Ensayo de Orquesta

por Mariane Pécora

La cita es Humberto Primo 378, en un edificio de gruesas paredes con una maciza puerta a la que hay que arrastrar para abrirla. Adentro, cinco escalones angostos y empinados conducen a una pequeña recepción y a una deslumbrante galería de rojos ladrillos que se extiende alrededor de un gran patio soleado. Este predio, emplazado en el corazón de San Telmo, tiene una larga historia.

Su construcción fue encomendada a los Jesuitas en 1732 por iniciativa de Ignacio Bustillo de Zeballos, con el objetivo de convertirse en iglesia y escuela de primeras letras. En 1767, alojó a los jesuitas que esperaban ser deportados. Estuvo a cargo de la Junta de Temporalidades que lo destinó a depósito y cuartel. En 1795 los Bethlemitas trasladaron allí el hospital de hombres. Años después funcionó como “casa de meretrices y mujeres abandonadas”. En 1822 pasó a la jurisdicción del Estado y tuvo varios destinos: hospicio de enfermos mentales, penitenciaria, cárcel de mujeres, albergue de menores abandonados, entre otros usos. Hoy en día, funciona allí la Fundación Mercedes Sosa con el objetivo de transformarse en un centro cultural de la música popular latinoamericana.


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Pero volvamos a la cita. Clara Ackerman llega doblada por el volumen de un contrabajo que acaba de comprar. Carga también con una inmensa bolsa verde con sorpresas para sus alumnos. La veo subir trabajosamente los empinados escalones. Me recuerda a la canción de la cigarra de María Elena Walsh. Es esbelta, lleva el cabello largo y revuelto, tiene una mirada trasparente y una sonrisa que asoma tímida a flor de boca. Está feliz. Es feliz. Hace un año logró conformar la Orquesta Escuela Juvenil de San Telmo en la Fundación.
Entramos en un patio lleno de luz, enmarcado en columnas que sostienen una estrecha arcada donde cuelgan fotos de músicos latinoamericanos. En muchas, la “Negra Sosa” sonríe con la placidez de los grandes. No sé si Clara quiere ser grande, lo cierto es que comenzó a gestar este proyecto desde muy joven: ella cree que el arte puede salvar al hombre y lo pone en práctica. A los dieciocho años formó una orquesta infantil en un barrio periférico de Escobar, “la iniciativa fue exitosa porque logramos sacar a los chicos de la calle, de la violencia y darles una mirada distinta a sus vidas”, dice.

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Luego estudió Dirección de Orquesta “no con el objetivo de dirigir grandes orquestas, sino porque amo la docencia y pienso que este es el mejor camino para llegar a los niños”, señala. Continuó su cruzada en la iglesia San Ignacio Loyola. Pero, de un día para otro, se quedó sin espacio físico. Con una veintena de alumnos comenzó a deambular por el barrio. Le prestaron un salón en el Polideportivo Martina Céspedes, debajo de la autopista. No podían concentrarse por el ruido de los autos. Pasaron por restaurantes, bares, plazas… “El formato escuela no es solamente ensayar -relata Clara-, hay profesores, clases particulares, disciplina y nada de eso se puede improvisar”, y agrega: “Una noche, desesperada, me acerqué a la Fundación, me atendió Agustín Matus, nieto de Mercedes Sosa. Le expliqué el proyecto. Recuerdo que dijo: ‘música, educación, niños…’, y me dio la llave. Al día siguiente ya estábamos ensayando acá.

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Al poco tiempo comenzaron los conciertos abiertos a la comunidad. Un domingo al mes ofrecen un concierto en ese inmenso patio de sol. El número de alumnos comenzó a incrementarse, de 20 pasaron a cuarenta y este año ya hay 75 pibes y pibas participando en la orquesta.

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Dante, un chelista altísimo que acusa catorce años, relata: “¿Cómo llegué aquí?, un día vinimos con mis padres a ver un concierto, nos habíamos enterado por los volantes que reparten en la calle. Me gustó tanto que enseguida me anoté. Mis dos hermanitas, de once y nueve años también están aprendiendo violín”.
No hay requisitos restrictivos para los pibes y pibas que quieran formar parte del proyecto, quienes asisten elijen un instrumento: violín, chelo, viola, flauta traversa y clarinete. El programa prevé en su primera etapa clases individuales, luego ensayos parciales para finalmente incorporarse a la orquesta.
“El año pasado tuvimos que rebotar a muchos chicos porque no teníamos instrumentos suficientes. Este año, gracias un programa del Ministerio de Seguridad, logramos comprar violines, atriles y demás instrumentos. Estamos mejor equipados. Contamos con 10 docentes que cobran sueldo, no de la Fundación sino de lo que recauda la orquesta”, dice Clara.
En este punto vale advertir que la escuela es gratuita y de acceso libre. La orquesta se financia con donaciones y aportes voluntarios. La administración de los fondos se lleva a cabo a través de una asociación civil integrada por docentes y padres.

