Plaza, banderas y un “NO” que resonó en todo el país
Jueves 18 de diciembre. Antes del mediodía Plaza de Mayo comenzó a recibir las primeras columnas. Bandas de bombos, trabajsores y trabajadoras que avanzaban desde las diagonales, estandartes sindicales y carteles con consignas pintadas a mano compusieron una escena que dejaba constancia de una decisión colectiva. El mensaje, repetido en cada bocina y en cada altavoz, fue tan simple como rotundo: la CGT y las dos CTA rechazaban la reforma laboral que impulsa el gobierno de Javier Milei y anunciaban el inicio de un plan de lucha que es probable terminará en un paro nacional.
Con la Avenida de Mayo y la Diagonal Sur como epicentro, el núcleo más compacto reunió a dirigentes, trabajadores y militantes. La Diagonal Norte quedó, como siempre, para la izquierda. Hubo silencios con peso y gritos con memoria: “No a la flexibilización”, “No al ajuste”, “Defendemos el trabajo”. La concentración fue suficientemente densa en el sector donde confluyeron los gremios históricos y las agrupaciones peronistas. También estuvieron partidos políticos, movimientos sociales, organizaciones de derechos humanos y sindicatos de distintos tamaños y estaturas.
La convocatoria, promovida por la CGT, concentró a sindicalismo combativo, agrupaciones de izquierda, piqueteras y columnas de jubilados; además, se observó la presencia de Madres de Plaza de Mayo y referentes del peronismo, entre ellos el gobernador bonaerense Axel Kicillof. Agrupaciones sindicales y partidos de izquierda leyeron un documento donde calificaron al proyecto como una iniciativa que “no actualiza el derecho al trabajo ni va a generar nuevos empleos; promueve empleos precarios y despidos baratos”.
Ese diagnóstico fue complementado en el acto por denuncias concretas: Cristian Jerónimo, del sector del vidrio, recordó los
El acto central se desarrolló alrededor de las 15 y contó con las intervenciones de Octavio Argüello (Camioneros), Cristian Jerónimo y Jorge Sola (Seguro), todos ellos integrantes del triunvirato que conduce la CGT. Tanto Argüello como Sola calificaron la movilización como el arranque de un plan de lucha y dejaron abierta la posibilidad de un paro nacional. Sin embargo, esa amenaza no fue acompañada por el anuncio de medidas concretas.
Octavio Argüello tomó el tono más duro. Desde arriba advirtió sin eufemismos: “A los senadores, ojo con lo que hacen, porque el pueblo y la patria se los vamos a demandar”. Denunció que la iniciativa oficial es “entreguista” y rechazó la idea de que recortando derechos se genere empleo. “Es mentira que se dé más trabajo sacándoles derechos a los trabajadores y extendiendo las jornadas”, dijo, y convocó a “ganar la calle” para proteger ingresos y condiciones laborales.
Cristian Jerónimo hizo foco en la letra del proyecto: “Está redactado de forma maliciosa a favor de las grandes corporaciones”, afirmó, y remarcó que la CGT no dará “ni un paso atrás”. Su discurso apeló a una referencia testimonial: la historia del movimiento obrero como escuela y punto de apoyo para la resistencia. La apelación a la tradición sindical buscó afianzar un frente común frente a lo que describieron como un avance contra los derechos conquistados.
Jorge Sola, conjugó memoria y advertencia. Recordó reformas previas, las de la dictadura y las de los noventa, y trazó un paralelismo con la crisis del 2001 para subrayar riesgos y consecuencias: “No queremos menos derechos: queremos más trabajo, más dignidad y más salarios”. Fue particularmente crítico con el fondo de despidos incluido en el proyecto, al que definió como un mecanismo para “hacer más fácil echar trabajadores”, y con cualquier intento de limitar el poder gremial. También unió la denuncia de la reforma a críticas al Presupuesto nacional y su impacto en salud, discapacidad y educación; una ampliación del reclamo que instaló la protesta más allá del campo laboral.
La mayor ovación se sintió cuando Sola anticipó la escalada: “Este es el principio de un plan de lucha. Si siguen sin escucharnos, terminaremos con un paro en todo el país”. La amenaza, sin fecha definida, fue recibida con entusiasmo por las columnas, aunque desde algunos sectores de izquierda se escucharon reproches: pedían una convocatoria inmediata y no sólo promesas de medidas futuras.
La escena en Plaza de Mayo mostró además la coexistencia de distintas estrategias de oposición: mientras la CGT busca combinar presión social con negociación política, el sindicalismo combativo y la izquierda impulsan la radicalización de la protesta; las organizaciones piqueteras, por su parte, reclaman coordinación y continuidad en la calle. Esa diversidad expresó tensiones profundas sobre cómo enfrentar un proyecto que, según los dirigentes presentes, desmantela protecciones laborales y restringe el derecho a huelga.
La jornada se convirtió en una experiencia colectiva: la de trabajadores y trabajadoras que sienten amenazados sus márgenes de protección, y la de organizaciones que, sin uniformidad absoluta, coincidieron en la gravedad del proyecto oficial. Para la CTA la reforma implicaría un “cambio filosófico” de las relaciones laborales, con ataques anunciados a sectores específicos como la comunicación, la cultura y el periodismo; para la CGT, la reforma no es una solución al desempleo sino su agravamiento bajo una fórmula de precarización.
En las calles se mezclaron la bronca y la memoria, la advertencia y la estrategia. Hubo pancartas que recordaban causas históricas, fotos de dirigentes, cantos de unidad y relatos de trabajadores que no encontraron en la retórica oficial respuestas a sus inquietudes cotidianas: horas que se extienden, salarios que no alcanzan, contratos que se disuelven con facilidad. También hubo debate interno: mientras los oradores llamaban a la escalada gradual —marcha, plan de lucha, posible paro—, voces más radicales reclamaban medidas inmediatas y contundentes.
Plaza de Mayo quedó,entonces, marcada por esa tensión: unidad de gesto y discrepancias en el ritmo. La movida fue, al mismo tiempo, una demostración de fuerza y una puesta en escena política: buscar consenso social para condicionar el camino legislativo. En el corazón de la movilización latió la convicción de que el conflicto no es sólo técnico o jurídico, sino político y social. En cada bocinazo, en cada redoblante del bombo y en cada grito a coro se repetía una advertencia dirigida a la Casa Rosada y al Parlamento: la reforma no pasará sin resistencia.
El futuro inmediato quedó planteado en términos de calendario y voluntad: la CGT y las CTA anunciaron que no cejarán en sus intentos de frenar la iniciativa y anunciaron un plan de lucha en crescendo. Si la respuesta del gobierno no cambia el rumbo del proyecto, el paro nacional asoma como la acción máxima posible. Esa posibilidad, en la tarde de la Plaza, fue celebrada y temida a la vez: celebrada por quienes ven en la movilización la única vía para preservar derechos; temida por los que imaginan el costo económico y social de un paro en un país ya golpeado por la crisis.
Mientras el sol se iba, la multitud comenzó a dispersarse con la sensación de que algo había quedado plantado en el terreno público: una consigna clara, una agenda de conflicto y la voluntad de llevarla hasta las últimas consecuencias. La Plaza no resolvió la disputa legislativa, pero sí dejó un mapa: fuerzas organizadas dispuestas a confrontar una reforma que consideran regresiva, y la posibilidad real de que el pulso entre la calle y el Congreso determine los próximos pasos en la Argentina.
