
Relatos Indómitos
Tranquera
Mi casa está mal orientada y yo vivo desorientada. No nos podemos ayudar la una a la otra porque ninguna de las dos sabe bien dónde están los puntos cardinales. El sol aparece por el este y ella mira al oeste. Yo me despierto cuando el sol cae al oeste y amanezco por detrás.
Somos inestables. Ella tiene una construcción antisísmica que funciona después de los movimientos tectónicos cuando no hace falta porque ya se agrietaron las paredes. Yo presiento los fenómenos sísmicos, pero ignoro las fechas y si sucederán en Minas Capillitas o en Michigan, y no sé si alertar a mis vecinos y que crean que estoy más loca que de costumbre o no decir nada y seguir en la locura con la que están acostumbrados.
Mi casa tiene nidos en los árboles. Yo, pájaros en la cabeza. Hay sobrepoblación de vuelos sin control de la patrulla ambiental porque no deforestamos.
No tenemos conciencia del paso del tiempo. Ella supo ser feliz radicada en la punta de un cerrito con vista a todo y yo de trepar aferrándome a la nada. Hoy ella está cansada de mirar siempre el mismo todo y yo de agarrarme a la misma nada. No somos nómades, pero nos entretienen las postales.
Entendemos que nadie quiera vivir con nosotras en estas condiciones ni visitar nuestro modo de ser sin planos aprobados. Sin embargo, siempre alguien se aventura y, al abrir la tranquera, descubre que el “infierno tan temido” es solo un paraíso confundido donde el sol sale a espaldas de mi casa y yo amanezco al revés.