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Estamos ahora dentro del aula-escuela, hay violines prolijamente apilados, violas, atriles, una gran mesa, bancos y sillas por doquier. “Este espacio lo rehicimos entre padres y alumnos- dice Clara- la idea es que ellos también participen en este proceso”. Gracias a la intervención de los padres se consiguieron meriendas para los niños, subsidios y donaciones. “Eso tiene que ver con la solidaridad y el espíritu de grupo que queremos construir”, añade.
Le pregunto a Clara qué relación hay entre este proyecto y el de Claudio Espector, artífice de las orquestas infanto-juveniles de la Ciudad. Clara me responde que es prácticamente el mismo. “Ambos son una réplica del sistema de orquestas de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, creado por el músico José Antonio Abreu en 1975”.
Este programa, conocido como El Sistema, tiene como objetivo sistematizar la instrucción y la práctica colectiva e individual de la música a través de orquestas sinfónicas y coros, como instrumentos de organización social y desarrollo humano. Gustavo Dudamel, de tan sólo 34 años, formado en El Sistema, es hoy uno de los mejores directores orquestales del mundo. “Cuando se me ocurrió la idea de formar una orquesta infantil, no sabía de la existencia del Sistema. Al enterarme, entendí que no había inventado nada, pero supe que quería dedicarme a esto”, dice Clara con humildad.

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Se acerca la hora del ensayo. Lázaro es el primero en llegar, es moreno y lleva un aro gigante en la oreja derecha. Saluda con la amabilidad y timidez típica de los quince años. Su instrumento es el violín; asegura que leer una partitura es más fácil que entender la caligrafía de un médico. Cuando escuchó Vivaldi por primera vez, supo que quería hacer música, tenía once años.
Lorna, llega agitada. Lleva anteojos de sol tornasolados, calzas estampadas y una cartera animal print cruzada. Acusa nueve años y toca el violín desde los seis. Demián, tiene trece años, una página de YouTube que no se atreve a describir, toca el clarinete y participa hace cinco meses de la orquesta. Valentín tiene once años, el pelo larguísimo y practica el chelo desde hace un año. Tomás abre con cuidado el estuche de su violín, lo acaricia y ajusta el arco. Agatha es primeriza. Este será su primer ensayo luego de varios meses de haberse iniciado en la escuela, toca el violín y tiene trece años.

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Clara explica que los ensayos se dan en dos niveles. Primero los alumnos eligen el instrumento que más les gusta, luego con la ayuda de profesores empiezan a practicar, a leer partituras, a estudiar música, una vez que se familiarizaron con el instrumento. Empiezan los ensayos de los primerizos, que son los sábados. Los más avanzados ensayan los lunes. Hoy es lunes. Y los veo llegar, tomar con delicadeza su instrumento, acomodarse delante de los atriles: una fila de chelos, el contrabajo recién comprado, las violas y los violines. Atrás, se acomodan los vientos, Demián y su clarinete. Ensayan. Tocan nada menos que “Escualo”, de Astor Piazzolla. Una y otra vez, empiezan, cortan, reinician, se acomodan a los compases y los tiempos de cada uno. Clara danza con las manos, hace señas precisas, explica con los gestos. La felicidad reside en el sencillo acto de crear, me digo, y silenciosamente me retiro.

Fotos: Ariel Saeg

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Informes:
[email protected]
Cel: 15-6414 3686
Facebook/ Orquesta Escuela Juvenil de San Telmo.
Lunes partir de las 17 a 20 hs y sábados de 15 a 18 hs en la sede de la Fundación Mercedes Sosa, en la calle Humberto Primo 378

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La Escuela Orquesta Infanto Juvenil de San Telmo ha sido invitada a Villa La Angostura. El viaje está previsto para enero o febrero del próximo año. Cuentan con alojamiento y comida, pero no con los pasajes. Para recaudar fondos, el domingo 6 de septiembre a las 18, brindará un concierto en el Auditorio San Rafael de calle Ramallo 2606.

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Próximos conciertos en el patio de la Fundación: domingos 27 de septiembre, 18 de octubre y 8 de noviembre.
Horario de 14 a 19.
Entrada libre y gratuita.

Comentarios

  1. Excelente programa , gracias a las personas que integran el programa y a su directora de orquesta……bendiciones…La música es la mejor droga…

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