El Cronopio mayor

 Por Elsa Maluenda

Un domingo de febrero de 1984 los cronopios nos quedamos solos. Estabas en París, era invierno y la cronopia Carol se había ido hacía poco más de un año. Dicen que los famas también se entristecieron, pero sólo para demostrar, como siempre, su sentido del deber y la corrección. Las esperanzas en cambio, ¡pobrecitas!, se desvanecieron.

Viniste a fines de noviembre a Buenos Aires para celebrar la democracia recuperada y todos los que te vieron y abrazaron por las calles de la ciudad, tu ciudad, quedaron estupefactos al enterarse que el presidente electo en las elecciones de octubre no te recibiría.

Parece que tu fervor militante, tu apoyo incondicional a la revolución cubana y a los sandinistas nicaragüenses era visto como inconveniente por algunos dirigentes políticos que a partir del ´76 sobrevivieron como pudieron.

Tampoco recibiste con agrado la llegada del peronismo en los años ´40 porque tu mirada de “pequeño burgués europeizante” -son tus palabras Julio- lo experimentó como una amenaza.

En una carta de septiembre de 1972 dirigida a Saul Sosnowski, director de la revista Hispamérica, para responder a los comentarios vertidos por David Viñas en una entrevista decís: “Yo no me vine a París para santificar nada, sino porque me ahogaba dentro de un peronismo que era incapaz de comprender en 1951”.

Tal vez no lo comprendiste nunca, pero eso ya no importa porque sos el mayor de los cronopios, que es como decir el hermano mayor. Un hombre que, como leí por allí, necesitó un cuerpo tan grande para contener su enorme humanidad.

Siempre te gustaron los intersticios, por ellos viajaba tu imaginación, en ellos te encontrabas a tus anchas, a través de ellos te conectabas con otras realidades. Las palabras que caían desde tu mente a la máquina de escribir siempre trataron de nombrar o capturar ese misterio que reside, creo, en que el lenguaje nos habita tanto como nos limita. Siempre saltaste esa frontera entre las palabras y las cosas para mostrarnos el absurdo inconmensurable en que vivimos y que transformamos, tantas veces como sea necesario, en agobiantes rutinas.

En tu mundo las billeteras están llenas de fósforos, la azucarera llena de dinero, el piano lleno de azúcar, la guía de teléfonos llena de música, el ropero lleno de abonados, los floreros llenos de sábanas, un hombre vomita conejitos, mientras otro amplía una fotografía infatigablemente buscando una pista, una clave, una llave, y otro tiende una escalera sobre el abismo entre dos ventanas para convertirla en puente.

No es necesario un manual de instrucciones para acercarse al juego que nos proponen tus textos, los pasadizos, los huecos, ese espacio entre las cosas más importante que las cosas mismas, nos invitan a entrar y a perdernos y a volvernos tan serios como los niños cuando juegan, como los niños cuando ríen.

 “Yo, desde muy niño, sentía que el humor era una de las formas con las cuales era posible hacerle frente a la realidad, a las realidades negativas sobre todo. Si cuando sucedía algo desagradable te defendías a base de humor, salías mejor parado que tu amigo o compañero que no disponía de esa arma, que no veía más que lo trágico”.

Te queremos tanto Julio que te recordamos ante cada rayuela dibujada en el piso y te imaginamos junto a Oliveira y La maga en el Pont des Arts, porque, como ellos, andamos sin buscarte pero sabemos que andamos para encontrarte.

Comentarios

  1. Elsa llega a los sentimientos lo que has escrito sobre Julio porque Cortazar dejo de ser Cortazar para ser nuestro Julio,con todas sus contradicciones, como todos nosotros pero con una sensibilidad especial.Gracias por este recordatorio que me recuerda la historia política de nuestro país al compás de mi propia historia.Ana Romei

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *