Zoom Histórico: La Pizzería Roma

PARTE III
Lavalle 888 (entre Suipacha y Esmeralda)

por Gabriel Luna

Desde la guerra, el horror, y la política, a la fiesta y al espectáculo: al teatro, la varieté, al cabaret, la milonga, el café, y al fenómeno social del cine pasando por la mozzarella, el moscato, y la fainá, hasta el auge del turismo, de las torres espejadas, los multicines, el espectáculo de los templos religiosos, de los magos callejeros, y la multiplicación de los shoppings. Todo ocurrió en una cuadra de la calle Lavalle.

Durante las décadas del 60 y 70, Lavalle fue una de las calles más transitadas del mundo. En las inmediaciones de las esquinas de Lavalle-Suipacha y Lavalle-Esmeralda -separadas por una cuadra- había 20 cines que trabajaban los fines de semana prácticamente a sala llena. Esto ocurría en poco más de tres cuadras y en una calle de medidas coloniales. Y como cada cine tenía alrededor de 1300 localidades, los que salían y los que esperaban entrar al producirse un cambio de sección, sumaban alrededor de 52.000 personas. Debía agregarse a esto, el público habitual de la calle que concurría a los demás comercios: hoteles, tiendas, confiterías, bares, restaurantes, pizzerías… El resultado de todo era como una marea humana donde los que iban juntos se tomaban de las manos para no perderse.

La última expansión de la pizzería Roma en Lavalle 888 quiso aprovechar tanta concurrencia y aliviar en alguna medida el tránsito peatonal. Se anexó a los fondos de la pizzería un local con salida a la calle Suipacha. Era el predio donde estuvo el viejo caserón de Francisco García, que tenía 45 habitaciones y que después, en 1902, se convirtió en conventillo, luego prostíbulo, cuna de tangos, local bailable. La Roma tuvo entonces salida y entrada por dos calles, formaba una L alrededor del edificio de cinco plantas, estilo francés, rematado en cúpula y templete, ubicado en la esquina SE de Lavalle y Suipacha, donde había nacido Bartolomé Mitre. La pizzería Roma era en aquel tiempo la más grande de Sudamérica, trabajaban allí 120 personas, tenía cuatro salones y había, además, mostradores especiales para comer pizza al paso.

Corrían tiempos de vértigo, de gente amontonándose en la calle, apurada, consumidora, que usaba muebles funcionales y habitaba edificios racionales. Eran Tiempos Modernos, como los anunciados por aquella película de Carlitos Chaplin. Una víctima de esos tiempos fue la casa de Dardo Rocha, suntuosa mansión casi centenaria de estilo neoclásico y renacentista, construida en dos plantas -ubicada en Lavalle 835-, que era el último eslabón tangible de la calle de los cines con su pasado señorial y guerrero de unitarios y federales. La casa Rocha se demolió en 1970 durante el gobierno del dictador Onganía para construir un shopping. El país atravesaba entonces por un período de dictaduras militares, que intentaban frenar los reclamos sociales cada vez más intensos. En 1972, la dictadura del general Lanusse no soportó la presión y convocó a elecciones.

El 24 de mayo de 1973, el presidente electo Héctor José Cámpora asistió al estreno de la película “Juan Moreira” en el cine Atlas de Lavalle 869, a metros de donde estaba la casa Rocha, y casi enfrente de La Roma. Una curiosidad. Cuando Cámpora sale de ver “Juan Moreira”, custodiado por la militancia de la JP -porque todavía no es presidente en ejercicio sino que asumirá al día siguiente-, se detiene a encender un cigarrillo. La custodia lo rodea, porta armas largas y brazaletes rojos. Y el conjunto está exactamente en el mismo lugar donde otro grupo hace 133 años, también armado y con insignias rojas, compuesto por Cirilo José Moreira -el padre de Juan Moreira-, se detuvo para manifestar. El 4 de mayo de 1840, un grupo de jinetes federales y mazorqueros manifestó frente a la casa de Mariano Biaus -lindera a la actual pizzería Roma-. Biaus era un poderoso estanciero que había luchado junto a Lavalle en el golpe unitario de 1828, estaba conspirando contra Rosas, y La Mazorca fue a amenazarlo públicamente. Cámpora fuma, camina entre la gente y con su custodia hacia el Oeste -comerá en el restaurante La Estancia en Lavalle 941- y pasa, al llegar a Suipacha, por el solar donde había nacido Mitre, unitario y fundador del Partido Nacional en el cual militó Juan Moreira.

