El Bicentenario en América Latina.

Doscientos Años de Lucha Por el Poder

Por Liliana Costante

La Revolución de Mayo de 1810 en Buenos Aires y el Grito de Dolores en México, sucedido en septiembre de 1810, fueron gestas de ruptura con el orden colonial que ya tenían antecedentes. El golpe militar criollo en Chile (1808), la Junta Criolla en Alto Perú (1809), la revuelta mestiza en La Paz (1809). Estas revoluciones alcanzaron su cometido, mostraron capacidad de autogobierno, pero fueron sofocadas -armas mediante- por las oligarquías terratenientes y mercantiles, vencedoras al final en esas luchas por el poder que venían desarrollándose desde hace tiempo atrás.

En 1810, la invasión napoleónica de Andalucía y la caída de la Casa Real propiciaron la ruptura con España. Hizo falta, además, la participación activa criolla que pretendía desplazar la centralidad hegemónica española. Lograda la ruptura, la construcción de los nuevos estados excluyó a los que no eran blancos ni católicos. Las nuevas elites criollas temían que las cosmovisiones opuestas a estas exclusiones pusieran en riesgo sus privilegios. De modo que la ficción del descubrimiento de América quedó anudada con otra ficción: la del crisol de razas coexistiendo en igualdad y libertad.

Tras la lucha exitosa contra el coloniaje, las elites criollas adoptaron -paradójicamente- la lógica del colonialismo hacia el interior de los territorios. Los grupos poblacionales, cuyas economías originarias y recursos naturales habían sido rapiñados por la Corona de España, fueron rapiñados después por la elite criolla. Que asumió el papel de amo hacia dentro, y de servil lacayo hacia fuera -respecto a Gran Bretaña y EE UU-.

América fue parte indispensable del sistema-mundo capitalista, y también razón instrumental para la dominación. Las elites criollas, las burguesías nacientes, las oligarquías territoriales, atropellaron a los grupos poblacionales subalternos, con el lema ilusorio del progreso para todos, para dominar y generar la propia acumulación.

Las Constituciones del período se basaron en modelos foráneos. El nuevo sistema hegemónico se montó sobre la desigualdad social y la exclusión de vastos sectores de la población -marginados a veces o exterminados otras-. Respecto al régimen colonial español hubo sólo un cambio: el del brazo ejecutor. Los nuevos grupos de poder se atribuyeron con la pluma y con la espada privilegios fundacionales en los territorios independizados. Las resistencias populares fueron implacablemente perseguidas.

En 200 años, Latinoamérica padeció el latrocinio y la expoliación, la aplicación de las técnicas de la Escuela de las Américas, de la doctrina de la seguridad nacional y del terrorismo de Estado -todo ello promovido y sostenido por EE UU-. Pero también mostró resistencias: el Plan de Operaciones de Mariano Moreno (1810), la ejemplar economía autónoma de Paraguay (1864) -destruida por la guerra de La Triple Alianza que instigó Inglaterra-, la Constitución de Querétaro en México (1917), la Revolución Cubana , la organización de movimientos sociales y políticos por la igualdad de derechos.

El Bicentenario encuentra a la región en procesos que, dentro de la institucionalidad, tienen por objeto concretar el cambio rotundo de un régimen socio-económico y político excluyente. En ese orden de ideas, la Argentina resulta un campo de batalla entre quienes sostienen el proyecto igualitario contenido en la norma constitucional y los que -desde el discurso reaccionario- intentan retroceder el reloj de la historia hacia un modelo agroexportador que los beneficia excluyentemente. Las luchas del Bicentenario se actualizan hoy en la presión social que genera decisiones políticas para concretar la igualdad real de oportunidades y trato de todos los habitantes.