
Crónicas VAStardas
Cristifest
por Gustavo Zanella
Ni bien sale el fallo contra Cristina, la muchachada se vuelca a las calles por miedo al quilombo. Actitud peronista: de casa al trabajo y del trabajo a casa, en lo posible rápido y sin politraumatismos.
A todos se les ocurrió lo mismo. El metrobús rebalsa de gente, y eso que muchos se apiolaron de arrancar temprano para evitar precisamente esto. La calle es un hervidero de policías. Hay tortugos con ganas de pegar, policías con motos grandes, chiquitas y medianas; policías de tránsito, carros hidrantes y agentes de civil a los que se reconoce por el corte de pelo, la forma de caminar y las manos sin marca alguna de trabajo honesto. Van y vienen mirando, pispeando con desconfianza cada caripela. Incluso un contingente de extranjeros que hace fila frente a una parrilla ultrabacana sobre la calle Estados Unidos se pega un julepe padre cuando los milicos que van en 2 motos comienzan a gritar dándole instrucciones al del micro que los traía para que no corte la intersección de calles. El traductor que va con ellos hace contorsiones idiomáticas para tratar de explicar lo que pasa. Los tipos no entienden nada. Uno comenta en uno de los idiomas del Señor que al salir del hotel se cruzó con una columna de apoyo que derrochaba amor y compromiso por la líder. Otro cuenta que un mozo del hotel le dijo que se trataba de una corrupta que hace años debería estar presa. Como si fuera una charla en el vestíbulo de la Torre de Babel, los extranjeros no se ponen de acuerdo si es un momento feliz o triste. Paso justo cuando el de la puerta de la parrilla le pone unos billetes en el bolsillo al traductor y la muchachada enfila hacia adentro manoteando una picada de salamines y queso roquefort que una moza en microminifalda les ofrece con una sonrisa.
Los civiles comunes y corrientes vamos con el paso raudo porque nunca se sabe. A metros de la parrilla hay un bar con mesitas que siempre está lleno de jóvenes y no tanto, que tienen la libertad de beber y fumar marihuana a sus anchas sin que los molesten porque por lo general portan dólares y rostros blancos. Una pibita de unos veinte pirulos está dando un discurso sobre los peligros del partido judicial en democracia, convence a quienes están con ella -serán unos 7 u 8-, y encaran para la Av. 9 de Julio. Van a lo de Cristina, cervezas en mano y look clase media progre. Cantan una versión de la marcha peronista tan estrambótica que bien podrían entonarla Tan Biónica, Tambó Tambó o Marta Argerich. Los sigo a cierta distancia, no sea cosa que los agarren al boleo y me coma un palazo o una bomba de humo. Uno que va último, francamente bebido y poco convencido del plan, me pregunta si van bien rumbeados; que él cree que Cristina vive en Puerto Madero, en la Rosadita. Le digo que me parece que está confundido, que sí van en la dirección correcta, pero que no estoy muy seguro de cuántas cuadras son, que lo más razonable es que sigan a la policía y a la gente. Me agradece, apura el trotecito hasta sus amigos y se suma a los cánticos. Ni él ni su grupo tienen facha de confundirse con militantes de la CGT, ATE o de la Unión de trabajadores de la economía solidaria, pero como dijo alguna vez el Pollo Sobrero, si para hacer la revolución sólo nos juntamos con los buenos, no sumamos ni para un partido de metegol.
Cuando llego a Av. San Juan veo que hay 150 policías. Tensos, atentos, mitad bola de nervios, mitad boludos nerviosos al garete porque la monada está tranquila. Ocupan las veredas de un lado y otro. No hay esquina o plazoleta en la que no haya al menos uno. Como ya estoy en la zona, camino un par de cuadras más y voy a hasta la casa de Cristina. No soy peronista, ella no me cae bien, pero no almorcé y los mejores choripanes se venden en sus actos. No la pifio. Está hasta la manija de gente, los puestitos están hace rato y tienen el morfi a punto caramelo. Le pregunto al vendedor cómo hicieron para llegar tan rápido y me dice que ya tenían todo listo, que habían estado amenazando toda la semana y que no había nadie que no supiera que hoy era el día. Tiene toda la razón. Hay vendedores de banderas y merchandising nac&pop, remeras, pins, stickers con frases latinoamericanistas. A una cuadra hay un viejo haciendo garrapiñadas para ganarse unos mangos y los que pasan le tiran en plan chanza:
– ¿No serás el gorila Copito, vos?, ¿no?
El viejo levanta las manos con una sonrisa nerviosa y conveniente.
Doy una vuelta del perro, como cuando iba al boliche. No veo a nadie conocido. A Cris no llego a verla, sí a sus bandas soporte, un grupo de diputados y senadores que arenga como si fuera su momento. Hay un aire a toma de la Bastilla agitado artificialmente por la misma gente, como si hubiésemos ganado un mundial en vez de estar reclamando por una condena floja de papeles. Los pibitos progres que vinieron agitados por la veinteañera de San Telmo están desperdigados. Unos saltan, otros lagrimean; el borrachín pregunta en uno de los puestitos si le venden una Pepsi, pero como solo hay Pritty limón, decide quedarse con sed.
Me voy. Desando unas cuadras, y me encuentro con que toda la policía desapareció en un lapso de 15 minutos. En la esquina del canal 13 había un hidrante. Ahora hay un colectivo escolar con 20 tipos con camperas nuevas y brillantes, como si fueran muñequitos Michelin o el Hombre de malvavisco de los cazafantasmas. Todos tienen el escudito peronista. Solo queda un policía viejo, pelado, de bigotes canos hablando con uno de los de campera frente a una casa que vende pilas y baterías. Suena raro, pero si Animal Planet tiene un programa de amistades desparejas, ¿por qué desconfiar de la humanidad? A media cuadra se ve un patrullero de la policía de la ciudad con dos milicos tomándose unos mates.
Llego al centro de Constitución. En la parada no hay nadie. Como signo es confuso. O ya se fueron todos, o va a pasar algo de lo que no me enteré. Cuando somos unos pocos en la fila, viene el bondi. Uno le pregunta al chofer que qué pasó. El cagazo de que los surtan, nos dice. Es el último, se cortan, no sea cosa que les rompan un bondi. Los que lleguen después, que se jodan. Viajo 2 horas. Al llegar a mi casa veo que apedrearon Canal 13. Los que salen en los videos son los del bondi escolar. Los periodistas impostan indignación. Hacen un paneo de la zona. El patrullero sigue en el mismo lugar.
El asunto me deja un mal sabor en la boca. No es la desconfianza, es el choripán. Me dio acidez. La puta madre.