Día Nacional del Tango

Nacido en los márgenes del Río de la Plata hacia fines del siglo XIX, el tango es una pieza compleja y mutable de la cultura rioplatense: no un fenómeno aislado ni un simple baile de pareja, sino un proceso social que sintetiza migraciones, mestizajes, aspiraciones populares y nostalgias urbanas. Surgió en la confluencia de geografías y lenguajes: arrabales porteños y orilleros montevideanos, pulperías y conventillos, cuerdas de guitarras criollas, bandoneones traídos por manos europeas y letras que mezclaban lunfardo y ecos africanos con el castellano rural. Desde su génesis, el tango fue tanto sonido como forma de vida; tanto melodía para el salón como estrategia de supervivencia en la calle.

Su expansión internacional fue temprana y fulminante. París, siempre ávida de exotismos y modas, fue la urbe que,  alrededor de 1910, desató la primera ola de exportación cultural del género. Allí, el tango encontró un público dispuesto a disfrutarlo con sofisticación, adaptarlo a los salones y convertirlo en espectáculo. La mirada europea, a la vez fascinada y transformadora, elevó al tango a categoría de moda y, con el tiempo, de tradición estética. El éxito en los escenarios internacionales retroalimentó su prestigio local: la ciudad criolla que lo vio nacer se sorprendía al ver su música convertirse en emblema de la modernidad porteña y signo de la identidad rioplatense fuera de sus fronteras.

La llamada época de oro del tango, que se suele situar entre 1940 y 1955, consolidó esa proyección. Fue un período en el que la música y el baile alcanzaron un lugar central en la vida cotidiana: las orquestas se transformaron en grandes maquinarias culturales, los cantores en voces del deseo y la pena, y las milongas en espacios de socialidad masiva. Nombres como Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese, Francisco Canaro, Juan D’Arienzo y muchas otras formaciones se turnaron para fijar estilos, coreografiar emociones y ofrecer repertorios en radio, cine y clubes. El tango dejó de ser un subproducto marginal para convertirse en el hilo sonoro de la ciudad moderna: en radios, rotativas, cafés y fiestas familiares. La letra tanguera —con su explicitud emotiva y su ironía— narraba el afecto y el abandono, los remordimientos y las pequeñas heroicidades de la vida popular.

Pero la historia del tango no es lineal. Las transformaciones tecnológicas, los cambios en las modas musicales y los vaivenes políticos y económicos del país influyeron en sus posibilidades. Hubo décadas en que el tango pareció ceder terreno frente a nuevos géneros y a la masificación de la cultura global; sin embargo, su cuerpo musical y su gramática de movimiento continuaron latiendo en clubes y hogares. Fue en la segunda mitad del siglo XX cuando el tango comenzó a reconfigurarse: se reinventó en arreglos, recuperó repertorios olvidados y polarizó nuevas audiencias que lo llevaron nuevamente a escenarios internacionales, hasta lograr una revitalización notable y sostenida.

Nuevas orquestas, talleres pedagógicos, festivales, milongas y escuelas surgieron o se reorganizaron, vibrando a distintos ritmos y con diversas estéticas. Se multiplicaron iniciativas que rescatan archivos, publican investigaciones, producen discos y forman bailarines y músicos. La emergencia de bailarines jóvenes y la reinterpretación de repertorios clásicos, junto a la experimentación con nuevos lenguajes sonoros, consolidaron al tango como una tradición viva, capaz de dialogar con el presente sin perder su memoria.

En ese recorrido, las figuras señeras siguen ocupando un lugar simbólico. Carlos Gardel y Julio de Caro encarnan, hasta hoy, dos vertientes complementarias: la voz y la orquesta; la canción y la modernidad instrumental. La coincidencia de sus nacimientos —Gardel en 1890 (con debate sobre la fecha y el lugar exactos) y De Caro en 1899— terminó por convertirse en un signo conmemorativo que Ben Molar propuso en 1965. La propuesta encontró eco y a partir de 1977 se oficializó el 11 de diciembre como Día Nacional del Tango. Esa fecha convoca a revisar la historia, la evolución y el impacto global de un género que en 2009 fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Este reconocimiento fue la confirmación de la densidad histórica y simbólica del tango.

Más allá del ritual conmemorativo, la celebración de esta fecha funciona como la afirmación de que el tango  es presente que se reinventa. Las milongas siguen siendo espacio social donde se negocian identidades generacionales; las orquestas que tocan en vivo dialogan con DJ y formatos electrónicos; las escuelas enseñan pasos históricos y coreografías contemporáneas; las letras recuperadas y las nuevas composiciones aportan sentido a una experiencia estética que sigue interpelando. Las prácticas del tango producen también memoria urbana: barrios, cafés, salones de barrio y salas de ensayo preservan testimonios materiales y emotivos de esa actividad colectiva.

El fenómeno no es exclusivamente porteño: el tango es una melodía internacional. Sus ecos recorren ciudades de Europa, Asia y América, donde comunidades locales reinterpretan el género con acentos propios. Festivales internacionales, encuentros de orquestas y competencias de baile muestran hoy una vitalidad que cuestiona la idea de un tango estático y clausurado.

Hoy, reafirmar el valor del tango implica reconocer su capacidad para articular memoria y contemporaneidad. Las políticas culturales, las investigaciones musicológicas, las ediciones discográficas y la pedagogía tanguera contribuyen a mantenerlo vital. Pero también lo hacen los hacedores menos visibles: los cuidadores de salones, las parejas que cada fin de semana van a bailar, los jóvenes que se forman en escuelas y los oyentes que vuelven a descubrir una canción antigua en una película o una serie.

En suma, el tango se presenta como una historia compartida: una memoria que vibra en los barrios, en los cafés, en las salas de ensayo, en las milongas y en quienes lo bailan o lo cantan. Es una tradición que no pretende sentirse museo, sino taller; no se juega solo en el recuerdo, sino en la experiencia cotidiana.

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