Motosierra contra la memoria

La motosierra de Milei no solo corta gastos: corta memoria. Despidos y recortes a museos e institutos históricos buscan imponer un silencio que sale más barato que la cultura, pero mucho más caro para la dignidad de un pueblo.

por Melina Schweizer

Al final, no es un museo lo que les molesta. Es la memoria. Les incomoda más que la inflación, más que las tasas de interés, más que el hambre que camina en la calle. Porque la memoria exige cuentas. Porque la historia habla, incluso cuando intentan despedirla.

El 1 de julio de 2025, el Gobierno de Javier Milei decidió echar a Gabriel Di Meglio, director del Museo Histórico Nacional (MHN), historiador, profesor, divulgador, defensor de un museo vivo y de puertas abiertas. Lo reemplazarán el 1 de agosto con una funcionaria de confianza, María Inés Rodríguez Aguilar. Mientras tanto, los comunicados oficiales prometen concursos que nunca se materializan, anuncios hechos para acallar críticas en lugar de garantizar transparencia.

Pero este no es un despido más. Es parte de una cadena de cierres y vaciamientos: cerraron el Museo del Traje, corrieron a las directoras de la Casa Histórica de Tucumán y de San Nicolás, y ahora al MHN, que en vez de ser un mausoleo de bronces, quiere ser un espacio incómodo de preguntas.

Di Meglio habló demasiado para su propio bien. Contó que el museo no tenía presupuesto salvo para pagar sueldos. Denunció que la última partida de mantenimiento fue de apenas $1.200.000. Se opuso a que el sable de San Martín fuera entregado al Regimiento de Granaderos para la foto de un presidente devenido “granadero honorífico”.

¿Qué hacía Di Meglio? Triplicó la concurrencia al museo, renovó el guión con nuevas miradas, sumó colecciones con donaciones, absorbió al personal del Museo del Traje para que no quedaran en la calle. Hizo del museo un lugar vivo, popular, crítico.

Por eso, cuando lo echaron, ardió la historia.

Más de 3500 historiadores, docentes, intelectuales y estudiantes firmaron una carta de repudio. Nombres que los gobiernos temen porque piensan y enseñan: Hilda Sabato, Roy Hora, Marcela Ternavasio, Ernesto Semán, Ezequiel Adamovsky, Camila Perochena, Noemí Goldman, Pablo Alabarces y muchos más.

La carta exige la restitución de Di Meglio, un presupuesto digno para el museo y el fin del atropello a la cultura pública. El Instituto Ravignani se pronunció con firmeza, recordando que el MHN creció y se profesionalizó con Di Meglio. La Asociación Argentina de Investigadores en Historia (Asaih) publicó una declaración contundente, denunciando que este despido forma parte de un ataque planificado contra la cultura, la memoria y la historia nacional, reclamando concursos reales, no promesas vacías.

En el Congreso, diputados de izquierda presentaron un proyecto de resolución repudiando el despido, denunciando el vaciamiento y respaldando a un director cuya única falta fue defender la historia de todos.

Mientras la Secretaría de Cultura se esconde tras comunicados insípidos, las escuelas públicas, las universidades, las calles y las redes replican una pregunta: ¿por qué un gobierno que dice amar la patria odia tanto su historia?

La motosierra contra la historia

La motosierra no pide permiso. Arrasa y, mientras su portador sonríe por cadena nacional, prometiendo “libertad”. También hay recortes que no se ven:  huelen a vitrinas apagadas, a puertas de museos cerradas, a silencio en las aulas. Son recortes que van directo a las arterias de la cultura. La cultura se desangra y nadie aplaude.

Los decretos 345 y 346 de 2025 fueron el machetazo institucional: disolvieron institutos históricos como el Browniano, el Belgraniano y el Newberiano, reduciéndolos a “unidades organizativas” sin autonomía. Tecnópolis, el CCK, el Museo Nacional de Bellas Artes fueron degradados, absorbidos, callados.

Porque un país sin cultura es más fácil de gobernar. Un país sin museos no se repregunta. Un país sin memoria no molesta.

El ajuste ideológico disfrazado de eficiencia

¿Para qué sostener un museo lleno de niñes preguntando por San Martín, si se puede mostrar el sable en un acto de gala?
 ¿Para qué vitrinas encendidas, si sus relatos incomodan?
¿Para qué pagar sueldos a quienes cuidan la memoria, si recordar las dictaduras, desapariciones forzadas, genocidios y resistencias incomoda tanto?

El ajuste de Milei en cultura no es ahorro: es censura. No se trata de pesos, sino de quitar preguntas peligrosas de circulación.

Cuando la Secretaría de Derechos Humanos se degrada a subsecretaría, cuando se despiden 400 trabajadores de archivos y sitios de memoria, cuando se paralizan bancos de datos genéticos, no se ahorra: se entierra la memoria. Se silencia a las Abuelas que buscan nietos, se desalienta a quienes sostienen juicios de lesa humanidad, se deja morir la dignidad de un país.

Cortar cultura es barato. Pero el silencio sale caro.

Apagar las luces de los museos enciende las sombras de la ignorancia. Congelar presupuestos culturales descongela fantasmas. El vacío cultural no se llena con discursos de mercado: se llena de resentimiento, violencia y olvido.

No sucede sólo en Argentina. En México, el INAH enfrenta recortes del 45 %, cerrando museos y despidiendo personal. En Brasil, el ajuste desmantela bibliotecas y museos bajo la excusa de “achicar el Estado”. En Colombia, los recortes debilitan archivos de memoria y museos nacionales.

Es una estrategia regional: disciplinar, recortar, callar.

La historia como barricada

Pero la historia, la verdadera, no pide permiso para hablar. Vive en las bibliotecas populares, en los murales que resisten, en las aulas sin techo donde un docente explica que San Martín murió en el exilio; que Walsh escribió hasta el día que lo secuestraron y desaparecieron; que hubo Madres y Abuelas que se negaron a olvidar.

La historia no se rinde. Ni con decretos. Ni con motosierra.

Podrán echar a Di Meglio, pero no podrán cercenar la historia. Podrán cerrar museos, pero no podrán apagar la memoria de un pueblo que no se resigna ante la ignorancia. Podrán disfrazar de gestión su temor a la cultura, pero la cultura siempre regresa en las voces y en los cuerpos del pueblo. La historia siempre resiste, incluso cuando la quieren masillar.

Hoy, en un país que se desangra, el gobierno ha elegido declarar la guerra a la memoria. Pero que se preparen: La historia, la verdadera, nunca se calla.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *