La Semana Trágica

Parque Patricios es un barrio cargado de historia de luchas, trabajo y mártires. En el cruce de la calle Pepirí (hoy Atuel) y Amancio Alcorta, a escasas cuadrasde la sede del gobierno de Buenos Aires, se encontraba el edificio de la Unión Obrera Metalúrgica donde, el 7 de enero de 1919, la policía masacró a los obreros de los talleres Vasena que protestaban por una jornada laboral de ocho horas. Las oficinas de Vasena estaban ubicadas en el barrio de San Cristóbal, donde hoy se emplaza la Plaza Martín Fierro, mientras que los depósitos de la empresa estaban situados a lo largo del río Riachuelo. Fue en estos tres lugares donde, hace 106 años, se produjeron los principales acontecimientos que desembocaron en la Semana Trágica.

Preludio
El 2 de diciembre de 1918, los 2.500 obreros de los talleres Vasena se declararon en huelga. Sus reivindicaciones incluían una jornada laboral de ocho horas, condiciones de trabajo higiénicas y salarios justos, que fueron recogidas en el Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos y presentadas a la empresa. El propietario de los talleres, Alfredo Vasena, se negó a aceptar la petición o a reunirse con la delegación sindical, considerándolo una afrenta. Entonces pidió ayuda a su abogado, Leopoldo Melo, un acérrimo defensor del Partido Radical alineado con Yrigoyen, que contrató a bomberos y policías para disuadir a los huelguistas pegados a las puertas de la fábrica.

Ante ignominia de la patronal, los trabajadores intensifican sus acciones organizando piquetes para impedir el traslado de materiales del almacén a la fábrica. En lugar de negociar con sus operarios,  Vasena contrata a un grupo de antihuelguistas conocido como los «rompehuelgas». Organización civil armada creada por Joaquín Anchorena, ex presidente de la Sociedad Rural Argentina, que tiene como propósito utilizar medios violentos para detener las huelgas obreras.

El presidente Hipólito Yrigoyen autoriza la entrega de armas a los «rompehuelgas», lo que desencadena una escalada violencia que se salda con trabajadores y vecinos heridos. Como también en el creciente descrédito y la pérdida de confianza en las fuerzas de seguridad, como lo demuestra la sustitución del Jefe de Policía por Miguel Luis Denovi el 19 de diciembre.  Días  después, el 26 de diciembre, el rompehuelgas Pablo Pinciroli dispara en la cara a una niña que camina por la vereda. Este hecho, sumado al despretigio de las fuerzas de seguridad, aumenta el apoyo hacia los huelguistas de vecinos, comerciantes y sindicatos. Para demostrar su solidaridad, los trabajadores portuarios y marítimos se negaron a manipular o transportar materiales para los Talleres Vasena. A medida que la huelga continua, la violencia policial junto con la de los «rompehuelgas» aumenta. El 30 de diciembre, el agente Oscar Ropts disparó a sangre fría contra el obrero anarquista Domingo Castro. Al día siguiente, 1 de enero de 1919, Constantino Otero -compañero de trabajo y de huelga- fue igualmente herido de bala.

Tras un mes de huelga, los trabajadores están exhaustos, pero perseveran. El 3 de enero de 1919, la policía participa en un tiroteo frente a la sede del sindicato de Amancio Alcorta y Pepirí. Flora Santos, Juan Balestrassi y Vicente Velatti, vecinos del barrio, resultaron gravemente heridos. Al día siguiente, estalla otro enfrentamiento en el mismo lugar. Trabajadores y vecinos levantaron barricadas, rompen tuberías de agua e inundaron las calles. La policía se ve obligada a retirarse, cuenado el cabo Vicente Chávez es heridod de muerte . Los periódicos matutinos del 5 de enero calificaron la lucha obrera de «huelga sangrienta».

La tempestad
La tarde del martes 7 de enero de 1919, se inicia la Semana Trágica. Aproximadamente cien policías y bomberos armados con fusiles Mauser, apoyados por los rompehuelgas, que disparan carabinas Winchester, arremeten contra el Sindicato de la esquina de Pepirí y Amancio Alcorta. Durante casi dos horas disparan dos mil proyectiles contra casas de madera, huelguistas y vecinos. Entre los atacantes se encuentra Emilio Vasena, uno de los propietarios de la empresa.

