La Otra Historia de Buenos Aires

 

Segundo Libro

PARTE XX A

por Gabriel Luna

El 28 de julio de 1663, José Martínez de Salazar llega desde España al Río de la Plata y asume de inmediato la Gobernación de Buenos Ayres. Se interrumpe así el mandato de Alonso de Mercado y Villacorta, que había sido previsto hasta 1666. La decisión, tomada el 16 de abril de 1662 en Madrid, se funda en dos sucesos sin conexión aparente. Los piratas que desde Jamaica asolan el Caribe y los calchaquíes que vuelven a rebelarse en Tucumán. Dos acciones separadas entre sí por miles de kilómetros pero aún dentro y en contra del Imperio. Los piratas, filibusteros y corsarios tienen anuencia y acuerdo de Londres para atacar puertos españoles no sólo en las Antillas sino también en los Mares del Sur. La selección de los objetivos se hará según la vulnerabilidad y el provecho. Y esto pone en riesgo a Buenos Ayres, que si bien tiene para los invasores el inconveniente de la distancia, su vulnerabilidad -según varios informes de espías- es harto mayor que la de Portobello, Panamá o La Habana. Pero además, y aquí está la conexión entre los dos sucesos, la rebelión calchaquí también aumenta la vulnerabilidad de Buenos Ayres, porque en caso de invasión se necesita el auxilio de las tropas de Corrientes y Tucumán, bloqueadas precisamente por los calchaquíes.

De modo que la Corona con sede en Madrid, tanto a miles de kilómetros de los piratas como de los calchaquíes, dispuso el 16 de abril de 1662 volver a nombrar gobernador de Tucumán al hombre más experimentado en estos asuntos, Alonso de Mercado y Villacorta, quien había puesto fin hacía dos años a la insurrección más peligrosa del Valle Calchaquí, que fue la organizada y conducida por el indígena de ficción Bohórquez o Borges, un pícaro andaluz que haciéndose pasar por descendiente de los antiguos incas sublevó a todas las tribus del Valle.[1] Al interrumpir el mandato de Alonso Mercado, la Corona busca un nuevo gobernador para Buenos Ayres, con experiencia militar e incorruptible, porque además debía ocupar el cargo de presidente de la Real Audiencia del Río de la Plata -una institución creada recientemente para evitar el contrabando-. El elegido es un hombre con amplios méritos militares en la guerra contra Portugal, que se había destacado en la defensa del puente de Lérida -donde también había peleado Alonso Mercado-, y en la administración de la Puebla de Sanabria y el castillo de Gonzaga. Se trata de José Martínez de Salazar, maestre de campo y caballero de Santiago, que iba a ser ascendido a general de artillería en el Caribe cuando, por cédula real del 23 de noviembre de 1662, se lo designa gobernador de Buenos Ayres.

Lo primero que hace Martínez Salazar, luego de asumir, pasar revista e inspeccionar la Aldea, es convocar una junta de notables donde explica con detalle la ofensiva inglesa desatada en el Caribe y define minucioso a los piratas, corsarios y filibusteros: los piratas son ladrones y asesinos, salvajes con barcos, paganos sin ley, como los demonios daneses que engendraron a los ingleses, dice; los corsarios son piratas a la orden de Inglaterra, Francia o Portugal; y los filibusteros son todos aquellos, marineros o no, que buscan sublevar los puertos españoles para menoscabo de la Corona. Traidores, dice, que también pueden ser piratas o corsarios. Hace silencio.

La junta está compuesta por: el general de artillería Francisco Meneses, gobernador de Chile; el capitán Juan Diez Andino, gobernador de Paraguay; el obispo Mancha y Velazco; el maestre de campo Pedro Montoya; el ex gobernador Baigorri que tras su mandato, caracterizado por un profuso contrabando, había decidido permanecer Buenos Ayres (primer gobernador en tomar esa determinación), tal vez para seguir amasando fortuna o tal vez para continuar sus amores otoñales y “blasfemos” protegido por el obispo Mancha;[2] también participan de la junta el fiscal de la Real Audiencia, Pedro de Rojas Luna; y el próximo gobernador de Tucumán, Alonso Mercado Villacorta, maestre de campo y compañero de armas de Martínez Salazar en Lérida.

Tras enumerar y ponderar peligros, Martínez Salazar dice que lo más urgente es reforzar las defensas en el Fuerte con foso y estacada, levantando murallas y baluartes con la tierra extraída del foso, y construir además otro fuerte en el sitio de San Sebastián -o sea, sobre las barrancas que miran hacia la actual Plaza Retiro-, de modo que -contando con el fuerte del Riachuelo y principal- la meseta quedara protegida por tres fuertes artillados y dos baterías móviles. Martínez Salazar también estima necesario reforzar la vigilancia desde el río y proyecta la construcción de seis lanchones -que finalmente serán tres- para recorrerlo día y noche. Y acuerda con su antecesor, Alonso Mercado, en mudar la iglesia y el colegio jesuita ubicados en el sector NE de la Plaza Mayor -actual Plaza de Mayo- porque serían un obstáculo para el fuego de artillería del Fuerte principal y una posición ventajosa para el enemigo, en el caso de producirse un asalto desde tierra o fuera sitiado el Fuerte.

Pero más allá de la junta, de las noticias del mundo, los análisis geopolíticos y las habilidades militares, Salazar sorprende a los vecinos y pobladores por su sensibilidad y aptitudes para el buen gobierno. Hay a su llegada tres navíos de registro en el puerto, son del capitán Ignacio Maleo. Salazar se reúne con Maleo, le ordena presentar memoria y razón de los mercaderes embarcados. Y hace con ellos cabildo y acuerdos para abrir tiendas públicas donde los vecinos y pobladores puedan comprar de primera mano lo que necesiten, antes de que las productos pasen a los intermediarios locales, “que suelen subir los precios en exceso aprovechando el acopio”, explica, “y esto contraviene la real intención de estos registros y permisos, que son en beneficio de los naturales de estas provincias, incluyendo a los pobres”. Además Salazar no olvida de que los navíos deben cargar a su regreso frutos del país (se exportaban sobre todo cueros) y provisiones para la tripulación; y en este caso también limita la intermediación de mercaderes y armadores para que el Cabildo fije precios y puedan beneficiarse de esa exportación y abasto todos los vecinos, “incluyendo a los pobres”. El conocimiento, la sensibilidad, el humanismo y buen juicio de este general de artillería imperial, en una época absolutista muy anterior a la Declaración de los Derechos del Hombre, asombra incluso a los historiadores.

¿Pero quiénes eran los pobres a los que hacía referencia Salazar? Eran los descendientes de los fundadores de Buenos Ayres que habían llegado con Garay. Eran los “beneméritos”, campesinos que sólo tenían como recurso los “frutos de la tierra” y en particular el comercio de cueros. Habían sido una elite hasta que fueron desplazados por una clase de mercaderes y armadores que se enriqueció gracias al contrabando de esclavos y plata peruana. Pero tampoco eran rigurosamente pobres. Y aunque fueran mucho más pobres que los mercaderes, puede pensarse que el gobernador Salazar los beneficia y apela a ellos no por solidaridad ni “Derechos del Hombre” sino para integrarlos a la milicia, porque forman parte de su estrategia de defensa.

(Continuará) 

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[1] Ver La Otra Historia de Buenos Aires, Segundo Libro, Parte XVIII, Periódico VAS Nº 71.

[2] Ver La Otra Historia de Buenos Aires, Segundo Libro, Parte XVI, Periódico VAS Nº 69.

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La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)

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Parte II (continuación)
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Parte III (continuación)
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