La Otra Historia de Buenos Aires

 Segundo Libro: 1636 – 1735
PARTE IV B

por Gabriel Luna 

No han querido oírle. No han aceptado el impuesto de las primicias para Dios. Han desamparado las parroquias. Han protegido y abrazado el pecado. Toda la Aldea resulta un puterío, solventado por el contrabando de esclavos negros. Las parroquias no tienen iglesias. Y ahora los cabildantes, los que no han querido oírle, le piden que se quede. ¡Los ricos cabildantes contrabandistas!, ¡los que viven en la lujuria y dejan a la diócesis en la pobreza!, le piden que no viaje a Charcas. Porque hay indios alzados en la Pampa y en el Bermejo, le dicen. Y también piden, le suplican, que levante la excomunión al Gobernador. ¿Por qué debería levantársela? Si el Gobernador no hace nada por componer las cosas… Y ellos insisten con los indios alzados, insisten para que se quede. No quieren que vaya a Charcas y denuncie de cuerpo presente este puterío en la Real Audiencia, no quieren que el virrey los castigue por sus grandes faltas, razona (tal vez confusamente) el obispo Cristóbal Aresti.

El 24 de julio de 1638, el obispo Aresti partió en carruaje cerrado y con escolta benedictina hacia el oeste, por la calle de la Catedral -una calle tranquila, primero de tierra y barro, luego desdibujada por pastizales y cruzada por ovejas de Castilla, que se convertiría tres siglos después en la populosa avenida Rivadavia-. Carruaje y escolta pasaron por una posta de carretas ubicada en los límites de la traza urbana de Garay -en la actual calle Libertad-. Y Aresti, aunque no lo sabía, dejó la aldea Trinidad y el puerto del Buen Ayre para siempre.

Había por cierto, indígenas calchaquíes rebeldes en Santa Fe -que no detuvieron ni perturbaron a Aresti- e indígenas caracaráes insumisos en Corrientes. El gobernador excomulgado Mendo de la Cueva, además de dar instrucción y pertrechos a los ejércitos misioneros para luchar contra los bandeirantes, enviaba soldados y pertrechos a Santa Fe. Allí, eran teniente de gobernador y maestre de campo los hermanos Bernabé y Cristóbal de Garay Saavedra, respectivamente, los nietos del fundador Garay. La tensión creció cuando los caracaráes sitiaron y despoblaron la reducción de Santa Lucía de Astos en territorio correntino. Entonces Mendo de la Cueva ordenó al maestre de campo Cristóbal Garay Saavedra que diera un gran escarmiento.

El 16 de octubre de 1638, partió de Santa Fe una columna compuesta por cien españoles y criollos y más de doscientos indios encomendados. La expedición llegó hasta la laguna de Iberá y atacó por sorpresa a los indígenas capezanes y caracaráes -que se habían aliado-. Esto consiguió proteger la aldea de Corrientes y asegurar la ruta hasta Santa Fe. Satisfecho, Mendo de la Cueva premió a los hermanos Garay con una donación de doce leguas de tierras a orillas del río Paraná.

Mientras tanto, en una fecha indeterminada entre octubre y diciembre de 1638, murió en la Villa Imperial de Potosí el obispo Aresti, que viajaba a Charcas para ampliar en persona sus denuncias epistolares ante la Real Audiencia.

Resulta curiosa la muerte inesperada de este personaje, ya sexagenario pero enérgico y con buena salud. Llama la atención que la muerte haya ocurrido precisamente en Potosí. Una ciudad donde la elite porteña, distanciada del Obispo por intereses, tiene grandes poderes e influencias.

La noticia llegó a Buenos Aires recién en febrero de 1639. El Cabildo, que no había aceptado el impuesto de las primicias propuesto por Aresti para levantar tres iglesias en sendas parroquias, ya había ordenado un impuesto al comercio para restaurar la sala capitular, construir calzadas frente a las casas, ampliar el matadero de la Aldea.[1] Y el 3 de marzo, los cabildantes hicieron una petición al vicario del obispo Aresti y provisor de la diócesis, el licenciado Gabriel Peralta, para que levantara definitivamente la excomunión del Gobernador.

Liberado de la carga satánica que le había colgado el Obispo, Mendo de la Cueva puede gobernar con todas sus atribuciones. Participa en la formación de los ejércitos jesuitas en el norte, que lucharán contra los bandeirantes, y sigue con atención una nueva rebelión de los calchaquíes en Santa Fe. El 1º de abril, se entera de la recuperación de Pernambuco porque llegan desde allí cuatro buques españoles al puerto del Buen Ayre en busca de provisiones. Mendo de la Cueva sospecha que los holandeses echados de Pernambuco podrían tomar otro puerto y fortalece las defensas costeras. Pone más vigías, distribuye mosquetes y municiones, organiza milicias de vecinos, y manda traer de Brasil madera dura para emplazar catorce piezas de artillería.

