Teatro comunitario. El desafío de la creación colectiva

por Celeste Choclin

El encuentro con el teatro comunitario. Grupos con más de una década de vida. Un ritual teatral donde cada presentación se transforma en una gran fiesta colectiva.

Me senté en primera fila, al lado de unas pequeñas que esperaban inquietas el comienzo de la función: “Mi mamá actúa en la obra” señaló una de las niñas. “La mía también, cuando salga te la muestro, también está mi hermana”, decía la otra casi susurrando.
El grupo de Teatro Comunitario de Berisso presentaba su espectáculo Primeras Palabras en el marco del Encuentro Federal de la Palabra en Tecnópolis, que ha incluido en su programación cinco jornadas de teatro comunitario donde participaron, además, los grupos Catalinas Sur, el Circuito Cultural Barracas, Los Pompapetriyasos (Parque Patricios) y Matemurga (Villa Crespo). Pero hay más y más expresiones teatrales comunitarias en todo el país, se cuentan por más de cincuenta. Muchas, nacidas de la crisis del 2001 en los movimientos asamblearios, pueden decir con orgullo que llevan más de una década haciendo teatro en la plaza, en la escuela, en el barrio. Es un fenómeno colectivo comunitario o como les gusta decir a sus protagonistas: “un teatro pensado como una ceremonia de celebración humana que, contra todo el individualismo imperante, persevera, continúa, crece, se multiplica, y le va poniendo voces, visiones, expresiones, gestos, canciones, emociones al pasado y al presente de cada comunidad”.

Los comienzos
En 1983, un grupo de vecinos del barrio de Catalinas Sur se reunió para hacer teatro en medio de un Estado de Sitio. Una fuerte necesidad de reconstruir las redes sociales, los llevó a encontrarse en una plaza a bailar, cantar y actuar. Así fue como el grupo Catalinas Sur, dirigido por Adhemar Bianchi, armó un primer espectáculo en la Plaza Malvinas, que tuvo un éxito inesperado. Y lo siguieron los ahora clásicos: Venimos de muy lejos; El fulgor argentino, que cuenta 100 años de historia argentina a través de un club de barrio; y ahora, Carpa quemada.
Pero la cosa no quedó ahí, en 1996 el grupo de teatro callejero Los Calandracas, inspirado en la experiencia de Catalinas, decidió hacer un proyecto comunitario en el barrio de Barracas y formó el Circuito Cultural Barracas, coordinado por Ricardo Talento. A pesar de nacer en momentos donde la llamada “cultura menemista” y el “sálvense quien pueda” eran ideas dominantes, el grupo tuvo un crecimiento exponencial. Había desocupación y exclusión social en el barrio de Barracas, y el Circuito se propuso visibilizar estas realidades desde la expresión artística. De allí el nombre del grupo, Circuito Cultural Barracas, porque el proyecto artístico atraviesa y circula por las realidades socioeconómicas del barrio. Una de sus obras, Los chicos del cordel, ocurría a través de catorce cuadras donde el público se iba adentrando con una dosis de humor en la terrible realidad de los años del neoliberalismo. Otro espectáculo, que sigue en cartel hace más de una década, es El casamiento de Anita y Mirko, dirigida por Corina Busquiazo (integrante de Los Calandracas). La obra recrea una fiesta de casamiento en la que el público participa activamente.

Multiplicar es la tarea
Con la ayuda de los dos grupos pioneros, Catalinas Sur y Circuito Cultural Barracas, se crearon una gran cantidad de grupos: Matemurga (en Villa Crespo), Alma Mate (en Flores), Res o no res (en Mataderos), Los Villurqueros (en Villa Urquiza), Los Pompapetriyasos (en Parque Patricios), Los Okupas del Andén (en La Plata), Teatro Comunitario de Berisso, Boedo Antiguo, El épico de Floresta, Teatro Comunitario de Pompeya, Patricios Unido de Pie (en Patricios), Cruzavías (en 9 de julio), Murga de la Estación (en Posadas, Misiones), Murga del Monte (en Oberá, Misiones), entre otros tantos… Y como de compartir los saberes se trata, Bianchi y Talento, los directores de Catalinas Sur y Circuito Cultural, cuentan que su colaboración para la formación de otros grupos siempre tuvo implícita una condición: que aquel que recibe estos saberes ayude a multiplicar la experiencia. Y así fue cómo se desarrollaron grupos de teatro comunitario en Buenos Aires, Santa Fe, Rosario, Catamarca, Mendoza, San Luis, Salta, Chaco…
El trabajo colectivo se potencia cuando se trabaja a través de interacciones, intercambios, solidaridades, por eso se creó la Red de Teatro Comunitario, que nuclea a todos los grupos de teatro comunitario del país, y se organizan cada año los Encuentros de Teatro Comunitario, para compartir experiencias, intercambiar saberes y fortalecer el fenómeno comunitario.

