A 103 años de la Semana Trágica

Parque Patricios, no sólo es la zona donde se erige la fastuosa jefatura de Gobierno de la Ciudad. Tampoco se reinventó en 2008, cuando la voracidad inmobiliaria logró que sea declarada Distrito Tecnológico. Parque Patricios es un barrio con historia de luchas, de trabajo, de malevos y de mártires. En el cruce de la calle Pepirí -ahora denominada Atuel- y Amancio Alcorta, a escasas cuadras del moderna y enrejada usina gubernamental, se encontraba la sede del Sindicato Metalúrgico, donde, el 7 de enero de 1919, la policía masacró a los obreros de los talleres Vasena que reclamaban por las ocho horas de trabajo. Las oficinas de Vasena se encontraban en el barrio San Cristóbal, donde hoy se erige la plaza Martín Fierro, y lindantes al Riachuelo estaban los depósitos de la empresa. Hace 102 años en esas tres ubicaciones se desarrollaron los principales acontecimientos que desencadenaron la Semana Trágica.

El preludio
El 2 de diciembre de 1918 los 2.500 obreros de los talleres Vasena se declaran en huelga. Reclaman una jornada laboral de ocho horas, reclaman salubridad en el lugar de trabajo y reclaman salario justo. Se nuclean en el Sindicato Metalúrgico, elaboran un petitorio que es presentado a la empresa. Alfredo Vasena se niega a recibir el escrito y a tratar con la delegación sindical, considera la medida de fuerza como una insolencia. Recurre a su asesor legal, Leopoldo Melo, un acérrimo militante radical cercano a Yrigoyen, que logra la intervención de bomberos y policías para disuadir a los huelguistas apostados en la puerta de la fábrica.
El clima se tensa y los trabajadores redoblan la apuesta: realizan piquetes para impedir el tránsito de materiales desde el depósito hacia la fábrica. Vasena acepta entonces la intervención de los “rompehuelgas”. Un grupo parapolicial de civiles armados, creado por Joaquín Anchorena, entonces presidente de la Sociedad Rural Argentina, con el objetivo de combatir las huelgas mediante la violencia directa.

El gobierno de Yrigoyen autoriza la entrega de armas a los “rompehuelgas” y comienza así una escalada de violencia donde resultan heridos trabajadores, vecinos y vecinas de la zona. El desprestigio de las fuerzas de seguridad se agudiza, el 19 de diciembre el Jefe de Policía es reemplazado por Miguel Luis Denovi. La violencia no cesa, el 26 de diciembre el rompehuelgas Pablo Pinciroli dispara en la cara a una niña que camina por la vereda.
A medida que crece el desprestigio de las fuerzas de seguridad, aumenta el apoyo de vecinos, comerciantes y sindicatos, a los huelguistas. En solidaridad, los trabajadores marítimos y portuarios se niegan a transportar u operar materiales de los Talleres Vasena. La huelga se prolonga y la violencia de la policía y los rompehuelgas se recrudece. El 30 de diciembre el oficial Oscar Ropts balea a sangre fría al obrero anarquista Domingo Castro. Al día siguiente, 1 de enero de 1919, es baleado el huelguista Constantino Otero.

La huelga lleva un mes, los obreros están extenuados, pero resisten. El 3 de enero de 1919, la policía participa en una balacera generalizada frente al local sindical de Amancio Alcorta y Pepirí. Flora Santos, Juan Balestrassi y Vicente Velatti, vecinos del barrio resultan gravemente heridos. Al día siguiente se produce un nuevo enfrentamiento en el lugar, obreros y vecinos levantan una barricada, rompen los caños de agua e inundan las calles. La policía se ve obligada a retirarse. En el enfrentamiento resulta herido de muerte del cabo Vicente Chávez. Los matutinos de 5 de enero califican a la lucha de los trabajadores como “Huelga sangrienta”.