Mientras sucede todo esto, las excursiones de los calchaquíes rebeldes aumentan, se extienden desde el río Salado hasta el Bermejo.[2] El Gobernador planea entonces una gran campaña de pacificación y escarmiento. El 28 de julio de 1639, el Cabildo se opone de plano. Lleva la voz cantante el alférez real Juan Tapia de Vargas, terrateniente y contrabandista de esclavos, uno de los hombres más ricos de Buenos Aires.[3] Vargas dice “que no se saque a los vecinos desta Ciudad para ir contra el calchaquí” y pide “que el Gobernador no abandone este puerto ni le desampare, porque el peligro holandés crece tras la recuperación de Pernambuco, y se debe guardar e defender esta playa que es la llave del Perú”.

Este argumento de Vargas -que ya había sido planteado otras veces en distintas circunstancias-, aunque correcto desde el punto de vista estratégico, era exagerado en cuanto al peligro real y a los desempeños prácticos de los vecinos. Consideraba a los porteños como guardianes de “Las Puertas de la Tierra”, que vigilaban obsesivamente el río desatendiendo sus propias ocupaciones para proteger a las poblaciones del Interior y a todo el virreinato de las posibles invasiones francesas, inglesas, portuguesas u holandesas. Y les daba por esto el privilegio de no tener que acudir en defensa de las poblaciones del Interior, pero sí de solicitar ayuda a éstas en caso de amenaza. La cuestión resultaba injusta, suscitaba rencores y antipatías.[4]

Pero además, en esta ocasión particular, lo que no decía Tapia de Vargas eran los fuertes intereses que había detrás del argumento. Los contrabandistas porteños compraban esclavos en Brasil a una compañía holandesa que capturaba a los naturales de Angola. Los contrabandistas hacían una gran diferencia vendiendo esos esclavos en Potosí.[5] Si hubiera una efectiva invasión holandesa en el Río de la Plata, la mediación porteña desaparecería. No habría negocio de esclavos para la elite de Buenos Aires.

El gobernador Mendo de la Cueva dedica varios meses a la defensa de Buenos Aires. Organiza además la campaña contra los calchaquíes. Y debe finalmente resolver la oposición que le plantea el Cabildo. Decidir si hará la campaña o no. Si no la hace puede perder la ciudad de Corrientes o de Santa Fe. Y si la hace, desoyendo al Cabildo que lo apoyó y confirmó en su cargo cuando el obispo Aresti le colgó la excomunión, entonces tendría problemas para gobernar Buenos Aires. Se trata de una decisión política y también de intereses propios. Si pierde Corrientes o Santa Fe, luego de la reciente caída de Concepción del Bermejo ocurrida durante la gestión del Dávila, la Corona no podría tolerarlo y su carrera habría terminado. Por otro lado, si hace la campaña terminarían para él las “mercedes” por el contrabando de esclavos…

La decisión es difícil. Mendo de la Cueva baraja deberes, conveniencias, obligaciones, y encuentra la solución en una observación providencial durante el emplazamiento de un cañón en la boca del Riachuelo. No fueron los artilleros, los vigías y los tercios quienes evitaron las invasiones, sino el río. La causa ha sido este río que parece la mar pero sin hondura, y con bancos donde encallan navíos y corbetas a pesar de los prácticos. ¡No hay más que hacer aquí!, se dice Mendo de la Cueva, que no es político, ni extremadamente ambicioso, pero tiene cuarenta años de formación militar. Y decide hacer la campaña contra los calchaquíes.


[1] El impuesto de Aresti afectaba a los ganaderos, es decir, a los propios cabildantes. Mientras que el nuevo impuesto, que tomaba un tercio de las ventas, se aplicaba en las tiendas y pulperías. Los tenderos y pulperos no integraban el Cabildo.

[2] Los calchaquíes eran originarios de la Precordillera, de donde migraron huyendo de las sequías a mediados del siglo xvi, y se establecieron en Santa Fe.

[3] Véase Tapia de Vargas en La Otra Historia de Buenos Aires, Segundo Libro, Parte III.

[4] Ya desde entonces se cimentaban las hostilidades entre provincianos y porteños.

[5] Un esclavo comprado por 100 pesos en Brasil, podía venderse a 700 en Potosí.

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