su vida, no disfruta. Tiene pensamientos culpabilizantes.
Una de las características es que en su actividad predomina lo solitario. El juego no es algo que el adicto desee compartir, como si lo hace el jugador social.
Pero es importante entender que el jugador adicto no juega porque quiere sino porque no puede dejar de hacerlo.
Y cuando se le activa su adicción no la pasa bien, no se entretiene, más bien sufre. Pero se mantiene algo, no piensa. O sea, mientras actúa no puede pensar.
El jugador que se divierte es aquel que destina un dinero a perderlo. El jugador social paga por divertirse. El jugador adicto reniega de pagar el precio, no quiere perder nada ni renunciar a nada. En definitiva no renuncia a la omnipotencia infantil. Y para poder jugar como necesita hace falta mucho tiempo. Que es otra cosa que pierde el jugador, la noción del tiempo.
El manejo del dinero se afecta porque deja de aportar a la familia. Estos no detectan rápidamente el problema debido a las continuas mentiras. Pero si podría detectarlo por sus cambios de ánimo que pasa de la euforia, viajes y compras, a la depresión por las deudas.
Un tratamiento podría comenzar desde los familiares. La máxima expectativa seria la abstinencia y lo que podría favorecer a sostenerla es el control del dinero por parte de un responsable de la familia.
El jugador adicto es un impulsivo, busca la satisfacción, pero en ese desborde se termina autodestruyendo. No busca ganar aunque lo diga, sino jugar. El jugador no soporta la espera, no se compromete con los otros, generando el borra miento del lazo social. Se aísla, se compromete con el azar, con lo mágico, con un mundo de fantasías y se va quedando solo.
Un jugador adicto engaña al otro para engañarse, quiere transformarse en un jugador social, lo que siempre falla.

*Red Asistencial de Buenos Aires. Tel.: 4382 4734 / 4382 2280

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