La tempestad
La tarde del martes 7 de enero de 1919, se inicia la Semana Trágica. Aproximadamente cien policías y bomberos armados con fusiles Mauser, apoyados por rompehuelgas que disparan carabinas Winchester, arremeten contra el Sindicato de la esquina de Pepirí y Amancio Alcorta. Durante casi dos horas disparan dos mil proyectiles contra casas de madera, huelguistas y vecinos. Entre los atacantes se encuentra Emilio Vasena, uno de los propietarios de la empresa.
Los proyectiles perforan las flacas paredes de las viviendas de los obreros, destrozan ventanas, espejos, vitrinas. Aterradas, las madres refugian a sus hijos debajo de las camas. La balacera arroja como resultado tres trabajadores acribillados y treinta heridos. Un cuarto trabajador es asesinado a sablazos por la policía montada. Las víctimas son: Juan Fiorini, argentino, 18 años, soltero, jornalero de la fábrica Bozzalla Hnos., asesinado mientras estaba tomando mate en su domicilio de un balazo en la región pectoral. Toribio Barrios, español, 50 años, casado, recolector de basura, asesinado a sablazos en el cráneo en avenida Alcorta 3189. Santiago Gómez Metrolles, argentino, 32 años, soltero, asesinado cuando se refugiaba en una fonda de un balazo en el temporal derecho. Miguel Britos, casado, jornalero, muerto a consecuencia de heridas de bala. Ninguno de ellos era empleado de Vasena y, según el parte policial publicado en el diario La Nación del día siguiente, ninguno fue muerto en actitud de combate, ni se encontraba agrediendo de palabra a las fuerzas policiales. Ese mismo parte policial indica también, que tres policías recibieron lesiones mínimas y sólo uno recibió una herida de cuchillo.

Tras la masacre, Alfredo Vasena, acepta reunirse con los delegados gremiales en el Departamento de Policía. Ofrece la reducción de la jornada laboral a 9 horas, un 12 por ciento de aumento de jornales y la admisión de nuevos trabajadores. Se llega a un principio de acuerdo que se concretará al día siguiente en la sede de la empresa. Pero el conflicto no ha finalizado. Los asesinatos han provocado indignación entre los obreros y los sectores populares del sur de la Ciudad. Las personas salen a la calle y comienzan a congregarse en los locales sindicales donde se están velando a los trabajadores asesinados.

La mañana del miércoles 8 de enero, los miembros del sindicato metalúrgico se presentan en la sede la empresa Vasena para terminar las negociaciones. Alfredo Vasena impide el ingreso de los dirigentes sindicales, argumentando que no son empleados de la empresa. Se niega a negociar cualquier modificación a lo acordado el día anterior. El sindicato pretende un mayor aumento, equiparación salarial entre secciones y géneros, jornada de 8 horas, no obligatoriedad de las horas extras, las que deberían pagarse con un suplemento del 50% o 100% los domingos. La negativa de la empresa a negociar, a pesar de la tragedia del día anterior, hace caer el precario acuerdo conseguido bajo presión. El conflicto se generaliza. Las fábricas y establecimientos metalúrgicos de la Ciudad suspenden las tareas. Los sindicatos repudian la matanza y declaran la huelga general para concurrir al entierro de los obreros asesinados.

El jueves 9 de enero de 1919 la ciudad de Buenos Aires amanece paralizada. Los comercios están cerrados. No hay transporte público. La basura se acumula en las esquinas. Los canillitas venden únicamente los diarios anarquistas La Vanguardia y La Protesta. Ambos titulan: “El crimen de las fuerzas policiales, embriagadas por el Gobierno y Vasena, clama una explosión revolucionaria”.
El serpenteo de compactas columnas de trabajadores y trabajadoras es el único movimiento de la jornada. Son hombres, mujeres y niños, que marchan para homenajear a sus mártires y repudiar la represión policial y parapolicial.

El cortejo fúnebre parte a las tres de la tarde, a la cabeza se sitúa la “autodefensa obrera”, unos cien trabajadores armados con revólveres y carabinas. Detrás, una compacta columna de miles de personas. El cortejo enfila por la calle Corrientes hacia el Cementerio de La Chacarita -del Oeste, entonces-, a la altura de la calle Yatay, policías y bomberos efectúan disparos desde dentro de un templo católico por las consignas anticlericales de los anarquistas. La multitud resiste el tiroteo. A las 17 horas llega al cementerio de la Chacarita. Mientras habla el dirigente Luis Bernard, emergen de entre los muros del cementerio policías y militares y se precipitan sobre la multitud. Disparan a quemarropa. Se trata de una nueva emboscada que cobró cien vidas y dejó un tendal de cuatrocientos heridos. Los diarios de la época hablaron de tan sólo 12 muertos y casi doscientos heridos. La prensa obrera habló de 100 muertos y más de cuatrocientos heridos. Ambas coincidieron en que entre las fuerzas militares y policiales no hubo bajas. La impunidad de las fuerzas de seguridad va en aumento.
El pueblo no se amilana y sigue en la calle exigiendo justicia. La huelga general continua. Mientras se produce la masacre de la Chacarita un grupo de trabajadores rodea la fábrica Vasena y está a punto de incendiarla. En el interior del edificio se encuentra Alfredo Vasena, Joaquín Anchorena y un empresario británico, flamante comprador de la metalúrgica. El embajador británico se comunica con la Casa Rosada. Tras la reprimenda del representante de la Corona inglesa, Hipólito Yrigoyen pide la renuncia al jefe de Policía y nombra en ese puesto a Elpidio González, hasta entonces ministro de Guerra. Luego designa por decreto jefe de las fuerzas de represión al general Luis J. Dellepiane. Tras conseguir un aumento del 20 por ciento para las fuerzas policiales, Elpidio González parte junto a Marcelo T. de Alvear a parlamentar con los obreros. No son bien recibidos. El auto del jefe de policía es incendiado por la multitud. González vuelve en taxi a su despacho. De inmediato, envía un centenar de bomberos y policías a disparar sobre los manifestantes. El parte policial da cuenta de 24 asesinatos y 60 heridos.

