La Wagner. Rebelión de los cuerpos

por Mariane Pécora

A sala llena
Al principio fue un ensayo. Pablo Rotemberg comenzó a delinear La Wagner cuando ni siquiera sabía cómo denominarla. El objetivo era resignificar el cuerpo de la mujer en la danza. A partir de ello, nació la idea interpelar al público sobre la violencia, sobre los estereotipos, sobre la  explotación sistémica del cuerpo femenino.
Esto pasó hace cuatro años, en lo que quedó de la Sala Alberdi del Centro Cultural San Martín tras la arremetida de Lombardi.
En plena etapa de exploración, Rotemberg se topó con el preludio del primer acto de Parsifal, de Richard Wagner. Y así fue  como el compositor germano se convirtió en eje de la obra. Este año, La Wagner cumple su cuarta temporada en escena. Se pone cada sábado en el Espacio Callejón del barrio de Almagro, a sala llena.

Síntesis de La Wagner
Escenario despojado. Bruma espesa. Suena Voce D`Amore, del compositor italiano Gianfranco Plenizio. Se enciende un haz de luz y cuatro mujeres se deslizan lentamente por una pasarela, como atravesando una pesada atmósfera. Llegan al escenario con silencio espectral. Sus cuerpos perlados brillan. Ellas también están despojadas, cubren tan solo sus partes sensibles: rodillas, muñecas, codos, pies. El resto está expuesto. La desnudez es el traje de escena. Estalla Wagner.
Y bailan.
Y gritan.
Y gimen.
Y luchan.
Y se despedazan.
Y se levantan.
Y vuelven a empezar.
Pablo Rotemberg diseñó La Wagner como un manifiesto.
Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza y Carla Rímola le ponen el cuerpo.
Se montan sobre la música del compositor alemán para  denunciar estereotipos y prejuicios asociados con la femineidad, la violencia, la sexualidad, el erotismo y la pornografía.
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En La Wagner no hay relato. Hay testimonio.
Los compases de algunas de las principales obras de Richard Wagner forman el territorio sonoro donde, con movimientos extenuantes y repetitivos, las intérpretes se entregan a un trabajo físico que aborda los límites y transgresiones de los cuerpos atravesados por la violencia en sus múltiples formas y manifestaciones.
El individualismo.
El abuso.
La violación.
Los estereotipos.
Por momentos las protagonistas se desplazan con lentitud, por momentos con violencia, por momentos con sensualidad, por momentos asexuadas. Y siempre con la plasticidad de quien intenta volar (da la impresión que lo hacen). Sus cuerpos fluyen, chocan, crepitan; se laceran, se provocan, se intimidan. Se aproximan al paroxismo e interpelan a un público expectante, mudo, pasmado. Puesto en situación de voyeur, sin ser vouyer.
He aquí la provocación.
A la hora de hablar sobre violencia; nada mejor que hacerlo apropiándose de los términos en que se inscribe la violencia. No se habla de violación, se la representa. Una, dos, tres veces. Hasta que duele. Hasta que el espectador no lo puede soportar.
Así, con el individualismo.
Así, con el abuso.
Así, con los estereotipos.
He aquí la interacción con el público.
Hay quienes no lo soportan y se retiran de la sala. Los responsables de la obra ya lo tienen contabilizado: son dos personas por función. Eso también se denomina interacción. No hay un público pasivo, hay un público que se motiva, que reacciona, que reflexiona. El propósito de la puesta se ve cumplido.
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El contrapunto está dado por la música. Siempre hay un renacer después de cada mutilación. En ese sentido, la música de Wagner es una de las más prodigiosas y sensuales que se hayan escrito. Pero también la más controvertida. Primero, por la postura ideológica del músico alemán plasmada en un feroz antisemitismo. Luego, por la apropiación que el nazismo hizo de su obra. Es en esta bipolaridad conceptual donde la provocación entra en contacto con lo sublime, y lo irreverente con lo consagrado.
Pero no todo es Wagner en  La Wagner. Los compases de Parsifal, de Sigfrido, de Lohengrin, se entremezclan con un rock áspero, una melodía susurrada, un grito desgarrador, una canción de película porno.  Para Rotemberg la intensidad musical es directamente proporcional a la necesidad de generar inquietud desde lo sonoro. Las óperas de Wagner lo logran. Los amantes del género o conocedores de la obra wagneriana  alcanzan en clímax al descubrir referencias claves. Los que no conocen la música del compositor alemán entran en el código y hacen su propia construcción.
Tampoco todo es movimiento en La Wagner. Hay un momento de recogimiento bajo los compases de Tristan e Isolda. Cada mujer toma una silla tapizada con cintos de cuero, y se sienta impasible frente al público con las piernas casi abiertas y la mirada fija. Eso también es interacción. Existe una potencial barrera de sombras entre el público y las protagonistas. Son miradas, pero no pueden mirar.
La exposición lacera.
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Hacia el final de la obra se produce la metamorfosis. Cuatro valquirias avanzan como si viniesen desde el principio de los tiempos. No llevan nada puesto, solo piel. Están exhaustas. Agitadas. Transpiradas. Han trascendido su sensualidad y su sexualidad.
La Wagner ha cumplido su objetivo.

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Pablo Rotemberg: Es  bailarín, coreógrafo y músico. Entre sus obras se destacan: La idea fija, La noche obstinada, Savage, Las Vírgenes, La casa del diablo, La noche más negra, Joan Crawford, Nada te turbe, Bajo la luna de Egipto, Sudeste y El Lobo. Muchas de ellas  se han presentado en Europa, Latinoamérica y Estados Unidos. Es titular de Cátedra en el Departamento de Artes del Movimiento de IUNA, y dicta regularmente seminarios tanto en Buenos Aires como en el interior del país.

Las intérpretes: Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza y Carla Rímola vienen de la danza independiente. Bregan por la sanción de la Ley Nacional de la Danza. Trabajan en la autogestión, alejadas de cualquier vedetismo.

Ficha técnica artística

Dramaturgia: Pablo Rotemberg
Intérpretes: Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza, Carla Rímola.
Iluminación: Fernando Berreta
Objetos: Mauro Bernardini
Diseño de espacio: Mauro Bernardini
Edición musical: Jorge Grela.
Video: Federico Lastra, Francisco Marise, Soledad Rodríguez.
Banda de sonido: Jorge Grela, Phill Niblock, Pablo Rotemberg, Armando Trovajoli, Richard Wagner.
Sonido: Guillermo Juhasz.
Fotografía: Paola Evelina Gallarato, Juan Antonio Papagni Meca, Hernán Paulos.
Diseño gráfico: Guillermo Madoz.
Asistencia de iluminación: Facundo David, Héctor Zanollo.
Asistencia de dirección: Lucía Llopis.
Prensa: Marisol Cambre.
Producción: Emilia Petrakis
Colaboración artística: Martín Churba.
Coreografía: Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza, Carla Rímola, Pablo Rotemberg.
Dirección: Pablo Rotemberg.

Espacio Callejón: Humahuaca 3759.

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