
Derecho a la infancia
El día de las infancias se celebró este año en un contexto que registra un incremento en la cantidad de niñas y niños que viven por debajo de la línea de pobreza, como también ante la feroz reducción en el financiamiento al Hospital Garrahan. No obstante, el Gobierno priorizó la restitución de la tradicional denominación masculina: «Día del Niño», para esta celebración.
por Jesica Farías
Mucho se habla de que son el futuro, pero ellas y ellos son el presente. Están aquí y ahora, y necesitan que sus derechos sean respetados y ampliados. Según el informe «Inseguridad alimentaria en la infancia argentina: un problema estructural observado en la coyuntura actual«, elaborado por el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, 4 de cada 10 niñas, niños y adolescentes padecen hambre. “Esto equivale a unos 4,3 millones de chicos y chicas que enfrentan cada día, desde la necesidad de reducir porciones de comida hasta situaciones más extremas como sentir hambre por falta de recursos”, señala el estudio. Saltear comidas, dormir con la panza vacía, esperar a que en la escuela o en el comedor le entreguen una vianda. Así son los días de gran parte del piberío de nuestro país, donde el 52,7% de las chicas y chicos de hasta 17 años se encuentra en situación de pobreza monetaria. Según los datos publicados por el INDEC para el segundo semestre de 2024, los ingresos de los hogares no resultan suficientes para cubrir la canasta básica. Además, la actual gestión de gobierno desmanteló la Educación Sexual Integral (ESI). La ESI trabaja sobre cómo cuidar nuestros cuerpos y emociones, pero también las de las personas con quienes nos vinculamos; prevenir infecciones de transmisión sexual (ITS) y embarazos no deseados; vivir en igualdad, sin violencias ni discriminación, en libertad. Sobre este tema, el Ministerio Público Tutelar de la Ciudad de Buenos Aires informó que entre el 70 y el 80 por ciento de adolescentes que padecieron un abuso sexual pudieron reconocerlo después de recibir ESI.
En el repaso de lo que el Gobierno hizo, dejó de hacer y trabó para las chicas y chicos, podemos contar también que quitó medicación oncológica y que las pensiones por discapacidad se recortaron. Y que hubo muchos intentos, por parte de legisladoras y legisladores oficialistas y aliados, de usar la motosierra contra los derechos de las personas travestis y trans, que incluyen a las infancias.
“Desde que asumió Milei, los derechos de las niñeces se encuentran muy vilipendiados, muy bastardeados, en múltiples sentidos”, resume Santiago Morales, sociólogo especializado en educación popular. Es autor de cuatro libros críticos del adultocentrismo publicados por Chirimbote y Ternura Revelde (así, con ‘v’ corta). Y sostiene que: “Se han deteriorado muchísimo los derechos de las niñeces, y más teniendo en cuenta que el Presidente es alguien que ideológicamente se encuentra en las antípodas de la Convención Internacional de los Derechos del Niño y de la Niña. Una referencia basta para ilustrarlo: es un admirador del pensamiento de Murray Rothbard, un filósofo liberal —y muy marginal en el plano de la producción de conocimiento—, que sostiene que los padres de los niños y de las niñas deberían gozar del derecho de vender a sus hijos o hijas. Teoría que el propio Milei defendió públicamente”.
Y, como si esto fuera poco, el Gobierno abandonó la denominación “Día de las infancias” —cambio ocurrido en 2020 para que la fecha se enmarque en los derechos humanos con perspectiva de géneros y diversidad—, y volvió al tradicional —y sexista— “Día del niño”.
Un montón de voces
La palabra infancia tiene varias acepciones que denominan un período de la vida de un conjunto de niñas y niños. Y otra que viene del vocablo latino infans, que refiere a quien “no habla, o es incapaz de hablar”. Nada más alejado de la realidad. Hace 20 años, las chicas y chicos se volvieron sujetos de derecho, según su progresividad y autonomía, a partir de la sanción de la ley 26.061 de Protección y Promoción Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes. Normativa que rompió con la lógica tutelar “de menores”, donde a las niñas y niños se los consideraba objetos. Pese a esto, el sistema sigue impregnado de adultocentrismo, palabra que no existe en el diccionario de la Real Academia Española, pero que está presente, tristemente, en todas partes.
“Siempre que hablo de adultocentrismo, intento compartir dos definiciones —dice Santiago Morales—. Una precisa en términos conceptuales, desde una mirada sociológica, y otra más amigable y construida junto con chicas y chicos. La primera definición se refiere al carácter estructural de la dominación social, política, económica, cultural y moral que las personas adultas ejercen sobre las nuevas generaciones. Eso implica definir al adultocentrismo como un sistema de dominio de carácter histórico ancestral que puede ser entendido como una extensión o como un subsistema del patriarcado heteronormativo. Y la segunda es la creencia de las personas adultas de que somos superiores solo por el hecho de ser más grandes”.
Presente en todas las instituciones e instancias, el adultocentrismo se expresa cotidianamente al no tener en cuenta las voces, miradas, opiniones, derechos, necesidades de quienes son más peques. El libro que Santiago escribió junto a Marta Martínez Muñoz: Adultocentrismo. ¿Qué piensan chicas y chicos?, ofrece los resultados de un estudio exploratorio basado en casi 200 testimonios de infancias y adolescencias procedentes de Argentina, México, España, Chile, Colombia y otros países, donde expresan sus deseos, inquietudes y buen criterio para mejorar las relaciones intergeneracionales. Ese es también el norte de esta nota.
Mientras vamos a la plaza, intercambiamos preguntas con Valentín y León. Ellos tienen 8 años y son primos. El juego es su patria. Contagian risas. Después de correr y colgarse del tobogán, las hamacas y el subibaja, me cuentan qué consejos nos darían a las personas adultas. “Que escuchen antes de hablar encima del otro, porque hablando se pueden solucionar las cosas”, dice el primero. Y el segundo analiza críticamente: “Se creen más inteligentes que nosotros y a veces tenemos la razón los nenes”. Da en el clavo. Me acuerdo de Fati, a quien entrevisté a los 6 años sobre el mismo tema. Ahora tiene 11, es más grande e inmensa en su pensamiento. Me manda un audio de WhatsApp: “Bueno, que les tengan paciencia a los niños, niñas y niñes, porque estamos creciendo y tenemos que aprender de una manera pacífica”. Y sin pausa, agrega: “También estaría bueno que alguna vez salgan de su postura de adultos y se animen a probar cosas nuevas, que tal vez de niños no pudieron probar o cosas así por el estilo”. ¿Hace cuánto no hacemos algo por primera vez? Me deja recalculando mientras hablo con Juli, que hace poquito tiempo cumplió 6. Ella me pide un ratito porque tiene que pensar. Yo estoy en mi casa, ella en la suya. La imagino con los ojos entrecerrados y la mano en la pera, con humito saliendo de su cabeza. Después de un rato, responde: “A las personas grandes les diría que nos sirvan un mundo lleno de algodón de azúcar. Eso les diría”. Dulzura ante tanta crueldad, ¡qué gran idea!
Y sigo la charla con Santiago Morales. Mientras me responde, me imagino cómo sería de chiquito. ¿La escondida sería su juego preferido? ¿Habrá mirado a Los Pitufos? Pero en vez de consultarle eso, lo invito a que pensemos en por qué se insiste con esa frase que dice que “los chicos son el futuro”, nada más desafortunado. Me responde con un poema de Gabriela Mistral, educadora y diplomática chilena, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1945, que termina de forma contundente: “Su nombre es Hoy”. Acá y ahora, todo el tiempo. “La idea de que los niños son el futuro también viene a decir que son prescindibles de las decisiones que les afectan y que tienen que ver con sus vidas, razón por la cual se les excluye, no se les hace parte, a veces ni siquiera se les informa de aquello que el mundo adulto hace y deshace. Aunque se haga o deshaga en función de su interés y para las niñeces, se lo hace sin elles, a sus espaldas”, dice Santiago.
Violencia institucional contra las infancias
En septiembre de 2024, un policía roció con gas lacrimógeno a una niña de 10 años durante una protesta de jubiladas y jubilados frente al Congreso. Si bien el oficial Cristian Rivaldi fue procesado en mayo, el Gobierno y la ministra Bullrich justificaron el ataque recurriendo a fake news. Afirmaron que otros manifestantes, y no las fuerzas de seguridad, agredieron a la niña, versión que fue rápidamente desmentida. También se culpó a la madre. Santiago señala que en diciembre de 2023 el Ministerio de Seguridad emitió una resolución que prohíbe la participación de niñas y niños en manifestaciones públicas, lo cual es violatorio de la ley nacional 26.061 dado que contradice la Convención Internacional de los Derechos del Niño, de rango constitucional. La agresión sufrida por esta niña quedó también reflejada en los recortes salariales y el cierre de áreas del Hospital Garrahan. Como también en el ensañamiento de Milei contra Ian Moche, quien se presenta en Instagram como “un niño de 12 años autista que habla de Autismo”.
Cuando, de cara a lo que hacemos las adultas y adultos, pregunté a los chicos y chicas si les gustaría vivir en un mundo donde solo haya niñez y adolescencia o uno como el de ahora. Sin nombrarla, emergió la cuestión intergeneracional: Male contestó que no le gustaría un mundo sin personas adultas “porque son personas experimentadas y a veces, por más que tengan cara de culo, te reten y todo lo que vos quieras, te tienen que marcar el camino y sirven muy bien de consejeros”. Valen y León, en cambio, fantasearon con uno sin nosotras ni nosotros: “Sería fantástico porque no nos joderían las pelotas los grandes”. Interesante para pensar cómo nos relacionamos y desde dónde.
Male invitó a Fati a participar. Es su hermanita, tiene 5 años. La más grande fue al hueso y le preguntó qué le parecería un mundo sin adultos ni adultas. “Lo más feo del mundo porque me gusta que me compren caramelos”, respondió enfatizando en la golosina. Y sí, como ya escribió hermosamente Gabriela Mistral, muchas de las cosas que necesitamos pueden esperar, pero las chicas, chicos y chiques —y la dulzura—, no.