
Tomamos la palabra
De una vez por todas las voces negras no llegaron como un eco lejano. Hablaron al centro. Y el centro, por fin, se desarmó un poco.
por Melina Schweizer
El pasado 8 de mayo de 2025, en pleno microcentro porteño, las paredes acristaladas de FLACSO se llenaron de algo más que teoría. Se colmaron de historia encarnada. De cuerpos negados que esta vez entraron sin pedir permiso, trayendo consigo la urgencia de siglos postergados. Fue el Primer Encuentro de Cátedras, Centros de Investigación y Experiencias de Inclusión Afrodescendiente en la Educación Superior, y no se trató de un evento más, sino de un llamado. Un gesto político. Un quiebre en la quietud académica que sigue creyendo que enseñar es hablar sin haber escuchado nunca.
Desde temprano, mujeres de mirada firme, trenzas erguidas y mochilas llenas de papeles y memoria comenzaron a ocupar el auditorio: Afroargentinas que llevan décadas abriendo camino donde todo les fue negado; migrantes afrodescendientes que lograron entrar a la universidad desafiando la doble frontera del racismo y la extranjería; lesbianas, travestis, trans y no binaries negras que, aún con el peso de múltiples exclusiones, sostienen espacios donde la academia sigue diciendo que no hay lugar. Muchas de ellas disputan su derecho a existir en aulas que todavía enseñan como si sus historias no importaran. Son las que armaron cátedras con lo mínimo, militando saberes en horarios marginales, sin recursos, sin titularidad, sin voz institucional. Pero ahí estaban. Enteras. Presentes. Con la dignidad de quien sabe que no vino a pedir permiso, sino a transformar.
A las 16 horas, cuando subió al escenario la costarricense Epsy Campbell Barr, algo se quebró. Exvicepresidenta de Costa Rica, sí. Presidenta del Centro para el Deporte y los Derechos Humanos en Ginebra, también. Y expresidenta del Foro Permanente sobre los Afrodescendientes de la ONU, donde continúa como miembro activo. Pero, sobre todo, una voz negra que no negocia su origen. No vino a ofrecer caridad académica, vino a tender puentes entre el reconocimiento y la transformación, señalando con claridad que la inclusión no puede seguir siendo una promesa indefinida escrita en futuro, mientras el presente continúa reproduciendo desigualdades estructurales. Su voz no acusa: interpela. Propone. Invita a imaginar una educación donde la diversidad afrodescendiente deje de ser una excepción y se convierta en parte viva del conocimiento legítimo.
“La educación no es un favor que se nos hace. Es una reparación que se nos debe”, dijo, sin levantar la voz. Y en ese tono calmo, que no necesita gritar para hacerse sentir, sus palabras dejaron una marca. Habló de racismo estructural, sí, pero también de la necesidad de pasar del reconocimiento simbólico a políticas reales, sostenidas y con recursos. Señaló los límites de una inclusión que muchas veces se queda en gestos, como murales o eventos, mientras estudiantes afrodescendientes enfrentan barreras más sutiles, pero igual de violentas, para permanecer en la educación superior. Habló de alianzas, pero no para aplaudir lo ya hecho, sino para invitar a construir vínculos valientes, capaces de revisar lo que se enseña, cómo se enseña y desde dónde se piensan los saberes. Porque estamos en el sur, y eso importa. Porque la justicia académica no se improvisa: se estructura.
La sala aplaudió, pero no por costumbre. Aplaudió como quien asiente con el cuerpo entero, como quien se reconoce en la palabra ajena. Porque esa tarde, muchas supieron que no estaban solas. Que hay red. Que hay nombres. Que hay otras que también, desde una oficina, una silla, una investigación, están hurgando la grieta del saber colonizado.
El evento fue organizado por la Agrupación Xangô, el Grupo de Trabajo CLACSO sobre Afrodescendencias, el programa UNIAFRO de la UNSAM y la AINLAC, con el apoyo formal de FLACSO. Pero la verdadera organización venía de mucho antes. De esos espacios íntimos donde el conocimiento se comparte con generosidad: grupos de lectura organizados en casas prestadas, charlas entre compañeras al terminar la jornada, tesis escritas con esfuerzo, aun cuando no encajan del todo en los marcos académicos tradicionales. Venía del deseo profundo de justicia de quienes cursan sabiendo que sus nombres son pronunciados con dificultad y sus trayectorias muchas veces vistas con desconfianza, pero que aun así insisten. Persisten. Y construyen, paso a paso, una pedagogía propia, tejida entre saberes afrocentrados, experiencia vivida y resistencia cotidiana.
Y si algo dejó claro este encuentro, es que la transformación educativa no vendrá únicamente desde las estructuras consolidadas, sino desde la fuerza colectiva de quienes, durante siglos, han sido nombrados apenas en los márgenes. El cambio empieza cuando las personas afrodescendientes dejan de ser objeto de estudio para convertirse en autoras, docentes, rectoras, investigadoras, evaluadoras y decisoras de políticas educativas. Cuando la universidad empiece a reflejar con mayor justicia la diversidad de voces, historias y saberes del pueblo que dice representar.
Esa tarde en FLACSO no fue una ceremonia para la foto ni una postal de compromiso simbólico. Fue una invitación a abrir puertas, a ensanchar los márgenes, a escuchar con seriedad aquello que durante tanto tiempo fue silenciado. Fue una grieta en el relato académico dominante, de esas que no destruyen, sino que anuncian que hay otra forma de construir conocimiento: más plural, más situada, más humana.
Porque ya no se trata solo de ser incluidos. Se trata de redefinir las reglas del juego. De imaginar una educación que no se limite a integrar cuerpos diversos, sino que cuestione desde la raíz qué saberes, qué voces y qué memorias merecen ocupar el centro.
Al día siguiente, la fuerza colectiva no se detuvo. Se trasladó al Hotel Metropolitano Supara, en el corazón de la Ciudad de Buenos Aires, donde comenzó el Taller Nacional de Formación Política para Mujeres Líderes Afrodescendientes MLBTTNBI+. Allí, entre abrazos reencontrados, cantos de apertura y miradas que ya no se sienten solas, la política se pensó desde el cuerpo, la memoria y el territorio. No como un terreno exclusivo de partidos o campañas, sino como una práctica cotidiana, una forma de habitar el mundo con dignidad y estrategia.
El taller no empezó desde cero: llegó precedido por años de militancia, por historias de exclusión convertidas en discurso, y por una certeza compartida entre las participantes: la representación no basta si no se transforma el poder. Desde mesas de trabajo hasta intervenciones artísticas, desde agendas públicas hasta alianzas inesperadas, el encuentro se fue armando como una hoja de ruta afrocentrada, feminista e interseccional, para pensar el presente y disputar el futuro.
Porque en Argentina, ser mujer, negra, migrante, travesti o indígena, y además querer hacer política, sigue siendo un acto de resistencia. Y en ese salón del hotel Supara, esa resistencia se volvió programa, propuesta, red. No para pedir lugar, sino para tejer un poder que ya existe —aunque muchos aún no lo vean— y que cada vez se organiza mejor.