Iglesia y Dictadura

por Julieta Grosso

Las tensiones y contradicciones que atravesó la sociedad durante los años de la dictatura se reproducen a escala en el derrotero que visibiliza en esos años la Iglesia Católica, según da cuenta la socióloga María Soledad Catoggio en «Los desaparecidos de la iglesia», un ensayo que recorre un arco complejo de vínculos que va desde la complicidad hasta el rastreo de religiosos victimas de la represión estatal.

Diez años de investigación le insumió a la investigadora montar esta obra que intenta disolver la dialéctica entre una iglesia cómplice y otra mártir y en paralelo dialoga con los aportes que hizo a este campo el educador y abogado Emilio Mignone, el primero en documentar no solo la adhesión del clero al accionar de la cúpula militar sino también la desaparición intencional de documentos que prueban esta relación.
En «Los desaparecidos de la Iglesia» (Siglo XXI), Catoggio expone la maleabilidad identitaria que volvió posible la coexistencia de víctimas y victimarios en una misma institución: por un lado la implicación del capellán Christian Von Wernich -detenido en la actualidad por su participación en crímenes de lesa humanidad- y por el otro más de un centenar de sacerdotes e incluso obispos sospechosos de «subversión» que fueron víctimas de la represión estatal entre 1974 y 1983.
Catoggio, doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigadora del Conicet, inscribe al catolicismo como un forma de acción social y política más allá de los límites de la sacristía cuyo derrotero posibilita leer los vaivenes que atravesaron a la sociedad argentina durante los años de la dictadura.
«El libro no exculpa al catolicismo por su complicidad con el régimen militar ni tampoco lo victimiza -destaca la autora-. La idea es sondear cómo ha sido la dinámica de las relaciones entre la Iglesia y el gobierno de facto, que ha dejado como saldo los asesinatos de los curas tercermundistas y al mismo tiempo las condenas a personajes como el sacerdote Christian Von Wernich».
– ¿En qué medida el recorrido de la Iglesia en torno a la dictadura, que aglutina -como marcás parafraseando a Lacan- «la regla y la marginalidad, lo normal y lo patológico», funciona a escala y semejanza de lo que ocurrió en la trama social?
– La métafora es adrede para mostrar que esto no fue privativo de la iglesia católica. Ha sido demostrado por otros colegas en otros espacios sociales: fábrica, sindicato, escuela, hospital, empresa, etc. En los colegios católicos, por ejemplo, los servicios de inteligencia documentaban el pedido de las comisiones de padres de alumnos para que se investigue tal o cual docente. En otros campos, lo imbricado de estas lógicas ha sido evidenciado en el caso de ciertos dirigentes de SMATA en Mercedes Benz y Ford o en el Banco de Boston, entre otras.
El terrorismo de Estado propició en estos espacios rupturas verticales y horizontales que van desde la delación hasta la participación en la represión que fueron eficaces para resolver problemas gremiales, ascender en la carrera profesional o hacer negocios. En ese sentido, el libro toma una porción de la sociedad y es también una invitación a seguir profundizando en torno a estas lógicas en otros terrenos e instituciones.
–  ¿La disposición de los sacerdotes y otra figuras de la Iglesia a perder la vida fue equivalente a la de los militantes de agrupaciones revolucionarias?
–  Se pueden hacer al menos dos distinciones entre el colectivo de los sacerdotes y el de las organizaciones armadas. Los curas, por ser miembros de la Iglesia Católica, es decir una institución con poder social y un patrimonio propio, tení­an acceso a información, redes trasnacionales y recursos materiales y simbólicos que facilitaban la opción de salida del paí­s frente a la situación de amenaza para la vida. Esto era una caracterí­stica del conjunto por su sola condición de curas.
No era necesariamente así­ para los militantes de las organizaciones armadas o, en todo caso, era un privilegio de algunos, ya fuera por su posición jerárquica en la organización y/o por su posición social (de clase).
