Todas las causas, todas

Se cumplió una primera década. Este año, y frente a la avanzada del Gobierno, se unieron las luchas. Por eso, las organizaciones feministas, personas con discapacidad y familiares, jubiladas y jubilados, personal del Hospital Garrahan coparon las calles porteñas. Por la Salud y la Educación, por salarios y jubilaciones dignas, por políticas públicas integrales; y contra el ajuste y la crueldad.

por Jesica Farías

Expectativas. Muchas. En cada grupo de WhatsApp, el mismo mensajito: “¿Vas? ¿Nos encontramos?”. Porque siempre es mejor así, de a un montón. Por eso, este 3 de junio se ampliaron las consignas y hasta se cambió de fecha para concentrar en las calles de la Ciudad de Buenos Aires. No se marchó el día que marcaba el calendario, un martes, sino que se eligió hacerlo el miércoles, cuando las jubiladas y los jubilados reclaman lo que merecen: dignidad. “Quienes sostenemos la asamblea creemos que la tarea del momento es unir las luchas contra el ajuste, la represión y la crueldad del gobierno de Milei”, explicaron desde el Colectivo Ni Una Menos.

“Mientras no llueva, vengo todos los miércoles. Vivo a ocho cuadras, pero si llueve, tengo miedo de caerme. Me tomo mi tiempo porque conozco mis limitaciones. Tengo cuatro hijos; a la más chica siempre la hago reír porque le digo que me hago una corridita y llego”, dice Amanda, de 86 años. La jubilada está de pie en la Plaza de los Dos Congresos. “¡Fuerza, Pablo! “¡Justicia!”, se lee al frente de su pechera. Detrás, en la espalda, lleva otras inscripciones: “Ministra cruela, soy barra y patotera”. A cada rato se acercan a tomarle fotografías y charlar con ella. Cuando es mi turno, nos sentamos un ratito en los bancos mientras suenan bombos y cantos. “Hoy estoy alucinada: tanta gente y que no pase nada”, me dice. En cada manifestación la policía reparte palos y gases. “La semana pasada había triple cordón y éramos, no sé, 10 o 20. No dejan que nos concentremos. Yo siempre me acerco a los policías y les digo: ¡Le tienen miedo a esto!”. Dice agitando su bastón con la mano arrugada, el puño protegido con un pañuelo verde. Apenas unos pasos más allá, Mariela, quien podría ser su nieta, levanta un cartel: “Mi boca no tiene cierre para callar. Ni una menos. Ni una más en situación de calle”. Llegó desde Llavallol, en el conurbano sur. “Sigo viniendo porque yo pude salir, pero hay muchas que aún siguen en las calles. Ahí se pasa violencia, se pasan un montón de cosas y es algo de lo que no se habla”. En mayo pasado, 15 organizaciones relevaron cuántas personas están viviendo en esas condiciones en la Comuna 1 (San Telmo, Monserrat, Puerto Madero, Constitución, San Nicolás y Retiro), donde más de 1.483 personas mayores de 18 años utilizan el espacio público para dormir.

Vivas y sin violencias nos queremos
¿Te acordás del primer 3 de junio? No nació de un repollo: el movimiento Ni Una Menos escaló en pocos días, allá por 2015, hasta convertirse en una manifestación que se coló en la agenda feminista. Hubo una chispita que comenzó esa llamarada. Fue un tuit de Marcela Ojeda, periodista feminista, después de que encontraran a Chiara Páez asesinada en la ciudad santafesina de Rufino. Tenía 14 años, estaba embarazada de pocas semanas y su novio la mató a golpes. La enterró en el patio de la casa de sus abuelos. “Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales… mujeres todas… ¿No vamos a hacer nada? NOS ESTÁN MATANDO”, advirtió. Una década después, a pesar de que hubo avances, los femicidios se cuentan por cientos: desde aquella primera manifestación hasta el 25 de mayo pasado, se registraron 2827 femicidios, uno cada 31 horas. Los datos son del
Observatorio Ahora que sí nos ven y duelen. Tanto como las medidas del actual Gobierno que habla de libertades, pero sólo las limita. En este último año y medio degradó el Ministerio de Mujeres, Género y Diversidades; cerró programas de formación, de fortalecimiento, apoyo, entre otros, y el Plan Nacional de Prevención del Embarazo No Intencional en la Adolescencia (Plan ENIA); atacó leyes como la de Educación Sexual Integral (ESI) y la ley Micaela, de capacitación obligatoria en género y violencia de género. Sin duda, este es un retroceso que afecta los proyectos y vidas de mujeres, lesbianas, travestis y trans con recortes y eliminación de políticas públicas, con discursos que alientan el odio y les quitan gravedad a las agresiones machistas —cuya máxima expresión son los femicidios, que van en aumento—. ¡Y además todo esto con salarios y jubilaciones de miseria! ¿Viva la libertad? ¿Qué libertad? ¿Para quién?

