Cultura, resistencia y alegría

por Asamblea Parque Lezama

Empezó la primavera. El Parque Lezama florece, pero no en el verde de sus árboles bastante maltratados aun por la falta de riego y la larga obra de 11 meses a la que fueron expuestos. La obra, para llegar a la denominada “puesta en valor” del Parque, se llevó muchos millones pero no dejó siquiera un sistema de regadío efectivo, como estaba contemplado en los presupuestos. Los que caminamos diariamente por el Parque vemos cómo los suelos, que debieron ser removidos para airearlos y sembrar pasto nuevo, son un bodoque de tierra aplastada, en muchas zonas inundado con la excusa de que el pasto crezca y la gente no lo transite. Parece que la idea es esa. Parece que los diseñadores quieren un Parque sin gente que lo transite; quizá como un día le cambiaron el nombre en el cartel de obra por Paseo Parque Lezama, pensaron que era suficiente para que cambiemos nuestros hábitos y hagamos del Parque un lugar de paso únicamente. Pero no, el Parque sigue siendo el patio de nuestras casas, el lugar donde se amplían los horizontes, donde podemos disfrutar más allá del 3×3 de nuestras habitaciones, donde retomamos el contacto con la tierra, con la naturaleza; y para eso hay que usarlo, sabido es, que el contacto no puede darse sólo mirando.
Así como sabido es que lo hecho hay que mantenerlo, pues los usos diarios deben estar contemplados a lo largo del tiempo. Un lugar como el Lezama no sólo tiene gente que transita el parque, sino también en el anfiteatro. El anfiteatro es un espacio público, abierto, que puede albergar hasta 5 mil personas, que se recuperó como lugar de reunión durante la vuelta a la democracia. Y desde entonces se usa así, como punto de encuentro, de reunión social, de organización barrial. Usos que también los diseñadores intentaron cambiar, pero nuestras prácticas están tan arraigadas como los árboles de este Parque.
Seguimos ocupando el espacio público, seguimos compartiendo actividades, convencidos de que en el encuentro y en el conocernos está la diferencia. Cuando nos identificamos con un lugar y lo sentimos nuestro, naturalmente cuidamos y respetamos ese espacio, que en este caso es público y compartido. Por eso el desafío es grande, debemos aprender a escucharnos y convivir, hacer de este un lugar para muchos, inclusivo y no exclusivo.
Seguimos bregando por un plan de manejo participativo y seguimos estando ahí, igual que siempre. Florecen las actividades y nos encanta. El Parque es de todos. El 10,11 y 12 de octubre hubo: un Encuentro de Revistas Culturales Independientes, organizado por AReCIA; un Festejo Contrafestejo; y una gran peña a cielo abierto de trabajadores de la cultura.
Ocupar nuestros espacios, resistiendo con arte y alegría en un Parque libre sin rejas.

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