
Relatos Indómitos
Diminuta
por Marta García
En nuestro enorme pueblo sin fantasía vive una diminuta niña con imaginación. Ella no camina. Se desplaza, etérea, a bordo del filamento de un plumerillo. Al verla volar, nuestros borcegos caen muertos de amor y de envidia contra calles polvorientas sin municipio.
Como se pierde con facilidad en espacios grandes, busca siempre los pequeños. Ya nos acostumbramos a encontrarla dentro del cajón de botones de la mercería, pegadita al borde de la lata del dulce de batata del almacén o meciéndose dentro de media cáscara de pistacho en la dietética.
Quizás porque le tenemos miedo a los desafíos no aparecen nuevos emprendimientos en el pueblo, por lo que los sitios en los que suele aventurarse son siempre los mismos. De todos modos, su risita de insecto siempre nos advierte en dónde está, por si acaso ese día nos distraigan las ofertas y la aplastemos. Su sola existencia le da un propósito a nuestra rutinaria vida comunal.
De un día para otro no la vimos más. Sospechamos que se debe haber aburrido de perderse siempre en lugares viejos y se fue al encuentro de emociones nuevas. Pero en un pueblo con muchos baches y poca iluminación, su casi imperceptible vida corre peligro.
Salimos a buscarla sin hacer ruidos por si escuchamos su risita de insecto, y para lograrlo se nos ocurrió una idea: ponernos de pie, en puntitas de pie.
Como no aparece por ningún lado, nos hemos dado por vencidos y dejamos de caminar como bailarinas. Qué difícil es asumir una derrota. Y encima no nos está resultando fácil aceptar que nuestro enorme pueblo sí tenía una fantasía, diminuta pero vital. Y que nos dimos cuenta cuando la perdimos.
No deberíamos haber caminado en puntas de pie. Deberíamos haber volado como ella.