 “Juan Moreira” fue una muy buena realización, dirigida por Leonardo Favio, que contaba la historia del gaucho perseguido por un sistema social injusto. La identificación de esto con las dictaduras militares de principios de los 70 y con los reclamos sociales de la época, hicieron de la película un éxito; tuvo dos millones de espectadores. Hubo después, otras películas con el mismo éxito: “La Patagonia Rebelde”, basada en un libro de Osvaldo Bayer, “La Tregua”, basada en un libro de Mario Benedetti, “Quebracho”, dirigida por Ricardo Wullicher, “La Raulito”, dirigida por Lautaro Murúa y protagonizada por Marilina Ross, “Crónica de una señora”, “Heroína”, y “La Revolución”, dirigidas por Raúl De la Torre y protagonizadas por Graciela Borges. Y hubo también grandes películas extranjeras como: “El Padrino” de Francis Ford Coppola, “Amarcord” de Federico Fellini, “Gritos y Susurros”, “Escenas de la Vida Conyugal”, y “Cara a Cara”, de Ingmar Bergman y protagonizadas por Liv Ullmann, «Nos Habíamos Amado Tanto» de Ettore Scola… Este período de cine artístico, reflexivo, de temas sociales y existenciales, que proponía un crecimiento cultural a la gente y tuvo enorme respuesta en la clase media, terminaría en 1976 cuando volvieron las dictaduras militares. En el cine nacional, los militares impulsaron más la comedia y el entretenimiento que los temas reflexivos y artísticos. De modo que hubo un cambio de público en la calle Lavalle. Ya no se inauguraron más cines, y aunque la calle fue convertida en peatonal durante las 24 hs. en el año 1978, nunca volvió a tener el flujo de espectadores que la caracterizaba.

En 1983 volvió la democracia, hubo películas muy importantes como: “Fanny y Alexander” (Ingmar Bergman, 1984), “Hombre mirando al Sudeste” (Eliseo Subiela, 1985), o “La Historia Oficial” (Luis Puenzo, 1986),  pero esa costumbre de la clase media de la salida al cine se estaba perdiendo. Lavalle abandonaba los valores medios y se convertía en una calle de contrastes: oficinistas del Microcentro y pobreza marginal, turistas y arrebatadores… Los cines de trasnoche, los negocios abiertos 24 hs., la bohemia y las sobremesas en los bares, terminaban. El encargado de la pizzería Roma, Oscar Rodríguez, describió la ausencia: “Después de la una de la mañana esto es tierra de nadie, no hay vigilancia. Sólo quedan los muchachos que ofrecen tarjetas para los cabarets de Maipú y los pibes de la calle, que duermen drogados en algún umbral”.

 Tal vez una calle no involucione ni evolucione, sencillamente va cambiando según las costumbres de sus habitantes; lo demás está en el gusto o en el juicio de valor de cada cual. En los años 90 el cine Iguazú -construido donde estaba la casa de los Anchorena- en Lavalle 940, se transformó en templo evangélico. El cine Select Lavalle, que solía pasar películas de rock en trasnoche -construido donde estaba la sombría casa del Dr. Durand- en Lavalle 911, se transformó en farmacia. Al caserón de Doña Ventura Muñoz, que tenía 23 habitaciones y árboles frutales en 1848, se le agregó una planta y se lo convirtió en hotel en 1900, veintiún años después el hotel pasó a demolición y se construyó el teatro Metropol, estilo art decó -donde actuó Aníbal Troilo con Osvaldo Pugliese-, y en 1966 también se demolió el Metropol, y se levantó el cine Atlas, estilo racionalista -donde Héctor J. Cámpora iría a ver “Juan Moreira”-. El Atlas fue el último y más grande de los cines de Lavalle, hasta que en el 2012, sin perder su fisonomía -como ocurrió con el Iguazú- se transformó en templo evangélico.

De las diecisiete grandes salas que había sobre Lavalle en los 60’, en el 2012 sólo quedan tres, divididas en multicines. El resto derivó en shoppings, outlets, “saladitas”, farmacia, zapaterías, hamburguesería, templos, y hasta un bingo -en el caso de los cines Hindú y Sarmiento-. La calle se pobló de kioscos de comida, tiendas de productos regionales, vendedores ambulantes, músicos, y  también magos. Quedan algunos edificios centenarios -que se descubren al examinar las fachadas por arriba del primer piso- y quedan algunos comercios de los años 60, disquerías, bares, restaurantes, hoteles… el tradicional bar Suárez en Esmeralda y Lavalle, el bar La Estrella en Maipú y Lavalle -donde solía parar Eva Perón cuando iba a trabajar a radio El Mundo-. Y queda la pizzería Roma en Lavalle 888, que ya no tiene salida por Suipacha, pero sí tiene entrada por la tradición. “Al menú tradicional de pizzas y postres, hemos agregado una gran variedad de platos: pastas, minutas y ensaladas, para satisfacer la demanda al mediodía de oficinistas y turistas”, explica Daniel Sarlenga, que está hoy al frente del negocio y es el hijo del fundador. La Roma, con más de medio siglo en la calle Lavalle, ofrece una porción de historia y sabor porteño.

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Comentarios

  1. En realidad siempre existió esa relación entre los Cines y las Pizzería recuerdo al Cine Lope de Vega con el Fortín en frente, el Gran Rivadavia y la Universal era como un circuito que si no se cumplía la tradición quedaba trunca

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