Creatividad, esencia humana
Este teatro de vecinos para vecinos parte de una premisa básica: el arte no es un territorio exclusivo para entendidos. Todos podemos hacer teatro. Actuar es jugar, desarrollar la creatividad y la imaginación, capacidades que esta sociedad ha ido coartando. Tal como expresa Ricardo Talento (1) : “A veces uno dice la palabra creación o creativa y parece como algo superfluo, como la frutilla de la torta. Se dice que recién cuando solucionemos el trabajo y la educación, nos vamos a dedicar al arte o a lo creativo. ¡Y es totalmente al revés! Sin creatividad, siguen fallando las soluciones que buscamos. Esta forma de mundo en el cual vivimos fue imaginada por alguien, y a los demás nos queda el camino de actuar en contra de aquello que no nos gusta. Creo que hay que desarrollar la imaginación para pensar en qué mundo queremos vivir, qué mundo queremos construir, empezando por uno mismo, por la comunidad más cercana. Así como se incentiva a un chico para que camine, yo lo estimularía para que fuera creativo porque es una esencia humana”. Por lo tanto desarrollar la expresión artística es un hecho en sí mismo transformador y sobre todo si se hace desde el aporte colectivo.

La fuerza de un colectivo
Los grupos se organizan en forma comunitaria y más allá de la coordinación artística, se toman las decisiones en forma horizontal. La autogestión es una forma de no estar condicionados. Por eso, más allá de algún aporte puntual, la base de su economía está dada por la capacidad del propio grupo para gestionar sus recursos (la choriceada en la puerta, la venta de entradas o la gorra, los sorteos…). Esto permite que el proyecto continúe más allá de los vaivenes de las políticas de subsidios.

Lejos de la competencia o de promover talentos individuales, en el teatro comunitario es el propio grupo el que potencia la obra. No se le teme al “muchos”, porque ser muchos significa enriquecimiento, intercambio, potencia expresiva. Los grupos son abiertos y numerosos, puede integrarlos cualquier persona sin limitaciones de edad o de experiencia. Y a contrapelo de una sociedad donde las prácticas cotidianas están cada vez más segmentadas, participan desde niños hasta gente de edad avanzada.
Las obras son creaciones colectivas cuyas temáticas suelen tomar la memoria reciente del barrio o de la localidad. Se realiza un proceso de investigación donde se traen las historias y anécdotas familiares, se realizan búsquedas por archivos históricos, y se van haciendo improvisaciones para ir armando luego la dramaturgia.

A cantar y bailar
El teatro comunitario tiende a trabajar estilos grandilocuentes propios del teatro callejero, de la comedia del arte, de cierto tono épico. Y a pesar de recorrer momentos duros de nuestra historia reciente, las escenas más dramáticas se combinan con el humor, el espíritu murguero, el baile, la fiesta, el canto colectivo. Al respecto, Edith Scher (directora de Matemurga) en su libro Teatro de vecinos, de la comunidad para la comunidad comenta que el teatro comunitario es eminentemente corporal. El proceso de trabajo parte de un cuerpo que se encuentra pautado, unificado, homogeneizado expresivamente, y que poco a poco comienza a ablandarse, a relacionarse con los otros, a descubrir sus potencialidades: “Es maravilloso cuando, como fruto del trabajo y la confianza, de la apuesta a la vigencia de otras pautas, aquel que creía que nada podía, se anima a jugar, a participar de esa otra construcción y descubre todo lo que puede junto con otros”.

La función termina, la fiesta continúa
La función del Teatro Comunitario de Berisso, que cuenta la llegada de los inmigrantes de principios del siglo XX y su trabajo en el frigorífico en condiciones de terrible explotación laboral, termina entre fuertes aplausos y sonrisas. El grupo invita al público a bailar y cantar la canción final, los espectadores no lo dudan y se suman al coro colectivo: “Somos de Berisso, señor,/sáquese el sombrero/tenemos el orgullo de ser/el presente de aquellos obreros/Somos de Berisso, señor,/con mucho pasado, quizás/y porque apostamos a un futuro digno estamos acá”. Luego convocan a los presentes a sumarse a la experiencia del teatro comunitario. Se escuchan las primeras preguntas entre el público: “¿cómo se organizan?”, “¿cómo se autogestionan?”. Desde la platea una señora anuncia: “Estamos armando un grupo en San Martín, por ahora somos pocos, cómo podemos hacer… ” La charla continúa, el entusiasmo se contagia, la alegría se despliega por la sala y una sensación se hace presente: Frente a todo pronóstico apocalíptico, es posible imaginar un mundo mejor si se hace en forma colectiva, así lo canta el Grupo Catalinas: “Y por favor/que nadie diga ´la utopía se murió´/si para muestra hace falta un botón/aquí hay cien utópicos hoy/que por amor/brindamos toda nuestra alma en la función/y si logramos conmover su corazón/nuestra utopía ya se cumplió” (El fulgor argentino).

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En entrevista realizada a Ricardo Talento en revista Kiné N°92.

Para saber más acerca de los grupos, la programación de las obras y los lugares donde actúan, consultar la Red Nacional de Teatro Comunitario: www.teatrocomunitario.com.ar

Fotos: Red de Fotógrafos de Teatro Comunitario

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