La otra distinción que menciono en el libro la aporta el mismo Mario Firmenich, cuando al caracterizar a Mugica, dice aquello de «recuerdo haberle oí­do decir a Carlos Mugica ‘yo estoy dispuesto a que me maten pero no a matar'». Esta encrucijada entre tomar las armas (matar) y morir es lo que los distingue y hace particular a los protagonistas de mi libro. Es el sufrimiento polí­tico y no la lucha armada el camino mayoritariamente adoptado por ellos.
– Explorás la resignificación tan crucial en esos años de la figura del mártir, que data de los primero siglos de la era cristiana ¿Perder la vida, o mejor dicho ignorar las opciones para salvarla, fue para muchos una parte indisoluble del compromiso y la misión?
–  Esa figura fue un recurso epocal, aprehendido en cí­rculos de sociabilidad compartida, que dio una pauta de homogeneidad a ese colectivo: les permitió dar sentido a la situación represiva, allí­ cuando las estrategias prácticas para hacer frente a la represión tení­an resultados heterogéneos. El horizonte «martirológico» estaba presente como idea anticipatoria en los discursos públicos de Angelelli, Ponce de León, Mugica, entre otros.
Este ideario sintetizaba una ascesis altruista, un trabajo activo de transformación del mundo (en la villa, el barrio, el poblado, la fábrica, la lucha armada, etc.) con una búsqueda de exploración mística. Es decir, un trabajo en pos de un saber o una verdad que conllevaba a la búsqueda de un estado o plenitud. En ese punto, sí­, en determinadas circunstancias esta concepción martirológica fue indisoluble de su forma -contestataria- de concebir y practicar el catolicismo.
– ¿Qué uno solo de los 600 condenados por crímenes de lesa humanidad pertenezca al clero habla de la protección que goza la institución o de que la complicidad de la Iglesia con la dictadura fue más aislada que orgánica?
–  Sin duda, la Iglesia Católica es una institución de poder que formó parte de la alianza de gobierno de la dictadura militar y tuvo distintos niveles de complicidad que van desde la legitimación religiosa hasta la participación en la maquinaria represiva. Ahora, que haya tan pocos condenados, creo que más que nada habla de cómo funcionó y funciona la justicia en nuestro país.
– ¿Qué configuraciones sociales específicas de la sociedad abonaron el terreno para que el catolicismo militante fuera decisivo en la política del siglo XX, funcionando incluso como una suerte de germen del peronismo, el movimiento político más original y persistente que ha dado la historia argentina?
– Por un lado, hay que situar esa emergencia en plena crisis del consenso liberal en el orden mundial que se anuncia con la primera Guerra Mundial (1914-1918), se exacerba con la Revolución Rusa (1917) y se cristaliza con la crisis de Wall Street (1929). La crisis dio lugar a nuevos protagonismos en el espacio político.
Por otro lado, en la Argentina, en particular, en la coyuntura crítica de los años treinta cuando se evidenciaban los límites del progreso liberal, estallaba la cuestión social. El problema político de cómo integrar las masas inmigrantes a la nación devenía entonces un problema de policía interna: cómo sostener el orden social. En ese contexto, el catolicismo capaz de dar una pauta de homogeneidad a la diversidad inmigrante reinante (proveniente en su mayoría de naciones católicas) y, a su vez, portador de un dispositivo institucional capaz de contenerlas estaba en condiciones de proyectarse en un pilar del deseado orden social.
Especialmente, tratándose de una forma particular del concebir el catolicismo, aquella «integral» que se volvió hegemónica en aquellos años, que renegaba de una forma privada de entender la religión (como culto) y la concebía como una forma de vida, orientada hacia lo social y comprometida con la política. Esta forma de pensar y practicar el catolicismo se convirtió en una matriz común que encontraría afinidades con diversos actores sociales y políticos, a menudo antagónicas. Con el peronismo concretó la ansiada llegada al Estado, experiencia de la cual, de modo paradójico, salió muy erosionado.

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