
Cuidar, enseñar, luchar
Los salarios y condiciones laborales de las trabajadoras y trabajadores de la educación y de la salud son cada vez peores. ¿Se imaginan qué pasa con las docentes que trabajan en el jardín maternal del Hospital Garrahan? Las maestras de Quiero mimos nos lo cuentan.
por Jesica Farias
Jueves 11 de septiembre. El sol del mediodía está por todas partes. El Hospital Garrahan, que brinda atención a niñas, niños y adolescentes, se muestra gigante, como siempre. Por la salida de la calle Pichincha, iluminada, sale una chica de unos 13 años en silla de ruedas. Tiene barbijo. Su papá la conduce. Se lo nota contento, tanto que en voz alta suelta una frase que estruja el corazón de la alegría: “Nos vamos a casa”. ¿Cuántas veces se habrá celebrado un alta médica al traspasar esa puerta? Tengo el privilegio de estar presente una vez. Sonrío con lágrimas. En otra de las entradas, la de Combate de los Pozos, no hay festejo: hay móviles periodísticos, micrófonos, cables, profesionales con guardapolvo blanco que no paran de contar cuál es la situación de la institución, de cada trabajadora y trabajador, de cada infancia y adolescencia —y sus familias— tras el veto de la Ley de Emergencia Sanitaria Pediátrica.
Apenas pasaron un par de días desde las elecciones en la provincia de Buenos Aires, donde el mapa no se tiñó de violeta como quería La Libertad Avanza. Y varios días más hasta el miércoles 17 de septiembre, cuando la Cámara baja dio vuelta la decisión del Ejecutivo con 181 votos a favor, 60 en contra y 1 abstención.
¿Qué busca la Ley de Emergencia Sanitaria de Salud Pediátrica? Aumentar el financiamiento de los hospitales pediátricos para que el derecho a la salud integral de pibas y pibes se garantice. Y eso implica también la recomposición salarial: ya renunciaron 240 profesionales y hay servicios que perdieron el 30 por ciento de su personal, según cuentan las trabajadoras y trabajadores del Garrahan que resisten. Las docentes de Quiero Mimos, el jardín maternal que funciona dentro de la institución, también resisten. “La situación actual es tensa. Desde el 2022 estamos peleando por el salario, como el resto del Hospital, pero además tenemos un reclamo interno porque todavía no tenemos horario de almuerzo. O sea, almorzamos con nuestros alumnos presentes en la sala, hamacando cunas a oscuras, pendientes de si tosen, si roncan, cómo respiran, porque son muy bebés. Estamos ocho horas diarias a full con nuestros alumnos. Tenemos vocación, lo hacemos de corazón, con el alma, pero la verdad es que las condiciones de trabajo dejan mucho que desear y la estamos pasando mal”, nos cuenta, con pesar, Sabrina Piccardi, maestra y delegada de la Junta Interna de ATE. Luce un guardapolvo de cuadrillé azul y, a pesar de todo, una sonrisa para cada alumno.
Ellas celebran el Día de las maestras y maestros un ratito antes de que entren las y los bebés en el turno del mediodía. En casi cuatro décadas, es la primera vez que se las agasaja por su trabajo, que es enorme: no tienen receso en sus ocho horas ininterrumpidas de trabajo diarias; muchas veces no cuentan con materiales para trabajar. Y, obviamente, festejan invitando a defender el Jardín. Así que, en medio del veto presidencial, que también se cargó el financiamiento universitario, las docentes reciben a chiquitas y chiquitos con sus mamás, y al personal del Garrahan que anda deambulando por los pasillos. Entre risas, balbuceos, mucha baba y algunos sollozos, ellas se hacen escuchar: “Hoy es un día de lucha para las que ponemos el cuerpo todos los días”. “Jamás —siguen— lo hubiéramos imaginado, pero desde hace un tiempo largo esto cambió: levantamos la voz. Hoy todo el mundo sabe que existimos, que quien está acá presente nos da apoyo y amor. ¡Y que esto no es una guardería, es un Jardín con profesionales!”.
Apenas unas horas después de la gran marcha federal por la Salud y Educación pública. Le pregunto a la docente qué impresión recibió de la calle: “¡Es increíble cómo la gente recibe al Garrahan! ¡Cómo nos recibe a todos sin importar sector y profesión! La sociedad entiende que el Garrahan necesita de todos sus trabajadores para funcionar como funciona y ser el hospital de eminencia que es. Tenemos el apoyo de la sociedad, eso se recontra siente y para nosotros es fundamental, para la visibilización, para la fuerza que necesitamos porque estamos cansadas. El apoyo es mucho y es mucho de lo bueno, suma mil”.
La importancia de los cuidados
“El niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto quemará la aldea para poder sentir su calor”, dice un proverbio africano. ¿Cuánta comunidad, cuánta red le faltó a quienes son parte del Gobierno actual para arrasar con los derechos del pueblo? En cambio, y porque cada vez se evidencia más que el sistema de cuidados es altamente necesario para vidas plenas, las maestras de Quiero Mimos acompañan con profesionalismo y amor a las hijas e hijos de quienes trabajan en el Hospital Garrahan desde que se fundó la institución, allá por 1987. Primero funcionó como guardería, según cuentan sus docentes. “Era, más que nada, asistencial, en donde no necesariamente debías tener un título de profesora de nivel inicial para estar a cargo de los chicos. Eso cambió y desde hace ya varios años se pide un título de profesional para poder ingresar”, rememora Sabrina, y dice que primero las salas estaban dispersas por el nosocomio. Más adelante vino el Jardín, cerca de la entrada de Combate de los Pozos, y luego de la pandemia, hubo una ampliación “porque la demanda era altísima. Ahora hay muchas más salas, cada una en su turno; no se comparten. Actualmente, hay una mayor demanda en el turno de la mañana que en el de la tarde. Así que el jardín funciona el primer turno de 7 a 15 o de 8 a 16, y de la tarde de 13 a 21. Cuidamos, con dedicación y compromiso, a los chicos mientras sus mamás y papás salvan vidas”.
En un mundo adultocentrista, las infancias no están primero. A principios de año, las trabajadoras del hospital denunciaron la falta de vacantes en el Jardín Maternal. También expusieron una paradoja: mientras que el Ministerio de Salud de la Nación fomenta la lactancia, las autoridades del Garrahan le ponen freno al negar cupos. Sus asistentes son niñeces que toman la teta mientras sus mamás hacen malabares entre turnos extensos, recursos escasos y salarios magros. Como dicen las docentes: aunque amamantar es un derecho, por desgracia, muchas veces se vive como un privilegio. Pero “También hay otras luchas porque se reducen salas y matrículas —sostiene Sabrina—. Antes había una sala de tres años, que la volaron, y no queremos que pase lo mismo con la sala de dos. La verdad es que las condiciones son bastante precarias y tenemos mucho miedo de que nos saquen la sala de dos, e incluso la sala de uno. Las mamás están alertas y nosotras también, por supuesto”.
Cuidar, enseñar, luchar
Son queridas. “Las maestras del jardín maternal siempre han cuidado de nuestros hijos”, dice una profesional de la salud. “Gracias por todo lo que hacen, mi hija estuvo aquí hace 26 años”, dice otra. Este jardín, con el cuidado de sus maestras, logró que ella pudiera seguir su carrera profesional al tiempo que maternaba. “Son todo lo que está bien”, resume otra. Y el agasajo por su día llega a su fin: las y los bebés tienen que almorzar. Y ellas, al mismo tiempo, y sin pausa (ese es uno de sus reclamos).
“El jardín ha tomado relevancia y estamos orgullosas de eso —dice Sabrina—. Queremos que las condiciones mejoren porque el jardín es esencial para el hospital”. Antes de atravesar la puerta de vidrio para seguir con su turno, sonríe otra vez por lo que acaba de pasar. Y está, como sus compañeras, donde hay que estar: en la defensa de la educación y la salud pública, y también de las infancias.
Nota relacionada: No al Veto