VAS a Cuba

Parte IV

por Rafael Gómez

 

La ilusión de los paraísos ha sido siempre recreada a modo de compensación o de premio, por los castigos recibidos o por la dedicación a una causa social o religiosa. Hubo recreaciones malditas y bendecidas, celestes y terrestres. Los paraísos se transforman según la tecnología e ideología de la época, pero siguen designándose como lugares de felicidad. Hoy aparecen insinuados o fragmentados en Internet, en publicidades, series y películas; pero también, sin decir de dónde vienen, se manifiestan de pronto completos y directamente.

¿De dónde vienen? Vienen desde los sumerios hasta nuestros días, de los zigurates acadios -también llamados torres de Babel-, de las pirámides egipcias y mayas, de los jardines bíblicos y babilónicos, de los templos de Angkor sumidos en una selva de monos y niebla, vienen de los ornamentados palacios árabes y franceses, de las soberbias iglesias góticas trepando al cielo, de las sencillas reducciones jesuitas en Paraguay, de los utópicos falansterios socialistas, de las coloridas aldeas polinesias pintadas por Gaugin, de las alucinadas comunidades hippies. De todas las épocas y lugares vienen los paraísos, hasta llegar a nuestros días.

Desde siempre los hombres se han empeñado en la construcción de paraísos imaginarios o terrenales, y han fracasado o tenido éxitos parciales, con mayor o menor suerte. Los parques temáticos de Disney y las torres de Dubái son un intento actual. Los hoteles all inclusive son otro. Estos hoteles llegaron a Cuba hace poco más de veinte años, atraídos por el clima templado, la selva y los flamencos, las arenas blancas, los negocios y las aguas turquesas. Pero los negocios son el punto de partida. Hoy hace falta una acumulación capitalista para justificar los paraísos, pero no fue siempre así. Los paraísos en otras épocas no tenían esta impronta. Los hippies rechazaban y huían del capitalismo, lo mismo que Gaugin -que había sido protegido de un banquero y agente de bolsa-, y también huían los pensadores y artistas, que construían los paraísos imaginarios, de donde se sostenían los terrenales. Todos rechazaban el capitalismo. Ni qué decir de los autores y habitantes de los falansterios socialistas y las reducciones jesuitas… Tampoco las catedrales y los templos budistas tenían la impronta de la acumulación capitalista, aunque hubiera ciertas relaciones. De modo que estos hoteles all inclusive son particulares, en realidad exclusivos, porque no hubo en la historia muchos paraísos con esta ideología (y los que hubo eran de acceso restringido). Además son particulares sobre todo en Cuba, porque conviven con el socialismo, que propone a su vez otro tipo de paraísos, más parecidos a los históricos.

Paraísos en venta. Ya no se trata de trabajo, sacrificio, sufrimiento, bendición, méritos, derechos, virtudes o causas, la única forma de acceder es pagando. Esto marca la diferencia. No hay merecimiento ni premio, uno está comprando. Uno ha accedido al paraíso por dinero -vil dinero, obtenido de mil formas-. Tener dinero marca diferencias afuera pero no significa haber hecho algo bueno, ni tampoco ser alguien especial. No sirve aquí. El dinero debe taparse para no romper el encanto. La primera ilusión consiste entonces en pretender que no se está pagando. Sin billetes ni tarjetas tener acceso a todo. All inclusive. Uno puede desayunar lo que desee y cuanto quiera, puede ir a la playa o a la piscina. Puede ir al gimnasio o mirar a los flamencos planear como motas de luz sobre el mar turquesa. Puede echarse bajo el sol o leer un libro tomando un daiquiri sobre una hamaca entre dos palmeras. Puede caminar descalzo en la arena fina y fresca como un talco o puede bucear en un banco de coral y encontrar una tortuga. Puede hacer un crucero o una caminata por la selva, puede jugar al bingo o bailar la salsa cubana. Puede recibir un masaje o mirar una noche estrellada distinta. No hace falta pagar. El truco es que algunas cosas tienen precio y otras no, entonces se confunde la gratuidad de la naturaleza con los objetos de consumo. El paraíso capitalista te vende, sin decirlo, muchas cosas que no tienen precio.

Los Jardines del Rey. Así fue denominado Cayo Coco por los conquistadores españoles en el siglo XVI. La mención de jardín y paraíso viene de entonces. No había en el siglo XVI cadenas hoteleras españolas pero sí paraísos. Los hoteles all inclusive, toman la mención y la recrean.[1] Pero hay varias diferencias con los paraísos terrenales históricos, una es (aunque se la oculte) el predominio del dinero. Otra, es la falta de colectivo social. Hay mucha gente en los all inclusive pero no interactúa ni tiene lazos o metas en común. No existe el disfrute colectivo de los paraísos históricos. El paraíso capitalista está pensado como placer individual, placer que sólo se recibe a cambio de dinero. Los huéspedes, salvo los pequeños grupos familiares, son extraños entre sí, no interactúan, salvo en los entretenimientos, podrían no estar. Y si son muchos, pueden dificultar la entrega de placer.

La felicidad es vista aquí como una cuestión individual, no colectiva. De hecho, las grandes extensiones de los hoteles apuntan a una percepción casi solitaria o de poca gente. No se alienta en absoluto la percepción colectiva en los huéspedes. Pero sí se estudia minuciosamente desde la administración hotelera al colectivo de los huéspedes. Y se determina cómo manejarlo para obtener más ingresos. Por ejemplo: no hay tiempos vacíos. Siempre, y de acuerdo a las franjas etarias, hay propuestas de actividades. Da la sensación, por el número y la frivolidad, que la intención es impedir el pensamiento profundo capaz de generar angustia o crítica. Hay bingo, juego de bolos, clases de salsa, desfiles de moda, tiro al blanco, minigolf, aerobismo, fiestas en la playa, masajistas, jinetes y jineteras (que sí cobran por separado), shows en la escenografía del hall central… Hay afán de entretenimiento perpetuo. Y el mensaje omnipresente de la sensualidad, de la vida dichosa que sólo ocurre como consumo y entretenimiento.

La vida está en otra parte. La frase tomada de una pintada en la revuelta del Mayo Francés parece venir a cuento de los all inclusive. Porque, qué pasaría si uno estuviera un tiempo prolongado siguiendo la rutina de estos hoteles (suponiendo que pudiera pagarlo). No creo que aún recorriendo intermitentemente la docena de hoteles de Cayo Coco y Cayo Guillermo, con sus variedades temáticas superficiales, los juegos, las fiestas y las respectivas playas, podría soportar la rutina más de dos meses. ¿Quiere poner el lector tres? Que sean tres. No se puede soportar más el continuo sin propósito. El embrión del tedio se instala a las dos semanas. El continuo será para los paraísos celestes, los que imaginamos después de la muerte. Aquí no hay más qué hacer, decimos.

La vida está en otra parte, nos decimos, y partimos de Cayo Coco hacia la Habana. Allí nos espera una ciudad real, conmovedora, de fuertes propósitos. Tendremos una entrevista sobre la economía y la identidad cubana con Andrea Rodríguez, salteña y periodista de Associated Press (AP), radicada en Cuba desde hace veinte años. Y nos espera la Revolución (así de golpe); nos espera el socialismo, y otra versión -también polémica- de los paraísos terrenales.

 

 

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[1] Ver las escenografías de los hoteles all inclusive en VAS a Cuba, Parte III.

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