Hace 437 años comenzaba Buenos Aires…

 

¿Cómo surgió esta Ciudad, qué ambiciones la determinaron? ¿Cómo vivían, qué deseos e intereses tenían los primeros porteños? ¿Cuáles eran sus dificultades, cómo intentaban resolverlas?. Periódico VAS ofrece un fragmento del capítulo I de LA OTRA HISTORIA DE BUENOS AIRES escrita por Gabriel Luna, que relata la llegada de Juan de Garay  hace 437 años…

Sábado 11 de junio de 1580 . Una pequeña flota navega el estuario del Plata. La carabela San Cristóbal, dos bergantines, y algunas balsas. Juan de Garay llega desde Asunción navegando por el Paraná y arreando ganado por la costa. Vienen con él setenta criollos, trece españoles, y ciento cuarenta indios. Traen más ganado que armas, más semillas que frailes, y herramientas de construcción y de labranza. La expedición fundadora ha salido hace casi dos meses de Asunción, va al paso de las vacas sansón arriadas por los indios y algunos criollos y españoles. Garay no tiene prisa, acodado en la proa de la San Cristóbal, ve a estribor una extensa planicie que el sol recorta sobre el río: la gran meseta de una legua de frente donde cabrían dos ciudades de Cádiz, según los pilotos de Don Pedro de Mendoza. Garay consulta la cartografía, acullá, dice, se persigna y ordena el rumbo hacia la gran meseta casi desolada, cubierta de pequeños arbustos, tunales y gramíneas onduladas por el viento, que sería después Buenos Aires.
Fondean lo más cerca de la orilla que pueden, tanteando con varas la profundidad del río. Después establecerán el puerto más al sur, en un sitio del río llamado El Pozo apto para el calado de las carabelas. Pero ahora desembarcan junto al centro de la meseta, que por su altitud, la amplitud de verde para el ganado y los sembradíos, es el mejor lugar para fundar la ciudad. Desembarcan los indios y los mestizos con las herramientas, los bártulos, los animales de corral. Desembarcan los criollos, soldados y colonos, con la pólvora y los equipajes. Desembarcan los españoles, oficiales y frailes, con las armas y la cruz. Y desembarca Juan de Garay con sus títulos de teniente de gobernador y capitán general del Río de la Plata.
No se registra la escena solemne de la fundación, habitual en los manuales de historia. Vemos indios desarmando una balsa, cortando arbustos, improvisando un corral para el ganado que llegará por la costa; vemos criollos levantando mástiles, acarreando enseres, desplegando lonas; soldados reconociendo el lugar, buscando peligros, rastros de querandíes, armando un perímetro con puestos de guardia cada cincuenta varas. Todo ocurre simultáneamente durante horas hasta que el movimiento se hace más lento, parece detenerse, la obra del día ha terminado.
¿Qué es lo que han hecho? ¿Cómo es la primera panorámica de este asentamiento prehistórico de nuestra ciudad?
Hay unas tiendas pálidas como veleros temblando en el viento y varias fogatas, algunas con calderos atendidos por mujeres, olor a guiso de pescado, hay lámparas y sombras dentro de las tiendas, un grupo de indios vigilado por un fraile haciendo un techo con arbustos, y más allá una línea marcada con antorchas, un guardia calentándose las manos, otro mirando el ocaso, y más allá un horizonte de tunas, una bandada de pájaros blancos sobre un crepúsculo violáceo, y más allá, pastizales, gramíneas, más tunas, arbustos, a veces ombúes, y más pastizales multiplicándose en una llanura sin fin, sin huella humana, como en un océano. La noche crece desde el río hacia la llanura. El asentamiento es como una mancha de luz en la inmensidad. Suena una campana, la primera que suena en este lugar, tal vez por un oficio religioso, tal vez sea un toque de queda, quizás sea el intento de acallar y disciplinar los ruidos de la noche desconocida, o el anhelo de conquistar un espacio imposible. (…)

Gabriel Luna

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