Transformar el dolor en lucha

Catorce mujeres comenzaron a escribir la historia de las Madres de Plaza de Mayo el 30 de abril de 1977.  Habían recorrido ministerios, vicariatos, embajadas sin obtener respuesta sobre el paradero de sus hijxs detenidxs y desaparecidxs por la dictadura civico-militar. Ese sábado se congregaron en la Plaza para visibilizar su reclamo. Cuando la policía federal les ordenó «circular» comenzaron a hacerlo alrededor de la pirámide de Mayo. Nunca más se detuvieron. Sus rondas se transformaron en un emblema de lucha y resistencia.

En 2020, por primera vez, la Madres  no podrán realizar la ronda para conmemorar esta fecha fundacional. La pandemia de coronavirus, ese enemigo tan invisible como incomprensible que nos aísla hasta el desamparo, lo impide. Habrá sí una serie actividades interactivas en la redes sociales para homenajear el recorrido de estas mujeres que transformando el dolor en lucha, parieron mil hijxs.

Mirta Acuña de Baravalle, es una de esas catorce mujeres. Desde el 26 de agosto de 1976  busca a su hija, Ana María Baravalle detenida y desaparecida cuando cursaba un embarazo de cinco meses. Mirta sabe que su nieto o nieta nació en cautiverio. Hace 43 años que persigue justicia. Cada jueves regresa a la ronda de la plaza, ni las inclemencias del tiempo, ni sus 95 años,  la hacen desistir de su lucha.

“Primero comencé la búsqueda de mi hija en soledad. Más tarde me di cuenta de que había otras madres. Todas estábamos en la misma situación, íbamos a la Casa Rosada para que nos dijeran dónde estaban detenidos nuestros hijos. A todas nos negaban la información. Cada vez que una de nosotras lograba hablar con algún funcionario, las demás  madres se acercaban para preguntar. Así nos fuimos reuniendo. En un momento llegamos a ser cinco o seis madres esperando alrededor de la Plaza, sentadas en algún banco o caminando como al descuido. Una tarde, acordamos que sí alguna lo veía salir a Harguindeguy, haría seña a las demás para que nos acercásemos. Tres madres se quedaron vigilando desde la Plaza, y tres nos sentamos en las escalinatas del Banco Nación. No hablábamos porque aparentábamos no conocernos. En el primer aniversario del Golpe de Estado, Azucena Villaflor propuso que fuéramos  todas juntas a la Plaza. Lo hicimos el 30 de abril, éramos catorce madres, la primera en llegar fue Pepa Noia. Pero un sábado no era un buen día para reunirse, no había gente en la Plaza y apenas los militares nos vieron, se cruzaron y nos sacaron. Decidimos volver el viernes siguiente, en horario bancario. Entre mucha gente a los militares les resultaba más difícil vernos. Así lo hicimos varios viernes y cada vez éramos más. Más tarde, Emma Penells propuso que mejor era reunirnos los jueves, porque el viernes es día de brujas”, recuerda.

Cuando nada estaba permitido, Azucena Villaflor, Berta Braverman, Haydée García Buela, María Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard y Cándida Gard, Delicia de Miranda, Pepa García de Noia, Mirta de Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, Elida de Caimi, una joven que no dio su nombre, María Ponce de Bianco y Rosa Contreras, enfrentaron a la dictadura armadas de un pañuelo blanco. Y, sin pensarlo siquiera, se convirtieron en las protagonistas de un fenómeno inédito en la historia contemporánea. Libros, documentales, actos, series, homenajes y organizaciones que en todo el mundo se formaron con su sello, se multiplican cada año en reconocimiento a la valentía y tenacidad del grupo de madres que hace 43 años, envueltas en la enorme dignidad que trasmiten las personas comunes, expusieron el horroroso rostro del terrorismo de Estado.

Pese a que vivieron en carne propia las consecuencias de su tenacidad, ninguna violencia logró apartarlas de su búsqueda. María Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga fueron secuestradas en la iglesia de la Santa Cruz el 8 de diciembre de 1977 por un grupo de tareas de la Armada integrado por el represor Alfredo Astiz, por entonces infiltrado entre las Madres. Dos días después, al conmemorarse el Día Internacional de los Derechos Humanos, Azucena Villaflor  fue secuestrada a pasos de su casa en la localidad de Avellaneda. Ese día, las Madres habían logrado que el diario La Nación publicara una solicitada con el nombre de sus hijos secuestrados.
Aún muertas, estas mujeres fueron más fuertes que la tortura, que los vuelos de la muerte, que la ignominia. Una sudestada  devolvió sus cuerpos  a la costa de Santa Teresita un 20 de diciembre de 1977. Durante más de 30 años permanecieron enterradas como NN, hasta que en 2005 el Equipo Argentino de Antropología Forense reveló la identidad de las tres madres. Regresaron con la lucha y sus cenizas siguen danzando en la Plaza, no existe virus que aplaque su legado.

 

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