Tony Vardé: “No se puede mirar la música como un hecho libre de contenido político”

Durante el mes de los y las Afro-Argentinos, afrodescendientes y de la cultura afro, Tony Vardé lanza su cuarto libro, Una canción hizo la diferencia. En plena crisis del libro en la Argentina, la obra se consolida como un gesto de resistencia cultural y reivindicación histórica.

por Melina Schweizer

En un país donde la palabra “ajuste” se volvió sinónimo de despojo cultural, hablar de arte, memoria y negritud es también una manera de decir basta. Tony Vardé, periodista, escritor, realizador cinematográfico y músico argentino, acaba de publicar su cuarto libro, Una canción hizo la diferencia (Colectivo Flota Negra Grupo Editor, 2025), una obra que revisita la historia política del sonido afroamericano y lo enlaza con las luchas de nuestro presente.
El libro se presentará el jueves 13 de noviembre, a las 19:00 horas, en Lucille (Gorriti 5520, Palermo), con moderación de Melina Schweizer, prólogo y participación de Sol Ramos, y musicalización de DJ Barby Aguirre.
El evento está organizado por el Colectivo Flota Negra Grupo Editor, del cual Malungo Libros forma parte, y se enmarca en noviembre, mes de los y las Afro-Argentinos, afrodescendientes y de la cultura afro. Durante la jornada se podrán adquirir ejemplares del libro y compartir un espacio de conversación con su autor.

Sinopsis
Una canción hizo la diferencia no es un libro sobre música: es un manifiesto contra el olvido. Desde Strange Fruit, la canción que Billie Holiday transformó en símbolo de resistencia, hasta Racist Piece of Shit de Fishbone, Tony Vardé recorre un siglo de canciones donde la historia política de Estados Unidos se filtra a través del dolor y la esperanza de la comunidad afrodescendiente. El autor no escribe desde la distancia: escucha, siente y traduce. Cada capítulo combina contexto histórico, análisis cultural y testimonio personal, invitando al lector a reconocer que detrás de cada melodía hay cuerpos, memorias y luchas. El resultado es un ensayo narrativo de tono íntimo y político, una cartografía sonora del siglo XX escrita desde el sur del mundo.
En conversación con Periódico VAS, el autor desandó el camino hasta los orígenes de su trabajo, evocó las canciones que le abrieron las venas del alma y habló del oficio de publicar un libro en medio de una industria en crisis, marcada por la caída de ventas, el encarecimiento del papel y el cierre de librerías, donde sostener la cultura se ha vuelto un gesto de resistencia cotidiana.

¿Cuál fue esa canción que, en tu vida personal o en tu formación, marcó un antes y un después y te llevó a escribir este libro?
—Podría hablar de dos. La primera fue Rocket 88, de Ike Turner y Jackie Brenston. Fue el momento en que el rock’n roll entró en mi vida por decisión propia. Yo era un adolescente de Buenos Aires escuchando el soundtrack de Great Balls of Fire (1989), la película sobre Jerry
Lee Lewis, y entre esos temas aparecían tres canciones que me abrieron la cabeza: Big
Legged Woman, de Booker T. Laury; Whole Lotta Shakin’ Goin’ On, en la versión de Valerie Wellington; y Rocket 88. Con ellas entendí, por primera vez, la influencia negra en el rock’n roll.
Esa canción, grabada en 1951, es considerada por muchos el primer single de rock de la historia. Tenía ritmo, oscuridad, distorsión, una fuerza adelantada a su época. Me gusta pensar que Rocket 88 fue el origen del rock’n roll porque lo fue para mí.
Y si tengo que hablar del impulso para escribir este libro, ese lugar lo ocupa Strange Fruit, en la voz de Billie Holiday. Esa canción me empujó a escribir. Es imposible escucharla sin sentir la necesidad de hacer algo con ese dolor.

¿Desde cuándo escribís sobre música y cómo fue el proceso que te llevó a transformar esas escuchas en libros?
—Hace poco encontré una reseña vieja, escrita en 2002, sobre Blue Train, de John Coltrane. Creo que ahí empezó todo. Me formé como periodista deportivo y realizador cinematográfico, además de músico. En algún momento esas tres pasiones se cruzaron: cine, música y escritura.
En 2011 abrí mi blog Escuchate Esto!, donde publiqué reseñas, crónicas y reflexiones sobre discos y artistas. De ahí nacieron mis libros. Siempre pensé que ese blog podía convertirse en algo más, y así fue.
Una canción hizo la diferencia es mi cuarto libro, y probablemente el más político. Tiene la forma de un ensayo narrativo, pero late como una crónica: con respiración humana, con alma de manifiesto.

¿Qué tiene “Strange Fruit” que sigue interpelándonos más de ochenta años después?
—Strange Fruit es la canción de protesta más importante del siglo XX. Lo que la vuelve tan poderosa es la calma engañosa de su comienzo: un paisaje rural, los árboles del sur, el aire quieto. Pero pronto comprendés que esa fruta extraña son cuerpos humanos colgados, linchados, abandonados frente a la mirada morbosa de una multitud.
Nada más explícito que esa línea: smell of burning flesh —olor a carne quemada—. Es una frase que golpea a la audiencia en el rostro. Te obliga a despertar, a no mirar para otro lado.
Para mí, esa es la verdadera función del arte: no embellecer lo insoportable, sino hacerlo visible. La historia no debe esconderse bajo la alfombra por más dolorosa que sea.

—¿Cómo fue tu encuentro con C. Niambi Steele, la autora del prólogo?
—Nos conocimos cuando estaba terminando mi primer libro, Grabando Emociones: la Revolución de Stax Records. Yo había anunciado la preventa y ella respondió a una publicación en redes diciendo que había sido cantante en una banda que grabó para Stax. Me sorprendió. La contacté, la entrevisté y logré incluir su testimonio en el libro, pocos días antes de que entrara a imprenta.
Después seguimos en contacto. Para mi segundo libro incluí una canción suya y volvimos a hablar. Niambi es una mujer brillante, generosa, y su mirada afrocaribeña me ayudó a ver el alma política de la música negra. Cuando aceptó abrir Una canción hizo la diferencia con sus palabras, fue un honor. Siento que su presencia legítima mi trabajo desde otro lugar. Amplificar su voz también es parte de mi misión.

¿Cuándo descubriste que una canción podía ser una forma de resistencia política?
—De chico, cuando escuché Solo le pido a Dios, de León Gieco. En mi casa se escuchaba tango, Rafaella Carrá, Abba… música cotidiana, de amor o tragedias personales. Pero esa canción hablaba de algo más grande, de una realidad que nos atravesaba como país.
Durante la guerra de Malvinas sonaba todo el tiempo, y yo tenía siete años. No entendía todavía la idea de “resistencia política”, pero sentía que esa canción estaba tocando un nervio social. Fue la primera vez que comprendí que la música podía decir la verdad cuando las palabras se volvían propaganda.

¿Qué lugar ocupa la memoria afrodescendiente en tu trabajo?
—Hasta ahora mi obra se centra en la música negra, especialmente la de Estados Unidos. Pero en los últimos años, gracias a espacios como Malungo Libros y a artistas afroargentinos como Sol Ramos, empecé a comprender la dimensión política de esa música.
En junio de 2024 hicimos una actividad en el centro cultural Bavia, en Remedios de Escalada, titulada Poesía y Soul. Sol aportó textos de Angela Davis, Du Bois y Fanon, y yo compartí canciones e historias de mis libros. Fue un diálogo hermoso entre música y palabra. Esas experiencias me ayudaron a abrir los ojos, a entender que el soul o el blues no son solo géneros: son formas de memoria, de sobrevivencia.

Publicar hoy en Argentina, con este contexto económico y político, ¿es también un acto político?
—Sin dudas. Estamos viviendo el contexto más difícil de los últimos veinte años. Colectivo Flota Negra Grupo Editor nació en 2023, a pocas semanas del triunfo de Javier Milei. Somos una editorial 100 % autogestiva e independiente. Las ganancias no se acumulan: se reinvierten para seguir imprimiendo.
Lo que nos interesa es que las obras circulen, que la gente las conozca. La existencia de una editorial afro-centrada en Argentina es, en sí misma, una forma de reparación. Así como Malungo Libros nació de una necesidad, Flota Negra también: crear un espacio para voces y temas que hasta ahora no tenían dónde publicarse.
Nuestra lógica es la del punk: hacelo vos mismo. Si el mercado no abre la puerta, la abrimos a patadas.

—Tu escritura tiene una ética muy clara: no romantizás el dolor, pero lo transformás en belleza. ¿Cómo lográs ese equilibrio?
—No sé si sé cómo lo logro, pero escribo sobre las cosas que me despiertan pasión. En algún punto, escribo los libros que me gustaría leer. Si no existe un libro sobre Stax Records o sobre Toots Hibbert, hay que hacerlo.
Primero investigo, leo, miro documentales, reviso archivos. Pero después busco una voz narrativa cercana, como si estuviera contando una historia a un amigo en un café. No me interesa un tono académico ni distante. Quiero que la gente lea y sienta que puede escuchar esa música conmigo.
El dolor está ahí, pero no lo maquillo. Lo que intento es que tenga sentido, que deje algo, que emocione sin manipular.

—¿Qué artistas o movimientos actuales ves como herederos de esa tradición de denuncia?
—El hip hop, sin dudas. Es el género que mantiene viva esa llama de denuncia. También el soul contemporáneo y algunas ramas del rock alternativo, pero el hip hop tiene una potencia particular porque sigue siendo un lenguaje de barrio, de resistencia.
La música negra siempre habló de libertad, aunque usara metáforas. Hoy, artistas como Kendrick Lamar o D’Angelo continúan esa línea, con nuevas formas y los mismos fantasmas.

Si tuvieras que elegir una canción que resuma este tiempo, de crisis pero también de búsqueda, ¿cuál sería?
—Racist Piece of Shit, de Fishbone. Salió en 2024, días antes de las elecciones entre Trump y Kamala Harris. Es un tema brutal, un ska punk furioso contra el racismo y la hipocresía supremacista. La banda recordó en esa canción la marcha de Charlottesville, donde asesinaron a Heather Heyer.
También Fight the Power de Public Enemy y Killing in the Name de Rage Against The Machine siguen siendo actuales. Son canciones que no envejecen, porque el sistema que denuncian sigue vivo.

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