Los proyectiles perforan las flacas paredes de las viviendas de los obreros, destrozan ventanas, espejos, vitrinas. Aterradas, las madres refugian a sus hijos debajo de las camas. La balacera arroja como resultado tres trabajadores acribillados y treinta heridos. Un cuarto trabajador es asesinado a sablazos por la policía montada. Las víctimas son: Juan Fiorini, argentino, 18 años, soltero, jornalero de la fábrica Bozzalla Hnos., asesinado mientras estaba tomando mate en su domicilio de un balazo en la región pectoral. Toribio Barrios, español, 50 años, casado, recolector de basura, asesinado a sablazos en el cráneo en avenida Alcorta 3189. Santiago Gómez Metrolles, argentino, 32 años, soltero, asesinado cuando se refugiaba en una fonda de un balazo en el temporal derecho. Miguel Britos, casado, jornalero, muerto a consecuencia de heridas de bala. Ninguno de ellos era empleado de Vasena y, según el parte policial publicado en el diario La Nación del día siguiente, ninguno fue muerto en actitud de combate, ni se encontraba agrediendo de palabra a las fuerzas policiales. Ese mismo parte policial indica también, que tres policías recibieron lesiones mínimas y sólo uno recibió una herida de cuchillo.

Tras la masacre, Alfredo Vasena, acepta reunirse con los delegados gremiales en el Departamento de Policía. Ofrece la reducción de la jornada laboral a 9 horas, un 12 por ciento de aumento de jornales y la admisión de nuevos trabajadores. Se llega a un principio de acuerdo que se concretará al día siguiente en la sede de la empresa. Pero el conflicto no ha finalizado. Los asesinatos han provocado indignación entre los obreros y los sectores populares del sur de la Ciudad. Las personas salen a la calle y comienzan a congregarse en los locales sindicales donde está velando a los trabajadores asesinados.

La mañana del miércoles 8 de enero, los miembros del sindicato metalúrgico se presentan en la sede la empresa Vasena para terminar las negociaciones. Alfredo Vasena impide el ingreso de los dirigentes sindicales, argumentando que no son empleados de la empresa. Se niega a negociar cualquier modificación a lo acordado el día anterior. El sindicato pretende un mayor aumento, equiparación salarial entre secciones y géneros, jornada de 8 horas, no obligatoriedad de las horas extras, las que deberían pagarse con un suplemento del 50% o 100% los domingos. La negativa de la empresa a negociar, a pesar de la tragedia del día anterior, hace caer el precario acuerdo conseguido bajo presión. El conflicto se generaliza. Las fábricas y establecimientos metalúrgicos de la Ciudad suspenden las tareas. Los sindicatos repudian la matanza y declaran la huelga general para concurrir al entierro de los obreros asesinados.

El jueves 9 de enero de 1919 la ciudad de Buenos Aires amanece paralizada. Los comercios están cerrados. No hay transporte público. La basura se acumula en las esquinas. Los canillitas venden únicamente los diarios anarquistas La Vanguardia y La Protesta. Ambos titulan: “El crimen de las fuerzas policiales, embriagadas por el Gobierno y Vasena, clama una explosión revolucionaria”.
El serpenteo de compactas columnas de trabajadores y trabajadoras es el único movimiento de la jornada. Son hombres, mujeres y niños, que marchan para homenajear a sus mártires y repudiar la represión policial y parapolicial.

El cortejo fúnebre parte a las tres de la tarde, a la cabeza se sitúa la “autodefensa obrera”, unos cien trabajadores armados con revólveres y carabinas. Detrás, una compacta columna de miles de personas. El cortejo enfila por la calle Corrientes hacia el Cementerio de La Chacarita , a la altura de la calle Yatay, policías y bomberos efectúan disparos desde dentro de un templo católico por las consignas anticlericales de los anarquistas. La multitud resiste el tiroteo y a las 17 horas llega al cementerio de la Chacarita, mientras habla el dirigente Luis Bernard de entre los muros del cementerio emergen policías y militares que se precipitan sobre la multitud y disparan a quemarropa. Se trata de una nueva emboscada que se cobra cien vidas y deja un tendal de cuatrocientos heridos. Los diarios de la época hablaron de tan sólo 12 muertos y casi doscientos heridos. La prensa obrera habló de 100 muertos y más de cuatrocientos heridos. Ambas coincidieron en que entre las fuerzas militares y policiales no hubo bajas. La impunidad de las fuerzas de seguridad va en aumento.