El germen de la grieta
El fantasma de la Revolución Bolchevique, los soviets de obreros y el levantamiento de campesinos en Rusia, aterra a la oligarquía terrateniente argentina. “Hay que frenar el torrente revolucionario”, se dice en las reuniones que celebran. Pretenden que el Gobierno aplique mano dura contra los obreros y consideran que Yrigoyen es incapaz de hacerlo. Con el propósito de disciplinar a los trabajadores, un grupo de jóvenes de la alta sociedad porteña se reúne en la confitería París del barrio de Retiro. Deciden armarse en defensa propia. Las reuniones continúan en los salones del Centro Naval de Florida y Córdoba, donde reciben instrucción militar de los contralmirantes Manuel Domecq García y Eduardo O’Connor. «Buenos Aires no será otro Petrogrado», exclama O’Connor en ese contubernio e invita a la “valiente muchachada” a atacar “rusos y catalanes en sus propios barrios para que no se atrevan a venir al Centro”. Los jovenes ‘patriotas’ parten del Centro Naval con brazaletes celestes y blancos y armas automáticas. Se conforma la Liga Patriotica Argentina -es decir, la fuerza parapolicial que junto a la policía provocará la masacre-, Domecq García ocupa la presidencia en forma provisional, que luego será ocupada por  Manuel Carlés, secundado por Pedro Cristophersen.

En complicidad con las fuerzas de seguridad, la Liga Patriótica Argentina actúa con total impunidad. Al grito de “Viva la Patria” se dirigen armados a las barriadas obreras, a las sedes sindicales, a las bibliotecas obreras, a las redacciones de los periódicos socialistas y anarquistas para incendiarlos y destruirlos. El barrio judío de Once es atacado con saña. Los jóvenes patriotas empecinados en la “caza del ruso”, incendian las sinagogas y las bibliotecas Avangard y Paole Sión. También atacan a transeúntes, particularmente a quienes visten alguna prenda que determina su pertenencia a la colectividad judía. La agresión no respeta sexo ni edades. Los “defensores de la familia y las buenas costumbres” golpean con cachiporras y culatas a ancianos, arrastran de los pelos a mujeres, se ensañan con los niños.

El 11 de enero el gobierno de Yrigoyen llega a un acuerdo con la Federación Obrera de la República Argentina (FORA). Acepta liberar a los 2000 obreros encarcelados; acepta otorgar un aumento salarial de entre un 2o y un 40 por ciento; acepta establecer una jornada laboral de nueve horas y acepta la reincorporación de todos los huelguistas despedidos. Tras el acuerdo, la FORA y el Partido Socialista ponen fin a las medidas de fuerza. Ese día, el vespertino La Razón titula: “Se terminó la huelga, ahora los poderes públicos deben buscar los promotores de la rebelión, de esa rebelión cuya responsabilidad rechazan la FORA y el PS…”.
El dolor y la conmoción popular continúan. Los trabajadores se muestran renuentes a volver a sus trabajos. En las asambleas sindicales las mociones por continuar la huelga general se suceden. Por su parte, el brazo anarquista de la FORA se opone a levantar la medida de fuerza y decide “continuar el movimiento como forma de protesta contra los crímenes de Estado”.

