Jornadas Hannah Arendt Buenos Aires

por Cristina Peña

Entre el 4 y el 7 de septiembre, se llevaron a cabo las Jornadas Hannah Arendt, en conmemoración del cincuenta aniversario de la partida de una de las voces más incisivas del siglo XX. Convocadas por el Goethe‑Institut y la Cátedra libre Walter Benjamin ‑ DAAD, bajo el lema “Del exilio a la posverdad”, este encuentro propuso pensar el legado arendtiano como herramienta crítica para interpelar un presente político y mediático en el que proliferan la precariedad democrática, las formas nuevas de violencia y la confusión entre información y opinión.

En la entrada de la pirámide del Cultural San Martín de Paraná 310, un cartel anunciaba una programación variada: conferencias, cine, performances y una modesta pero cuidada exhibición bibliográfica. La convocatoria, inscrita en el calendario de actividades por los 200 años de amistad entre Alemania y la Argentina, atrajo a un público heterogéneo: estudiantes, investigadores, docentes, activistas, traductores de filosofía, curiosos y un puñado de espectadores de cine que se acercan por las proyecciones programadas.

La cartografía de cuestiones arendtianas vuelve a latir en el presente: exilio, responsabilidad, violencia administrativa, memoria y los modos nuevos en que lo público se fragmenta se articularon en una serie de encuentros que, más que ofrecer conclusiones, abrieron espacios de interrogación: situar a Hannah Arendt en la red de voces del exilio, pensar su noción del mal en relación con tecnologías administrativas y ensayar cómo su vocabulario político puede iluminar problemáticas contemporáneas como la viralidad, los algoritmos y la traducción como acto político.

Hannah Arendt apareció como interlocutora plural: la exiliada que leía y narraba; la teórica del mal cuya noción se estira para nombrar burocracias y tecnologías; la pensadora de la pluralidad que hoy interroga la opacidad algorítmica y la viralidad digital. Las piezas de cine y performance recordaron que la memoria y la responsabilidad no se resuelven solo en el plano conceptual: se actúan, se proyectan y se traducen.

La potencia del ciclo estuvo en la capacidad de entrelazar lo biográfico, lo literario y lo técnico. Cada encuentro mostró su capacidad heurística: conceptos que ayudan a diagnosticar procesos, pero que requieren ser replanteados ante nuevas tecnologías y formas de circulación simbólica. En última instancia, el intercambio puso en evidencia una tensión productiva: la tradición política heredada —con sus conceptos y advertencias— y la urgencia de reinventar prácticas políticas que recuperen la pluralidad, el juicio y la responsabilidad en contextos donde la evidencia misma parece fragmentarse.

A lo largo de las cuatro jornadas se abordaron varios ejes temáticos que permitieron sintetizar la riqueza y las tensiones de la recepción arendtiana: el exilio como lugar teórico y biográfico mostró cómo la experiencia de pérdida de hogar y ciudadanía imantó su pensamiento y habilita hoy lecturas sobre refugiados, políticas migratorias y la paradoja de la pertenencia en un mundo de Estados‑nación; la discusión sobre la banalidad del mal reapareció como una herramienta para interrogar los límites del juicio, la institucionalización de la violencia y las formas de complicidad cotidiana; la fricción entre espacio público y arquitectura digital puso de relieve cómo algoritmos y plataformas fragmentan la esfera pública y empobrecen el juicio colectivo al borrar interlocutores cara a cara; las proyecciones cinematográficas funcionaron como dispositivos que activaron debates sobre memoria histórica, el valor del testimonio y las disputas por la verdad en ámbitos judiciales y culturales; la pregunta política “¿a quién pertenece Hannah Arendt?” subrayó las apropiaciones y reinterpretaciones de su legado por diferentes agendas; y, finalmente, las críticas contemporáneas recordaron las limitaciones de su mirada —su eurocentrismo, cierta masculinidad del canon, los silencios sobre la racialidad y la escasa atención a violencias coloniales—, ausencias que no invalidan su aporte pero que exigen una lectura situada y críticamente informada.

Así, las Jornadas Hannah Arendt en Buenos Aires cumplieron con una doble función: celebrar a una autora cuyo pensamiento cruzó el siglo XX y refundar su presencia crítica en el siglo XXI. Las intervenciones intentaron mostrar cómo Arendt puede ser tanto figura de referencia como objeto de disputa. En un mundo donde la “posverdad” ya no es solo un neologismo, sino una práctica cotidiana —la mezcla de afán propagandístico, algoritmos y fragmentación del dato—, la obra de Arendt aporta instrumentos conceptuales para pensar la pluralidad, la acción y el juicio. Pero también dejaron claro que su pensamiento no resuelve por sí solo los dilemas actuales. Hay que complementarlo con otras tradiciones críticas: estudios poscoloniales, teorías feministas y análisis de la raza que evidencien las fronteras que Arendt no siempre interrogó.

La enseñanza práctica que dejó el ciclo es la necesidad de cultivar espacios de conversación pública donde las palabras y las acciones sean compartidas. Arendt consignó la importancia de la acción y del hablar en común como elementos constitutivos de la política. Cada una de las intervenciones intentó recrear, en sus múltiples formatos, ese ethos: el encuentro no fue solo una sucesión de ponencias, sino un ensayo de lo que significa reparar, debatir y pensar en común. La experiencia demuestra cómo la cultura puede funcionar como un dispositivo clave para sostener ese espacio público: bibliotecas, salas de cine, auditorios y performances son, en tiempos de posverdad, lugares donde se disputa la verosimilitud de las narrativas colectivas.

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