La Mujer en el Bicentenario

 

“La definición de discriminación incluye la violencia basada en el género, esto es: la violencia ejecutada directamente contra la mujer por ser mujer, o que afecta a la mujer desproporcionadamente».

Lydia Ramírez Guevara

por Liliana Costante

Hace 100 años se aprobaba por aclamación la creación del «Día Internacional de la Mujer». Fue durante el desarrollo de la «Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas», reunida en Copenhague (Dinamarca). Quien planteó el proyecto fue Clara Zetkin -reconocida militante del partido socialista alemán-. La fecha pretendía inscribir en la memoria colectiva a las 128 obreras textiles de la fábrica Cotton de Nueva York que un 8 de marzo, cuando reclamaban jornadas de 8 horas, descanso dominical e igual trabajo por igual salario, fueron quemadas vivas en un incendio provocado por su empleador. Otro 8 de marzo de 1857, había sucedido algo similar en la misma ciudad. La intención de instalar la fecha en el calendario internacional era homenajear e impulsar al movimiento de defensa de los derechos laborales, políticos, sociales, culturales y económicos de las mujeres. También en la hoguera -antigua sanción disciplinaria- fueron exterminadas miles de mujeres.

El lugar de inferioridad de la mujer es un producto histórico. Su exclusión tiene correlato en la construcción del poder, su ejercicio y sostenimiento. Lo femenino pasó por diferentes posicionamientos ideológicos y vertientes narrativas. Tal como sucede con otros órdenes o categorías, su contenido ha sido manipulado por la clase dominante de turno -lo que a veces ha llevado a disparates contra hegemónicos-. Así, algunas formas posmodernas para superar la inferioridad femenina no son nada más que la misma inferioridad ataviada con otro ropaje. Al igual que en el Carnaval, son disfraces. Pero a diferencia de esa festividad, quienes los ven o los usan pueden llegar a creer que son lo que aparentan.
La violencia contra la mujer -desde el varón, desde otra mujer, desde el modo de producción- adquiere múltiples rostros. Son las máscaras tras las cuales aquélla queda cautiva. Cuando se articulan en ella pobreza, maternidad, bajos ingresos, y se le suman su condición de migrante y de etnia, su destino estará signado por la humillación. Aún las mujeres con nivel profesional son estereotipos de «mujer secretaria, oficinista, sirvienta», son técnicas pero sin poder de decisión ni de mando. El hostigamiento sobre el cuerpo «necesario» o «debido» para no quedar discriminada, llevan a miles de jóvenes a aceptar tales condicionamientos sin enfrentarse a su situación de víctimas por causas primarias originadas en las relaciones de desigualdad real.
Y enfrentan esa desigualdad real, las antiguas y modernas «guerreras». Algunos nombres -al correr de la pluma- nos acercan a esta femineidad contra hegemónica de los últimos tiempos: Juana Azurduy, La Delfina, Bartolina Sisa y Gregoria Apaza -mujer y hermana, respectivamente, del caudillo indígena Túpac Catari-, Rosa Luxemburgo, Frida Kahlo, Madame Curie, Rigoberta Menchú, Lola Mora, Alicia Moreau de Justo, Isadora Duncan, Violeta Parra, Eva Perón, La Merello (en particular, cantando «Se dice de mí»), Las hermanas Mirabal -asesinadas por Trujillo-, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, de las que me permito recordar a Azucena Villaflor -cuyos restos hoy descansan en la parroquia de la Santa Cruz, de donde fuera secuestrada y posteriormente asesinada cuando comenzó su peregrinaje junto a otras mujeres en busca de sus hijos-, y las siempre queridas y presentes Norita Cortiñas y Mirta Baravalle… El listado de «guerreras» fluye entre conocidas y desconocidas: las que siguieron experimentando en la elaboración de medicamentos, las que estuvieron codo a codo con los hombres en las batallas, las que propiciaron el ingreso a entidades académicas cerradas, las sufragistas, las militantes políticas, las campesinas, las trabajadoras fabriles, las madres biológicas y no biológicas, y las docentes que -en condiciones adversas- enseñaron y enseñan, con el ejemplo, que es posible constituir relaciones «desenmarcadas» de los aparatos ideológicos del Estado.

Y, por supuesto, también están aquellos hombres maravillosamente indispensables que han acompañado a las «guerreras», que las han podido soñar, disfrutar, o hasta dedicarles un libro, como es el caso de Tzvetan Todorov. Este ensayista, historiador y filósofo, escribió a finales del siglo XX una obra en cuya primera hoja se lee: «Dedico este libro a la memoria de una mujer maya devorada por los perros». En la página siguiente, Todorov transcribe a Diego de Landa («Relación de las cosas de Yucatán»): «El capitán Alonso López de Ávila prendió una moza india, bien dispuesta y gentil mujer, andando en la guerra de Bacalar. Ésta prometió a su marido, temiendo que en la guerra no la matasen, no conocer otro hombre. Y no pudieron persuadirla, ella quiso quitarse la vida para no ser ensuciada por otro varón. Entonces la hicieron aperrear.» Para mayores datos explica: «La cacería de indios con perros, otro ‘descubrimiento’ de Colón, descansa en una observación: “que un perro vale contra los indios como diez hombres'».