Frente a tanta violencia, también se instaló una duda sobre el posible accionar de las fuerzas de seguridad —que marcó un triste precedente con el ataque al fotógrafo Pablo Grillo en marzo pasado— en este nuevo Ni Una Menos. De eso sabe Rocío, fotorreportera: “La realidad es que cuando hay represión son las propias fuerzas las que comienzan ese choque, las que comienzan a disparar, las que comienzan a tirar gases lacrimógenos cuando una persona se está manifestando en la calle”. Cada miércoles, cámara en mano, cubre las manifestaciones de las jubiladas y jubilados. Por eso no se sorprendió, como Amanda, con lo que pasó: “Cuando la policía no reprime, no hay violencia. O sea, no pasó nada. Estaba todo vallado, lo cual es un poco absurdo porque termina el propio Gobierno tapando la circulación de las calles. Fue una marcha pacífica, como las que solíamos tener antes de que asumiera Javier Milei”. En ese sentido, el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (Sipreba) presentó los resultados de su encuesta integral que da cuenta del presente del sector. En materia de ataques, relevó que un 27% de los y las trabajadoras encuestadas manifestó haber recibido agresiones por ser periodista en el último año, entre los cuales un 33% fue víctima de represión y un 20% fue atacado por funcionarios del gobierno. La violencia digital sigue siendo alarmante: un 78,05% de los ataques padecidos fueron de forma virtual. El combo precarización y agresiones podría explicar que el 27% tenga problemas de salud con síntomas como ansiedad, estrés o depresión.

A las calles
Callao, a la altura de Corrientes. De a poco, la gente ocupaba la traza. La presencia policial se resumía en grupos de uniformadas y uniformados con chalecos celestes en los alrededores del Congreso. En una esquina, un jubilado desplegaba un afiche hecho a mano frente a la policía: “A vos, agente de seguridad: no nos tires aerosol, no somos cucarachas. Sí, somos seres humanos”. A lo lejos, antes de llegar a Rivadavia, se veían vallas, pero también banderas flameando. Retumbaban en el cuerpo los golpes a los bombos. Cada paso costaba un poco más. Al consultar con manifestantes, el vaso se veía más lleno o más vacío según a quién se preguntara. Para algunas personas, la suma de consignas —contra el machismo, por la Salud y la Educación públicas, a favor de las bibliotecas populares y del Conicet, por jubilaciones que cubran las necesidades y no maten de hambre— debería haber llenado las calles. Mientras que otras personas celebraban el acuerpamiento.
Los mensajes en pancartas, remeras y paredes se multiplican. El gran ausente fue el glitter. Mientras Amanda alucina, Rocio pensaba que “íbamos a ser muchas y muchos más, pero creo que tiene sentido que no haya habido tanta gente como en otros momentos; creo que en un punto tiene que ver con la tristeza que hay a nivel generalizado, hay una suerte de agotamiento mental y emocional. Me parece importante destacar eso porque tiene que ver con los golpes que viene dándonos el Gobierno por todos los flancos posibles”.

La salud, la física y la mental, se ve deteriorada. Y también las instituciones sanitarias: es el caso del Hospital Garrahan, que brinda atención a niñas, niños y adolescentes. Desde hace semanas, sus trabajadoras y trabajadores reclaman la recomposición de sus salarios, mientras se cierran sectores. “No hay ofertas, nos piden que normalicemos el funcionamiento sabiendo que hay una crisis enorme con asambleas enormes de 1.400 trabajadores. Hay un plan para destruir Garrahan, estamos dando una pelea muy fuerte y por eso es tan importante el apoyo social. Es importante que se discuta en el Congreso una Ley de Financiamiento, también para la discapacidad y los jubilados. A la espera de eso, nosotros luchamos”, expone Norma, de esa institución. Brilla su guardapolvo. Y se multiplica: hay muchos, muchísimos, y también ambos azulados y de otros colores.

Nadie se salva solo, ni sola. Y este 4 de junio eso se vio en las calles. Amanda, en un pequeño descanso antes de retomar su camino a casa, nos cuenta que ella va cada miércoles: “Por todos: por mis hijos, por mis nietos, por la gente que no puede venir porque no tiene para el colectivo. Por la gente que tiene miedo, porque hay mucho miedo. Y yo no tengo miedo”. Lo dice mientras se acomoda el otro pañuelo que tiene en la mano, uno blanco que dice “el pueblo unido”.

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