El martes 14 de enero, el flamante jefe de la Policía Federal, general Luis Dellepiane, recibe por separado a las dos vertientes de la FORA y se compromete a suprimir la ostentación de fuerza por las autoridades y el respeto del derecho de reunión de los obreros como condición para hacer cesar la huelga. Ese mismo día, a manera de demostración de fuerza, la policía y la Liga Patriótica saquean y destruyen la sede del periódico anarquista La Protesta.  Dellepiane amenaza con su renuncia, para impedirla, Yrigoyen  ordena la inmediata libertad de todos los obreros detenidos.

El jueves 16, Buenos Aires es una ciudad casi normal. Circulan los tranvías, hay alimentos en los mercados, los cines y los teatros vuelven a abrir. Las tropas retornan a los cuarteles y, lentamente, los trabajadores ferroviarios retoman los servicios.

El lunes 20 los obreros de Vasena, tras comprobar que todas sus reivindicaciones habían sido cumplidas y no quedaba ningún obrero despedido ni sancionado, deciden volver a sus puestos de trabajo.

Epilogo
La rebelión social duró exactamente una semana, del 7 al 14 de enero de 1919. La huelga triunfó a un costo enorme. El precio no lo pusieron los trabajadores sino los dueños del poder, que hicieron del conflicto un caso testigo en su pulseada con el Gobierno, al que consiguieron presionar en los momentos más graves para imponer su voluntad represiva.
No hubo sanciones para las fuerzas represivas, ni siquiera se habló de “errores o excesos”; por el contrario, el gobierno felicitó a los oficiales y a las tropas encargadas de la represión y volvió a hablar de subversión. Dellepiane, el jefe de la represión, dictó la siguiente orden del día: “Quiero llevar al digno y valiente personal que ha cooperado con las fuerzas del ejército y armada en la sofocación del brutal e inicuo estallido, mi palabra más sentida de agradecimiento, al mismo tiempo que el deseo de que los componentes de toda jerarquía de tan nobles instituciones, encargadas de salvaguardar los más sagrados intereses de esta gran metrópoli, sientan palpitar sus pechos únicamente por el impulso de nobles ideales, presentándolos como coraza invulnerable a la incitación malsana con que se quiere disfrazar propósitos inconfesables y cobardes apetitos”.

Los sectores pudientes de la sociedad se mostraron muy agradecidos con los miembros de las fuerzas represivas y las premiaron. Así lo detalla el diario La Nación: “En el local de la Asociación del Trabajo se reunió ayer la Junta Directiva de la Comisión pro-defensores del orden, presidida por el contralmirante Domecq García, adoptándose diversas resoluciones de importancia. Se resolvió designar comisiones especiales que tendrán a su cargo la recolección de fondos en la banca, el comercio, la industria, el foro, etc., y se adoptaron diversas disposiciones tendientes a hacer que el óbolo recaudado llegue en forma equitativa a todos los hogares de los defensores del orden. […] La empresa del ferrocarril del Oeste ha resuelto contribuir con la suma de 5.000 pesos al fondo de la suscripción nacional promovida a favor de los argentinos que han tenido a su cargo la tarea de restablecer el orden durante los recientes sucesos. El resto de las contribuciones fueron:  El Frigorífico Swift $ 1.000. Club Francais $500. Eugenio Mattaldi $500. Escalada y Cía. $100. Leng Roberts y Cía. $500. Juan Angel López. $ 200. Matías Errázuriz. $ 500. Horacio Sánchez y Elía 7.000. Jockey Club. $ 5.000. Cía. Alemana de electricidad. $ 1.000. Arable King y Cía. $ 100. Elena S. de Gómez. $200. Las Palmas Produce Cía. $1.000. Frigorífico Armour. $ 1.000

Ni los familiares de los 700 muertos ni los más de 4.000 heridos, recibieron un centavo. Eran gente del pueblo, eran trabajadores, eran “insolentes” que osaron defender sus derechos. No hubo suscripciones ni donaciones para las viudas ni para sus hijos sumidos en la pobreza. La caridad tenía una sola cara. Sólo varios meses después de terminada la represión de aquella Semana Trágica, las damas de caridad y la jerarquía de la Iglesia Católica lanzaron una colecta para reunir fondos para darle limosnas a las familias más necesitadas. Lo hicieron en defensa propia, de esto da cuenta el texto de lanzamiento de la Gran Colecta Nacional: “Dime: ¿qué menos podrías hacer si te vieras acosado o acosada por una manada de fieras hambrientas, que echarles pedazos de carne para aplacar el furor y taparles la boca? Los bárbaros ya están a las puertas de Roma”.

Fuentes Consultadas:
Historia Argentina – Abad de Santillán
Diarios de la Ciudad de Buenos Aires

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