¡Basta de Matarnos!

Nos dicen exageradas, que “nos pasamos tres pueblos”, pero en Argentina hubo 181 víctimas de violencia de género en los primeros 9 meses del año. El triple femicidio de Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez nos hizo rabiar, lamernos la herida colectiva y seguir gritando fuerte ¡Ni Una Menos!

por Jesica Farías

El neoliberalismo genera una dinámica social que descarta a las personas y reduce sus cuerpos a meras mercancías. Esta mirada deshumanizante activa y legitima toda forma de violencia hacia la mujer. Desde la simbólica como la publicidad donde las mujeres son representadas como objetos desechables, hasta la transmisión en vivo de un narcofemicidio. Este tipo de violencia extrema encuentra su justificación en el clima de impunidad y desprecio que promueven los discursos de odio y el negacionismo. En este contexto, la responsabilidad y la culpa son desplazadas hacia las propias víctimas, generando una narrativa social que las culpabiliza por la violencia sufrida y les niega el derecho a la justicia y a la reparación.

Una mujer se aproxima a una estación de servicio; saluda animadamente a los playeros que conversan cerca de los surtidores de nafta. Ante la presencia de la joven, los varones reaccionan con gestos de desaprobación, revuelan los ojos y comparten comentarios cargados de odio, mostrando complicidad entre ellos. En ese ambiente surge la nefasta idea de hacer ‘desaparecer’ a la muchacha. Hablan con un cliente —sí, otro varón— que dispone ni más ni menos que de una camioneta blanca. Sobre el final del video, que dura unos segundos, ella ya no está y ellos aparecen portando una bolsa de residuos a la que arrojan dentro del vehículo. En un plano anterior, se puede ver cómo atacan a la mujer desde atrás y la embolsan. “Qué paz, esa piba no va a joder más”, dicen mientras toman mate con total normalidad —e impunidad—… ¿En dónde está la muchacha? Se entiende: dentro de esa bolsa de nylon negra que, horriblemente, es la tumba de muchas, muchísimas. Este spot publicitario se hizo para una estación de servicio Shell de la localidad de Crespo, en Entre Ríos.
En otro spot, similar, realizado para una YPF de la localidad de Marcos Juárez, Córdoba, golpean “a la chica de marketing” con un cono de tránsito y luego descartan su cuerpo dentro de una bolsa de residuos. ¿Acaso denunciar que ambos videos hacen apología de la violencia hacia la mujer es demasiado? ¿Es rompe pelotas? ¿De verdad van a decirnos eso?
Según el informe La Casa del Encuentro, en Argentina hubo 181 víctimas de violencia de género en los primeros 9 meses de 2025. Desde el 1 de enero al 30 de septiembre se cometieron 167 femicidios y vinculados de mujeres y niñas, 1 lesbicidio, 1 transfemicidio y 12 femicidios vinculados de varones adultos y niños. Así lo indica el Observatorio de Femicidios en Argentina, Adriana Marisel Zambrano, que dirige la organización desde 2009. ¿Y dicen que es un chiste? No, para nada.

La difusión de ambos spots publicitarios ocurrió prácticamente en paralelo a la búsqueda desesperada de Brenda del Castillo (20), Morena Verdi (20) y Lara Gutiérrez (15). Las tres chicas habían salido el 19 de septiembre de Ciudad Evita, en La Matanza, no importa hacia dónde. Desde ese momento, no se las volvió a ver. Las horas y los días pasaron. Las noticias y las coberturas mediáticas, también. La perspectiva de género faltó. Otra vez fotos de las chicas extraídas de sus redes sociales, información sobre sus vidas privadas que poco tenían que ver con la búsqueda: que si eran putas, que si andaban con narcos, que si cobraban en dólares, que si habían robado… Así se fue construyendo el perfil de “malas víctimas”. El miércoles 24 se confirmó que las habían asesinado. Sus cuerpos fueron desechados como basura en Florencio Varela. En la televisión y en la radio se contaron detalles sobre cómo las torturaron hasta terminar con sus vidas. Mientras las llorábamos, los estereotipos circularon sin asco, como si hubiera mujeres que merecen vivir y otras que no.

“La violencia simbólica está tipificada en la Ley 26.485 y con las publicidades de las estaciones de servicio que mostraban cómo hacer desaparecer dentro de bolsas a las mujeres que molestan: quedó graficado el impacto negativo de mostrarnos como objetos descartables. Días después, dos jóvenes mujeres y una adolescente fueron encontradas asesinadas en bolsas de residuos. Queda demostrado que el discurso violento que se emana desde las altas esferas se reproduce como efecto de imitación sobre los cuerpos y las vidas de las personas, especialmente de las mujeres, las niñas y las adolescentes”, analiza para Periódico VAS Ada Rico, presidenta de La Casa del Encuentro y directora del observatorio.

Y sí, naturalizar la violencia de género sale mal, siempre. No son bromas, es seguir abonando un sistema desigual. No causa gracia, son nuestras vidas. Después de años y años de poner la lupa violeta en los medios para erradicar el machismo, de formar, de compartir saberes, parece ser que esas lentes fueron rotas. Ya en 2014 tuvimos un titular horrendo que justificó el femicidio de la adolescente Melina Romero, desaparecida en San Martín: “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”, decía Clarín sobre la piba cuyo cuerpo descartado como basura fue encontrado días después en un predio del CEAMSE en José León Suárez. Sí, desechada. Sí, una mala víctima, porque así perfilan los medios, en su mayoría, a cualquiera que viva su vida libremente, como si tratara de un castigo o advertencia. Al titular del horror le siguió una nota periodística que prácticamente justificaba el femicidio: “La vida de Melina Romero, de 17 años, no tiene rumbo. Hija de padres separados, dejó de estudiar hace dos años y desde entonces nunca trabajó. Según sus amigos, suele pasarse la mayoría del tiempo en la calle con chicas de su edad o yendo a bailar, tanto al turno matiné como a la noche, con amigos más grandes. En su casa nadie controló jamás sus horarios y más de una vez se peleó con su mamá y desapareció unos días”.
¿Se dan cuenta?
A pocas horas de enterarnos de los femicidios de Brenda, Morena y Lara, la cronista Marcela Ojeda, la que impulsó la movilización del 3 de junio de 2015, resumió en un posteo en su cuenta de X: “Las desaparecen, las prenden fuego, las asesinan; pero apuntan las miradas en las víctimas una vez más. ¿De aquella ‘fanática de los boliches que no terminó el secundario’ a ‘eran putas’, ¿qué final esperás?”. Nos tienen hartas.

Nos matan porque pueden
Hay muchísimas personas implicadas en el triple femicidio. En Perú capturaron, hace algunos días, al presunto autor intelectual, Tony Janzen Valverde Victoriano —“Pequeño J”—, y a Matías Agustín Ozorio, a quien señalan como su mano derecha. Son dos varones jóvenes de 20 y 28 años. Al respecto, charlamos con Nicolás Portaquarto, capacitador y trabajador de la Dirección de Promoción de Masculinidades para la Igualdad de Género del Ministerio de las Mujeres y Diversidad Sexual de la Provincia de Buenos Aires. “Cuando el Estado —explica— se retira del territorio físico y del digital, empiezan a crecer las economías ilegales como el narcotráfico, pero también las ciberestafas, la ponzidemia y otros delitos online”.

Y sigue: “En este caso vemos cómo Matías Ozorio, vinculado a Pequeño J, invierte toda su indemnización en cripto, pierde, se endeuda y tiene que recurrir al narco por más liquidez para pagar la deuda. Es decir, recurre a la violencia como recurso de subsistencia para pagar deudas que contrajo buscando este sueño de ser trader, millonario y exitoso, ¿no? Es un fenómeno que se extiende en las redes sociales: vendecursos, criptobros y gurús financieros que venden modelos de éxito. Y un Gobierno que empeora las condiciones de vida de los varones jóvenes, que son desocupados, que están sin expectativa de mejora, de los muchos que creyeron en la promesa de dolarización y libertad financiera, y votaron a este gobierno, que les prometió rugir como leones, pero los metió en la criptoestafa #LIBRA. Les hicieron una oferta identitaria que iba a revalidar su masculinidad en crisis: ser leones, tener dólares, ser exitosos. Y el retorno de esa promesa es precariedad y falta de oportunidades”.

Además de Pequeño J, quien se reunió con Lara dos semanas antes de los femicidios, y Ozorio, diversas fuentes confirman que hay unas 15 personas implicadas en el caso, de manera directa e indirecta. Lo que hicieron con Brenda, Morena y Lara nos hizo aullar de dolor. En las plazas, en las calles, mientras nos encontrábamos para marchar exigiendo justicia, en medio del abrazo necesario, reflexionamos sobre cómo llegamos a esta espantosa “normalidad” de pedir que, por favor, no nos maten. Y como sus asesinatos están vinculados al narcotráfico, hay varias y varios que se niegan a entenderlo como un femicidio —es decir, que las mataron por el hecho de ser mujeres—. Sobre esto conversamos con Florencia Maffeo, doctora en Ciencias Sociales, docente y vecina de La Matanza.

“En el caso de femicidios vinculados al narcotráfico —reflexiona Maffeo—, hay una interpretación de que las mujeres son propiedad de otros varones. Es en esos cuerpos donde, además, se dejan señales, en este caso de disciplinamiento. De hecho, hasta se filmó el castigo de forma que todos supieran qué era lo que podía pasar si se incumplían las reglas. La pregunta que surge con esto es: por qué hay tanto intento de que no se vincule a un caso de femicidio y que se hable solamente de homicidio. ¿Por qué habrá tanta resistencia?”. En ese sentido, en el último informe de La Casa del Encuentro, la organización insistió en incorporar esa categoría específica: Desde el 2023 hasta hoy se registraron 70 mujeres asesinadas en contexto de narcocriminalidad.

“Nuestro observatorio de femicidios —remarcan desde la ONG— en su informe final del 2022 incluyó entre sus variables los femicidios en contexto de narcocriminalidad. El narcotráfico es un delito complejo en el que intervienen múltiples variables, cuyo análisis debe incluir la perspectiva de género, y es por esta razón que consideramos necesario incorporar esta categoría específica de femicidio. La misma tiene en cuenta las desigualdades estructurales propias del patriarcado que posibilitan a las redes narcos utilizar a las mujeres como objetos para sus propósitos, hasta la muerte misma”.

Todo mal
Hace unos días, les periodistas Florencia Alcaraz (también matancera) y Cristian Alarcón publicaron en el portal Anfibia una crónica sobre las tres chicas: “Así no se puede vivir”. Donde nos cuentan todo lo que Brenda, Lara y Morena hicieron en la búsqueda de una vida aceptable; que vendían ropa en ferias conurbanas, de esas que se improvisan en cualquier espacio público. Y que “la justicia no hizo nada con las denuncias por explotación sexual que habían hecho los vecinos de Flores”. Porque de ellas, desde el primer minuto en que las desaparecieron, se dijo que eran prostitutas. Sí, de una adolescente de 15 años también. “Los vecinos primero denunciaron al 911 y a la comisaría porque no querían ‘prostitución en la cuadra’. Al descubrir que algunas eran nenas, llamaron a la línea contra la trata de menores con fines de explotación sexual”, cuentan en el artículo.

Maffeo también se mete en lo que pasó antes de que las tres fueran asesinadas, en esos barrios donde las políticas públicas escasean desde hace años, y más ahora. Es de La Matanza, desde donde salieron las chicas esa noche del 19 de septiembre: “La situación socioeconómica, en general, es muy difícil; las familias no llegan a fin de mes. En los barrios populares, lo que se encuentra es que hay un aumento de la pobreza, pero también de las actividades económicas vinculadas a la delincuencia, que se ensamblan con otras formas de trabajo informal. Las instituciones no dan abasto: Estamos teniendo que llevar bolsones de comida a estudiantes de educación superior, de profesorados y tecnicaturas, cosas que no hemos visto en otro momento; además de un montón de estudiantes que tienen que dejar de cursar. Hay mucha demanda de alimentos”.

Crisis, ajuste cruel que impacta duramente; recortes en políticas públicas recrudecen las violencias, que se ensañan más con las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries. Desde Ni una menos, indicaron al respecto en sus redes sociales: “Este triple femicidio de las pibas ocurre en un contexto donde la violencia económica hace que las redes narcos crezcan y se destruya la organización popular”.

Un rato antes de cerrar esta nota, suena el celular: nos mataron a Daiana Mendieta en Entre Ríos. La buscaban desde el viernes 3 de octubre, cuando salió a hacer compras. Gustavo “Pino” Brondino fue detenido, quien fue la última persona con la que charló la chica de 22 años. Él se negó a que hicieran un allanamiento en su casa, no quiso declarar. ¡Cómo duele! ¡Cuánto indigna! No quiero, no puedo llorar a otra más: ¡Ni una menos!

¿Y dónde están los tipos?
“Yo creo que, desde 2015 hasta acá, el umbral de tolerancia frente a la violencia de género cambió. En varones adultos vemos una mayor sensibilidad frente a los hechos de violencia; se repudia la violencia física y se está trabajando para que también registren otras violencias, como la psicológica o la económica. A la vez, otros varones siguen desorientados o con bloqueos. Temerosos, como sin iniciativa. Yo creo que es una etapa en la que los varones tenemos que involucrarnos en los debates, en las luchas y en las disputas de los feminismos, acompañando, pero también construyendo con otros varones”, dice Nicolás Pontaquarto, quien también es profesor.

En su trabajo diario, trabaja con sindicatos, organizaciones sociales y de la sociedad civil. Ahí observa las dificultades para involucrar a varones jóvenes en la participación. “Los varones jóvenes —continúa— están muy anticomunitarios, no salen al encuentro de otros. Entonces también tenemos que recuperar la participación de los varones en las organizaciones, en general”.

Foto de portada: Carlos Brigo

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