Con la comida no se juega

 

 

por Cristina Sottile

Esto nos decían en casa, cuando con mis hermanas hacíamos bolitas de miga de pan para ser usadas como proyectiles, o cuando se nos caía el pan al suelo. Esto era extensivo a cualquier alimento, pero el pan tenía una categoría que no tenía el resto, era una especie de comida sagrada.
Y no tenía que ver esto con cuestiones religiosas, ya que este tipo de cosas no eran de las que se llevaban a la mesa; mucho más tarde comprendí el valor cultural y social del pan como alimento arquetípico, cosa que mi familia no hubiera enunciado nunca, pero sabía. Porque se conjugan en el pan los trabajos de la Naturaleza para producir el grano, mas el trabajo humano aportando valor y riqueza al bien extraído de la tierra, que deviene pan.
Los alimentos, imprescindibles para la Vida, tienen para nosotros los animales humanos un valor que excede su capacidad de saciar el hambre: tienen una carga cultural que es una construcción social. No comemos cualquier cosa, aprendemos a comer: aprendemos que es comida y que no, como se come, donde se come, con quien se come y cuando se come. Hay comidas que nos resultan repugnantes porque no pertenecen a nuestra cultura, porque no fuimos enseñados a apreciarlas como tales. O por prescripciones o proscripciones religiosas, que también son construcciones culturales.
Así, si pensamos que estamos eligiendo comer solamente sobre la base de las necesidades y lo aprendido, hoy en día estamos equivocados.
En primer lugar, porque la definición de alimento como bien de mercado en lugar de ser definido como derecho, permite la acción comunicacional de las industrias alimentarias, introduciendo nuevos modos de alimentación y la consiguiente modificación de saberes alimentarios, no necesariamente para mejorar nuestra vida.
En segundo lugar, porque para elegir que es lo que comemos, hay que tener en cuenta tres aspectos que son condicionantes sobre esta elección: la producción de los alimentos, la disponibilidad de los mismos, y si esto estuviera asegurado, la accesibilidad a dichos alimentos. De nada sirve el alimento disponible si no se puede acceder al mismo. De nada sirve a los fines de la alimentación de un pueblo, que se produzca en cantidad suficiente, si no está disponible ni accesible.
Es por este motivo que son necesarias políticas de Estado destinadas a garantizar la Soberanía Alimentaria.
Ejemplo de estas políticas de Estado pueden mencionarse dos, a principios del Siglo XX, que son la base de la seguridad social en los Estados modernos: una de ellas es la de Beveridge, en Inglaterra, que en 1911 implementa jubilaciones y pensiones, y posteriormente en el período entre las grandes guerras, declara el alimento bien social, instalando el sistema de racionamiento en dicho país.
Pero hay un ejemplo previo, y es el caso de Alemania en 1883, en la cual Otto von Bismarck (quien no puede ser sospechado de portar ideologías de izquierda) instala el primer programa integral de seguridad social: jubilaciones, pensiones, atención para la salud, y aportes económicos a personas con discapacidad entre otros beneficios.
Bien, una vez expuesto esto, que pretende dejar clara la cercana relación del alimento y el derecho al mismo con las políticas públicas, podemos inferir mediante un simple acto de razonamiento, que a través de las políticas de Estado relacionadas a la alimentación puede leerse el posicionamiento político y económico de un gobierno cualquiera.
Desde que el neoliberalismo rampante adjudica a todo un precio en el mercado, el alimento como tal también es considerado bien de mercado: exportable, objeto de diversión, motivo de concursos, platos preparados con criterio estético más que alimentario, y la primer consecuencia de esta frivolización de la comida, es dejar de considerar el acceso a la misma como derecho.
Escandalosamente, hemos visto en la CABA, la ciudad más rica del país, una pauperización en la comida de los comedores escolares: subejecución de presupuestos, comida de mala calidad nutritiva, menores porciones, llegando a la indignidad de servir como postre 5 gajitos de mandarina (CABA, 2018). No una mandarina, algunos gajos.
Inspirados en una interpretación rara de la nutrición, además, lanzan en Abril de 2018 el plan CHAU PANERA, una auténtica burla a nuestros chicos, que no pueden comer en su casa y ahora también de la escuela se van con hambre, la agresión más odiosa que se le puede infligir a cualquiera pero especialmente a un niño: todo su futuro se ve comprometido de manera irreversible.
Sobre una construcción cultural que dice que el pan engorda, se les saca el pan de la mesa. A chicos que están creciendo y necesitan el aporte energético además de los valores nutritivos. Y sin sustituirlo por otra cosa.
Les sacan la comida de la mesa. Literalmente.
Eso sí, los banquetes que se dispensan a sí mismos los funcionarios que hambrean a los escolares, no incurren en restricciones de calorías ni de presupuestos. Basta ver la vergonzosa puesta en escena en el almuerzo para agasajar al G 20 y la enviada del FMI.
El segundo caso, tiene que ver con la frivolización del alimento como objeto de entretenimiento.
Conocemos la periódica invasión de nuestros espacios públicos con el invento del Buenos Aires Market, donde se ofrecen para la venta alimentos artesanales, orgánicos, preparaciones caseras, dicen.
Eso sí, cuando un grupo de productores de la Provincia de Buenos Aires llega a Plaza Constitución para ofrecer sus productos (también orgánicos, sembrados en huertas familiares) evitando intermediarios, e ignorando a la multitud que se acerca con la esperanza de acceder a algún ají, una berenjena, algo, se implementa una represión salvaje donde puede verse la imagen ignominiosa de los cascarudos de la Policía de la Ciudad arrojando gas pimienta contra los portadores de lechuga.
La nota de color que me gustaría dejar es la mención de la feria anual MASTICAR que organiza el gobierno de la CABA. La participación en la misma, así como en las ferias de las plazas, no es gratuita, por supuesto.
Y MASTICAR no es comer. No es alimentarse. Si quieren se puede admitir que es lo primero que se hace cuando nos llevamos el alimento a la boca.
Pero no es comer: se mastica un chicle, se mastica tabaco, se mastica por ansiedad, por gula, por depresión, por frivolidad, por tener algo que hacer.
Comer, alimentarse, esa esencial actividad sin la cual la Vida es imposible, es otra cosa, y su definición no está incluida en el diccionario político del gobierno neoliberal que estamos sufriendo.


Fotografía de portada tomada por el cronista gráfico Bernardino Álvarez ( Página /12) en febrero de este año, cuando la Policía de la Ciudad reprimió a integrantes de la Unión de Trabajadores de la Tierra que intentaban montar una feria para vender sus productos a precios accesibles en el barrio de Constitución.

Comentarios

  1. Excelente la nota !! Es vergonzoso lo que hacen y realmente ver el hambre de la gente te hace sentir una mezcla de ira y dolor … una angustia difícil de expresar … especialmente en los ancianos que seguramente han tenido una vida de trabajo o de esfuerzos y de lucha … un gobierno como el que tenemos es avergonzante e inmoral !!

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