El pueblo no se amilana y sigue en la calle exigiendo justicia. La huelga general continua. Mientras se produce la masacre de la Chacarita un grupo de trabajadores rodea los talleres Vasena y está a punto de incendiarla. En el interior del edificio se encuentra Alfredo Vasena, Joaquín Anchorena y un empresario británico, flamante comprador de la metalúrgica. El embajador británico se comunica con la Casa Rosada. Tras la reprimenda del representante de la Corona inglesa, Hipólito Yrigoyen pide la renuncia al Jefe de Policía y nombra en ese cargo al hasta entonces ministro de Guerra, Elpidio González. También designa por decreto al general Luis J. Dellepiane a cargo de la Policía Federal.

Tras conseguir un aumento del 20 por ciento para las fuerzas policiales, Elpidio González parte junto a Marcelo T. de Alvear a parlamentar con los obreros. No son bien recibidos. El auto del jefe de policía es incendiado por la multitud. González vuelve en taxi a su despacho. De inmediato, envía un centenar de bomberos y policías a disparar sobre los manifestantes. El parte policial da cuenta de 24 asesinatos y 60 heridos.

El germen de la grieta
El fantasma de la Revolución Bolchevique, los soviets de obreros y el levantamiento de campesinos en Rusia, aterra a la oligarquía terrateniente argentina. “Hay que frenar el torrente revolucionario”, dicen y exigen mano dura contra los obreros insurrectos. Consideran también que  Hipóolito Yrigoyen es flojo,  un incapáz… Como respuesta a  la insurrección de los  trabajadores y con el propósito de disciplinarlos, un grupo de jóvenes de la alta sociedad porteña se reúne en la confitería París del barrio de Retiro, para armarse su propia defensa. En los salones del Centro Naval de Florida y Córdoba reciben instrucción militar de los contralmirantes Manuel Domecq García y Eduardo O’Connor. «Buenos Aires no será otro Petrogrado», exclama O’Connor en ese contubernio e invita a la “valiente muchachada” a atacar “rusos, judios y catalanes en sus propios barrios para que no se atrevan a venir al Centro”.

Los jovenes que parten del Centro Naval con brazaletes celestes y blancos y armas automáticas, conforman la Liga Patriotica Argentina, una fuerza parapolicial presidida enn primera instancia por Domecq García, luego por  Manuel Carlés y  más tarde por Pedro Cristophersen, que en complicidad con las fuerzas de seguridad, actúa con total impunidad. Al grito de “Viva la Patria”, se introducen armados en las barriadas obreras, sedes sindicales,  bibliotecas obreras,  redacciones de los periódicos socialistas y anarquistas para incendiarlos y destruirlos.

El barrio judío de Once es atacado con saña. Empecinados en la “caza del ruso”, los jóvenes libertarioss incendian sinagogas y bibliotecas de Avangard y Paole Sión. También atacan a transeúntes, particularmente a quienes visten alguna prenda que determina su pertenencia a la colectividad judía. La agresión no respeta sexo ni edades. Los “defensores de la familia y las buenas costumbres” golpean con cachiporras y culatas a ancianos, arrastran de los pelos a mujeres, se ensañan con los niños.

El 11 de enero el gobierno de Hipólito Yrigoyen llega a un acuerdo con la Federación Obrera de la República Argentina (FORA). Acepta liberar a los 2000 obreros encarcelados; acepta otorgar un aumento salarial de entre un 2o y un 40 por ciento; acepta establecer una jornada laboral de nueve horas y acepta la reincorporación de todos los huelguistas despedidos. Tras el acuerdo, la FORA y el Partido Socialista ponen fin a las medidas de fuerza. Ese día, el vespertino La Razón titula: “Se terminó la huelga, ahora los poderes públicos deben buscar los promotores de la rebelión, de esa rebelión cuya responsabilidad rechazan la FORA y el PS…”.

El dolor y la conmoción popular continúan. Los trabajadores se muestran renuentes a volver a sus trabajos. En las asambleas sindicales las mociones por continuar la huelga general se suceden. Por su parte, el brazo anarquista de la FORA se opone a levantar la medida de fuerza y decide “continuar el movimiento como forma de protesta contra los crímenes de Estado”.

El martes 14 de enero, Luis Dellepiane, el flamante jefe de la Policía Federal, recibe por separado a las dos vertientes de la FORA y se compromete a suprimir la ostentación de fuerza por las autoridades y el respeto del derecho de reunión de los obreros como condición para hacer cesar la huelga. Ese mismo día, a manera de demostración de fuerza, la policía y la Liga Patriótica saquean y destruyen la sede del periódico anarquista La Protesta.  Dellepiane amenaza con su renuncia, para impedirlo, Hipólito Yrigoyen ordena la inmediata libertad de todos los obreros detenidos.

El jueves 16, Buenos Aires es una ciudad casi normal. Circulan los tranvías, hay alimentos en los mercados, los cines y los teatros vuelven a abrir. Las tropas retornan a los cuarteles y, lentamente, los trabajadores ferroviarios retoman los servicios.

El lunes 20 los obreros de Vasena, tras comprobar que todas sus reivindicaciones habían sido cumplidas y no quedaba ningún obrero despedido ni sancionado, deciden volver a sus puestos de trabajo.

Epilogo
La rebelión social duró exactamente una semana, del 7 al 14 de enero de 1919. La huelga triunfó a un costo enorme. El precio no lo pusieron los trabajadores sino los dueños del poder, que hicieron del conflicto un caso testigo en su pulseada con el Gobierno, al que consiguieron presionar en los momentos más graves para imponer su voluntad represiva.

No hubo sanciones para las fuerzas represivas, ni siquiera se habló de “errores o excesos”; por el contrario, el gobierno felicitó a los oficiales y a las tropas encargadas de la represión y volvió a hablar de subversión. Dellepiane, el jefe de la represión, dictó la siguiente orden del día: “Quiero llevar al digno y valiente personal que ha cooperado con las fuerzas del ejército y armada en la sofocación del brutal e inicuo estallido, mi palabra más sentida de agradecimiento, al mismo tiempo que el deseo de que los componentes de toda jerarquía de tan nobles instituciones, encargadas de salvaguardar los más sagrados intereses de esta gran metrópoli, sientan palpitar sus pechos únicamente por el impulso de nobles ideales, presentándolos como coraza invulnerable a la incitación malsana con que se quiere disfrazar propósitos inconfesables y cobardes apetitos”.

Los sectores pudientes de la sociedad se mostraron muy agradecidos con los miembros de las fuerzas represivas y las premiaron. Así lo detalla el diario La Nación: “En el local de la Asociación del Trabajo se reunió ayer la Junta Directiva de la Comisión pro-defensores del orden, presidida por el contralmirante Domecq García, adoptándose diversas resoluciones de importancia. Se resolvió designar comisiones especiales que tendrán a su cargo la recolección de fondos en la banca, el comercio, la industria, el foro, etc., y se adoptaron diversas disposiciones tendientes a hacer que el óbolo recaudado llegue en forma equitativa a todos los hogares de los defensores del orden. […] La empresa del ferrocarril del Oeste ha resuelto contribuir con la suma de 5.000 pesos al fondo de la suscripción nacional promovida a favor de los argentinos que han tenido a su cargo la tarea de restablecer el orden durante los recientes sucesos. El resto de las contribuciones fueron:  El Frigorífico Swift $ 1.000. Club Francais $500. Eugenio Mattaldi $500. Escalada y Cía. $100. Leng Roberts y Cía. $500. Juan Angel López. $ 200. Matías Errázuriz. $ 500. Horacio Sánchez y Elía 7.000. Jockey Club. $ 5.000. Cía. Alemana de electricidad. $ 1.000. Arable King y Cía. $ 100. Elena S. de Gómez. $200. Las Palmas Produce Cía. $1.000. Frigorífico Armour. $ 1.000

Ni los familiares de los 700 muertos ni los más de 4.000 heridos, recibieron un centavo. Eran gente del pueblo, eran trabajadores, eran “insolentes” que osaron defender sus derechos. No hubo suscripciones ni donaciones para las viudas ni para sus hijos sumidos en la pobreza. La caridad tenía una sola cara. Sólo varios meses después de terminada la represión de aquella Semana Trágica, las damas de caridad y la jerarquía de la Iglesia Católica lanzaron una colecta para reunir fondos para darle limosnas a las familias más necesitadas. Lo hicieron en defensa propia, de esto da cuenta el texto de lanzamiento de la Gran Colecta Nacional: “Dime: ¿qué menos podrías hacer si te vieras acosado o acosada por una manada de fieras hambrientas, que echarles pedazos de carne para aplacar el furor y taparles la boca? Los bárbaros ya están a las puertas de Roma”.

Fuentes: Historia Argentina – Abad de Santillán
Diarios de la Ciudad de Buenos Aires

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *