
El Algoritmo y Yo
por Gabriel Luna
Hubo en el siglo pasado un pequeño gran libro que marcó o formó sentimentalmente a varias generaciones; se llamaba “Platero y Yo”, y comenzaba así: Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros, cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto, se va al prado y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas…
Este libro escrito por un poeta andaluz, Juan Ramón Jiménez, que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1956, muestra la historia de un hombre y un burro que son prácticamente inseparables. La historia ocurre en un pueblo campesino a principios del siglo pasado. El burro se llama Platero y el hombre es el personaje narrador. El Yo narrador del título es un poeta muy sensible a la naturaleza y a la vida, que describe las andanzas con el jumento por todos lados (como si se tratara de un perro), describe las reacciones de ambos, la comunicación entre ellos, el descubrimiento de la maravilla que los rodea: el aprendizaje de un mundo.
Este descubrimiento, asombro, y aprendizaje del mundo a través de la sensibilidad, la contemplación de la naturaleza, y el pensamiento, es lo que ha hecho de “Platero y Yo” un símbolo y un “manual” de varias generaciones. Era un método, una manera de aprender el mundo y vivir felizmente en él.
Hoy el método ha cambiado. Podría llamarse: “El Algoritmo y Yo”. La sensibilidad, la contemplación de la naturaleza, y el pensamiento han sido reemplazados por la Inteligencia Artificial (IA). Y la IA no es en realidad inteligencia sino una acumulación y procesamiento de datos por un algoritmo; y mucho menos es pensamiento, porque el pensamiento requiere de la subjetividad y la experiencia humana. Tampoco la IA o el algoritmo tiene que ver con la sensibilidad y la naturaleza. No tiene vida.
En vez de Platero, andamos por el mundo con un conjunto de dispositivos: celulares, tabletas, relojes y computadoras, que consultamos permanentemente. ¿Será para guiarnos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cómo es este Yo que anda con el Algoritmo?
El Algoritmo provee información que supuestamente es útil o le interesa al Yo. Informa del clima, de películas, vencimientos de servicios, saldo de tarjetas de crédito, ofertas en los supermercados, catástrofes remotas, modelos de autos, dichos del presidente, estrenos teatrales, informa de la inflación y la cotización del dólar, accidentes y asesinatos, fiestas y amores de personajes mediáticos. Muestra en las pantallas paisajes y cuerpos de personas que conocemos y no conocemos. Propone el contacto virtual. Habla de viajes que no haremos, de personas que no tocaremos. Dudamos. Pero si preguntamos, nos dirá exactamente qué ruta hay que tomar para ir de un paisaje a otro, o nos mostrará los cuerpos y las voces de las personas que no conocemos.
Hay diferencia entre los paisajes de pantalla y la naturaleza real. También hay diferencia entre las personas de la pantalla y las personas humanas. Digamos, pensando en las ventajas del Algoritmo, que una pantalla nos separa de un paisaje abismal y peligroso, o de una persona agresiva. Y digamos, pensando en las desventajas, que el Algoritmo nos separa de la naturaleza y del abrazo, del contacto humano.
Por otro lado, el Algoritmo me facilita los trámites, me facilita el trabajo, la búsqueda de datos, el cálculo… me facilita esta misma redacción. Gano tiempo, ¿pero en qué lo utilizo? Sigo aislado con el Algoritmo. Veo películas, series, juego con la compu o el celu, compro cosas, entro en las redes sociales (que en realidad no son sociales): Facebook, Instagram, X… Sigo aislado con el Algoritmo. Se me podría reprochar, que se trata de una decisión mía, muy personal, que si quisiera podría viajar por el mundo real, encontrarme con personas humanas, socializar de verdad, disfrutar, sentir la vida… Pero no lo hago, o no lo hago en la medida que podría. Y no sólo me pasa a mí, sino a muchísima gente. Resulta cada vez más difícil generar encuentros reales. La Realidad se nos presenta ardua y peligrosa, el Algoritmo nos resulta cómodo y protector. Y ocurre que, sin darnos cuenta, vivimos cada vez más aislados.
¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Es el Algoritmo una entidad benefactora sin ningún interés, que nos protege y hace cómodo nuestro tránsito porque sí? La respuesta es no. No hay un tránsito en común. El Algoritmo que nos “acompaña” no tiene vida propia como Platero, ha sido creado con fines específicos, es una herramienta que sirve a sus dueños. ¿Con qué fines? Básicamente son tres: la ganancia, el orden y la manipulación. Pero lo principal es la ganancia. Este Algoritmo ha sido creado y difundido por mega corporaciones para acrecentar ganancias. Y funciona estimulando con certeza el consumo de los usuarios y manipulando comportamientos; lo hace procesando los miles de datos y características dejados por los mismos usuarios en sus dispositivos.
Uno de los resultados de esta intervención algorítmica es el individuo aislado. El caso extremo de este comportamiento son los hikikomori japoneses, individuos que no soportan el contacto social y se aíslan en sus casas rodeados de dispositivos para hacer una vida virtual. Están absolutamente poseídos por el Algoritmo. Tal vez no sea una consecuencia deseada por todas las mega empresas, pero es un efecto palpable que se difunde en el mundo.
Además de promover el consumo otros de los objetivos del Algoritmo -que también están relacionados con el consumo- son el orden y el sometimiento. La revuelta social no es afín al consumismo ni a la acumulación de las mega empresas. El Algoritmo aprende (por ejemplo: ante la experiencia de la Revolución egipcia contra Mubarak en 2011, que tuvo difusión y protagonismo en Twitter y Facebook) y reacciona con censura indirecta y directa a la alteración del orden y el sometimiento.
¿Cómo se instrumenta esto? De varias maneras. Evitando “conflictos” entre los usuarios, cada cual tiene la capacidad de bloquear a quien discrepa u ofende; entonces los enemigos desaparecen y reina un orden apto para el consumo. Limitando la difusión de propuestas no aranceladas, de modo que cada usuario se mueva en una burbuja. Y bloqueando directamente a los usuarios revulsivos, que difunden propuestas sociales o críticas al sistema. Esto es censura directa. ¿Cómo funciona? Sencillamente te bloquean, desapareces de la red con toda tu historia y tus contactos de años. Ya no estás ahí y no puedes volver a ingresar. A mí me pasó en Facebook tras 15 años de historia. ¿Por qué? El Algoritmo no me dio ninguna razón, pidió una foto para certificar mi identidad y continuó la exclusión. ¿Yo qué había hecho? ¿Había difundido pornografía, imágenes violentas, frases obscenas o crueles?; ¿había insultado y perseguido a alguien, tenía enemigos manifiestos, quejas por mi comportamiento? No. Entonces, ¿qué hacía?
Recomendaba libros, películas, teatro, compartía música, obras de arte, y escribía o difundía notas como esta.