La Otra Historia de Buenos Aires

por Gabriel Luna

Segundo Libro: 1636 – 1735
PARTE IX

1646 – 1647. Años de turbulencia. La turbulencia suele derrumbar los decorados, romper los hilos y los equilibrios precarios; mostrar la tramoya y el armado de la escena. La turbulencia política sacude fuerte la nave del régimen colonial rioplatense y arroja por la borda a distraídos e imprevisores. La turbulencia ocurre tras una explosión.
El orden político de la remota aldea Trinidad -haciendo honor a su nombre- se sostenía por tres mástiles: el gobernador, un representante del rey, con poder militar y de justicia; el cabildo, que representaba a la elite porteña, con atribuciones normativas y ejecutivas de índole civil y vecinal; y el obispo, representante de la Iglesia, una herramienta ideológica de la conquista, del sometimiento indígena y de la contención social.
Para evitar explosiones debía formarse entre estos personajes un equilibrio basado en acuerdos. Esto sucedía prácticamente cada seis años, cuando llegaba de España el nuevo gobernador designado por el rey; también sucedía cada muerte de obispo, cuando llegaba el reemplazo; y también, cuando cambiaban los personajes de la elite porteña. Entonces se tendían nuevas líneas entre los mástiles para hacer el equilibrio, sostener la lona de las velas o de la carpa, y la nave o el circo seguía con sus funciones. Estos cambios solían ser espaciados y solitarios; si llegaba, por ejemplo, un nuevo gobernador, las relaciones ya consolidadas entre la elite y el obispo facilitaban la transición.
Pero en 1646 las cosas no sucedieron así, hubo varios cambios simultáneos. El 15 de marzo muere Tapia de Vargas, personaje principal y gran negociador de la elite porteña. El 9 de junio asume la gobernación Jacinto de Lariz, hombre ambicioso y con brotes de locura, muy diferente de su antecesor Jerónimo Luis Cabrera. El 21 de agosto muere Pedro Sánchez Garzón, alcalde y personaje importante de la elite porteña. Y el 6 de octubre asume el nuevo obispo del Río de la Plata, Cristóbal de la Mancha y Velasco, un hombre vanidoso sin noción de sus límites. Esta mezcla ríspida, casi espontánea, de experiencia ausente y personalidades porfiadas produjo explosiones y turbulencias, como veremos a continuación.

Tras la llegada del nuevo gobernador, los dos primeros meses fueron calmos y según la costumbre. Lariz era maestre de campo, combatiente en Flandes, y caballero de la orden de Santiago, tal como eran casi todos los gobernadores llegados de España. Fue recibido con honores, fiesta de toros, juego de cañas. Juró el cargo poniendo la mano en su pecho sobre la cruz de Santiago. Presentó el título de gobernador el 26 de junio, los capitulares oyeron la lectura del título de pie y descubiertos, y cada uno de ellos besó el documento y lo colocó sobre su cabeza en señal de reverencia y sumisión, por ser letra y mandato del rey. Lariz mantuvo a Luis Aresti como teniente de gobernador, para facilitar la transición. Presidió un cabildo el 3 julio donde se trató, entre otros asuntos, la vuelta de los portugueses expulsados de la Aldea por la guerra entre Portugal y España. (1) Presidió dos cabildos más y luego, en agosto, las líneas tendidas con la elite porteña comenzaron a romperse. Lariz hablaba mal de los vecinos principales y espaciaba los cabildos. No surgían acuerdos, tampoco había grandes negociadores ni fuerza en la elite para contener a Lariz: Tapia de Vargas, muerto; Sánchez Garzón, moribundo; y Juan Vergara, el hombre más rico de la Aldea, regidor perpetuo del Cabildo, que había doblegado a varios gobernadores, tenía ahora 82 años -edad avanzadísima para la época-, estaba medio ciego, cansado, y padecía sordera. Las cosas empeoraron con la llegada del nuevo obispo. Cristóbal de la Mancha y Velasco traía sus propios e inflexibles planes. Dadas la circunstancia y las respectivas personalidades, la explosión entre el Obispo y el Gobernador se aproximaba.

Al principio, hubo choques por cuestiones formales o alteraciones litúrgicas: el Gobernador se negaba a portar un guión en una festividad, cuestionaba el orden de una procesión, impedía que los cabildantes llevaran el palio del sacramento, que fueran delante de él. Después, abandonó la iglesia durante un sermón, fue impuntual y hubo que atrasar las misas… Lariz menoscababa la jerarquía y autoridad del obispo Velasco. Y el Obispo, celoso de sus fueros, elevó un informe de lo que ocurría a la Audiencia de Charcas.
Las relaciones se agravaron durante 1647. Uno de los planes inflexibles del obispo Velasco consistía en fundar un seminario. La oportunidad ocurrió por la muerte de Sánchez Garzón, cuando éste dispuso en su testamento que, para la salvación de su alma, “fuera aplicado al socorro de los pobres lo producido por la venta de dos de sus casas”. Tras sopesar el legado, Velasco concluyó que el mejor auxilio de los pobres sería precisamente el seminario, de donde surgirían los curas para acercar los pobres a Dios. Decidió entonces fundar ese instituto en una de las casas -ubicada sobre la actual calle Defensa, cerca de la iglesia San Francisco- y aplicar lo producido por la otra en su mantenimiento (así consta en un auto firmado por el Obispo el 26 de enero de 1647). Y aquí fue donde se equivocó Velasco. Porque sin más trámite judicial, ni capitular, se abocó a la obra. No pidió autorización expresa del rey, con intervención del gobernador y el Cabildo, como era su obligación y lo que se requería para levantar en el reino escuelas, conventos, colegios, iglesias o seminarios. Hizo claro abuso de autoridad. Y el gobernador Lariz -ya enterado del informe en su contra elevado por el Obispo a la Audiencia de Charcas- se apareció en persona, agitado como un pez fuera del agua y furioso como un basilisco, blandiendo puñal y al frente de un tercio armado con venablos, para clausurar el flamante seminario. “Salgan de inmediato, o los sacaré a bofetadas y puñaladas”, gritó Lariz. “Y aunque allí estuviera el propio San Juan Bautista en hábito de dominico, de la misma manera lo sacaría”. No quedaron dudas de sus intenciones. Salieron varios curas rezando avemarías, entonces Lariz arrojó los muebles a la calle, rompió algunos, y dejó guardia para que no volvieran a entrarlos. Tal brote de locura exasperó al Obispo, quien ese mismo día -8 de julio de 1647- hizo un informe, entabló querella civil y criminal contra el Gobernador en el fuero eclesiástico y, no conforme aún, excomulgó a Lariz.

Había turbulencia. Malestar. ¿Pero cuáles eran esas líneas, esos acuerdos, que se tendían entre gobernadores, obispos y la elite porteña para hacer un equilibrio? Eran pactos secretos -que se ponían en evidencia por ausencia- sobre la participación metálica de estos personajes en los negocios ilegales y los fraudes a la Corona. (2) Estos pactos no ocurrían cuando el gobernador era honesto -caso de Hernandarias- o cuando el gobernador y el obispo eran demasiado altaneros y corruptos, y consideraba insuficiente su tajada -caso de Góngora y Aresti-. En ambos casos estallaba el conflicto.
Lariz percibía por su cargo un ingreso anual de 3000 ducados que equivalía a 4120 pesos, y además estaba excusado del pago de la media añata por haber servido al rey en la guerra de Cataluña. (3) Era una cifra importante, si consideramos que el portero del Cabildo ganaba 40 pesos por año, que una chácara de 4 leguas con ensenada valía 150 pesos, una vaca valía 2 pesos, y una casa de ladrillo, tejas, con salón y dos patios, 1100 pesos. Los cabildantes conocían el ingreso de Lariz y su privilegio -porque constaba en el título de gobernador que habían reverenciado- pero subestimaron la ambición de Lariz.
Una ambición tenaz. Excomulgado y peleado con la elite porteña, Jacinto de Lariz parte de Buenos Ayres el 2 de agosto de 1647, acompañado de químico, guía indígena, contador, escribano, y una tropa de cuarenta soldados para descubrir las legendarias minas de oro que los jesuitas estarían explotando secretamente en las misiones.

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1.La guerra fue impulsada por el duque de Braganza contra España en 1640 para lograr la independencia de Portugal -que se concretó recién en 1668-. Pero esta guerra, salvo algunas medidas iniciales de precaución, como las restricciones comerciales y la expulsión de los vecinos portugueses a más de veinte leguas de los puertos españoles, no tuvo repercusión en el Nuevo Mundo. De modo que en 1646 volvían a establecerse lazos comerciales y volvían los expulsados a los puertos.
2. Se han mostrado esta clase de cohechos en “La Otra Historia de Buenos Aires”, 1536-1635.
3. El impuesto de la media añata, que regía para la mayoría de los funcionarios, hubiera convertido el ingreso de Lariz en 2060 pesos.

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La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)

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Parte VII
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Parte VIII
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