VAS a Río de Janeiro

por Gabriel Luna

No es mi primera crónica viajera, hubo varias: VAS a Bolivia, VAS a Cuba, VAS a Toledo, VAS a Sevilla… ¿Por qué las escribo? ¿Cuál es el objetivo? Tratar de mostrar, de compartir con el lector un viaje. Y por qué viajar o andar boludeando por el mundo, como dice un escritor amigo. ¿Se trata de un entretenimiento?, ¿de una búsqueda?, ¿o de una huída? El primer sentido que le damos el común de los mortales al viaje es el de vacación, dejar nuestros problemas en casa, relajarnos y descansar. Pero en realidad siempre nos llevamos todos los problemas con nosotros (no los dejamos y no hay huída), como dice una terapeuta amiga. Cierto, pero tal vez en otra circunstancia, en otro contexto, podamos verlos más claros e incluso intentar resolver alguno. En el viaje me parece que se apuesta a encontrar cierta claridad en la distancia, mirando otra realidad, una que nos deslumbre. La contemplación es una propuesta viajera.

Lo primero que sentí al llegar desde el otoño de Buenos Aires a Río de Janeiro fue un aumento relajante de 8 ºC; hice los trámites en el aeropuerto, y pasaron 40 minutos vertiginosos de taxi por la ciudad entre ruidos, calles y autopistas, atravesando morros por túneles, cruzando un puente sobre el mar, oyendo bocinas de motos y ambulancias, bordeando edificios altos, plazas, laderas de piedra y selva, favelas y hasta una laguna. Después todo se aquietó; y sentí otra vez el relajo. Vi desde la altura y en silencio, el mar, dos islas, una larga y ancha playa, con canchas de fútbol y vóley, gente diminuta jugando y tomando sol entre las sombrillas; vi palmeras, la costanera, un conjunto de edificios y calles, un morro, la boca de un túnel, una favela arriba del túnel, y un puente. Vi todo eso pero sin moverme, desde una habitación en el piso 10º de un hotel en Barra da Tijuca.

Aquí, luego del vértigo del taxi, las cosas parecen ocurrir más lentas. El tiempo tarda en pasar en la playa, en la sucesión de las olas, en los atardeceres sobre el mar. Y la gente parece andar más lento por la calle céntrica de los bares y los mercados; hablan un idioma ondulado, sin huesos, más apacible, que a veces no entiendo. Gente alegre, que baila espontáneamente en la playa, en los bares o en los chiringuitos de la costanera al compás de una samba. El tiempo me parece más lento que en Buenos Aires porque mi rutina cambia. Eso también forma parte del paraíso. Pero además, porque el Brasil de Lula no es lo mismo que la Argentina de Milei. Y esto explica de algún modo la afluencia de argentinos a Río de Janeiro. No creo que este turismo se deba a ventajas económicas. Hago números. No es más barato vacacionar en Brasil que en Argentina. Una comida económica, sin postre, para dos personas, cuesta en Río de Janeiro alrededor de 100 reales ($25.000) y puede conseguirse en Buenos Aires por menos. Un pasaje de colectivo cuesta en Río 5 reales ($1.250) y en Buenos Aires de $425 a $870, según la distancia. El taxi del aeropuerto al hotel de Barra da Tijuca costó 200 reales ($50.000), mientras que uno desde el aeropuerto de Ezeiza al Centro de Buenos Aires cuesta $40.000. Y un buen hotel, pero no de lujo, en Río cuesta alrededor de 320 reales ($80.000) diarios, mientras que en Buenos Aires, en Mar del Plata, en Córdoba o en Bariloche cuesta alrededor de $70.000. Pregunto. ¿Y si no es más barato, por qué hay tal cantidad de argentinos en Brasil? Respondo. Porque necesitamos una vacación del gobierno de Milei.

Tiempo de contemplación. Miro el mar, las islas, la selva, los pájaros planeando sobre el mar, la playa. Desaparecen los edificios y tengo un arrebato histórico. Imagino la flota de Magallanes (que era portugués) llegando a Río de Janeiro hace más de 500 años. La marinería y los oficiales descubrieron este paraíso en el clima templado, la selva rutilante con pájaros rojos y negros, la abundancia de alimentos, y en las bellas mujeres desnudas que llegaban hacia ellos en la playa o los buscaban trepándose a los barcos, ofreciéndoles frutos y favores[1]. Y la tripulación holgaba, bailaba, comía y anochecía en la playa y en los manglares con las alegres nativas en orgías que duraban desde el atardecer hasta que amanecía.

Viajo desde Barra da Tijuca hasta Ipanema en colectivo, atravesando un morro y bordeando el mar. Una bandada de pájaros negros y pechos rojos planea sobre la costa. Son grandes, los llaman fregates o fragatas, me dice un hombre ante mi asombro, y también los llaman piratas, porque además de pescar, les quitan el alimento a otros pájaros. En Argentina los llamaríamos buitres, como a esos fondos de inversión que nos empobrecen, le contesto. El hombre sonríe con amabilidad, sabe a lo que me refiero. Mientras que el gobierno de Lula integra Brasil a los BRICS aliándose con China en una economía productiva, el gobierno de Milei aparta a Argentina de los BRICS aliándose con Estados Unidos, vía Trump, que le propone a Argentina la especulación financiera y los fondos de inversión, es decir, la pobreza para la mayoría de los argentinos.[2]

Ipanema tiene mucha luz, una vereda de mosaicos al estilo portugués formando dibujos abstractos, blancos y negros, que se repiten entre un corredor de palmeras, la playa extensa, de arena muy fina, sombrillas naranjas, la gente distendida, las islas, y el ruido del mar, como un llamado. Se oye también una samba lejana. Alquilo reposera y sombrilla. Tomo una caipirinha para sentir “a terra rodar” y escucho, como en un ensueño, a Vinicius de Moraes: “Olha que coisa mais linda, mais cheia de graça / Ela é a menina que vem e que passa / Num doce balanço caminho do mar”. El poeta ya no está, pero sigue estando. Y la Garota de Ipanema, la menina, también pasa, aunque tal vez sea ahora más morena y ondulante, pero sigue tan linda y llena de gracia como antes, en un dulce balanceo camino del mar.

Aquí, suspendido en el aire entre el cielo y el mar, entre la playa casi blanca de arena muy fina, las calles despejadas y la selva de los morros, me parece encontrar una síntesis del mundo. Encontrar una paz y un equilibrio perdido. Esto parece un paraíso. Vengo de resentimientos y odios, de una sociedad dividida y sin patria. De una sociedad funcional al fascismo, tendremos que reconocerlo los argentinos. En Buenos Aires, todos los miércoles la policía apalea a los jubilados porque protestan por la reducción de sus haberes. Y se reducen los haberes de los jubilados y también los salarios de los empleados y también los gastos sociales. Se condena al país a la pobreza para pagarle una deuda al FMI. ¡Una deuda que se contrajo para aumentar las ganancias de un pequeño núcleo de empresarios e inversores! Para defender los intereses de estos buitres sirve el gobierno de Milei. Que, por supuesto, no lo admite, y culpa de los males del país a los jubilados, a los estudiantes, a los empleados públicos, a los políticos, a los periodistas, al feminismo, a la diversidad… Y los convierte en enemigos según la ocasión; reprime, genera odios y divide la sociedad para ocultar y llevar a cabo su particular y verdadero plan: el aumento de las ganancias del núcleo económico que lo sostiene, y el aumento de su propio poder, convertirse en líder mundial, no tener límites, prescindir de la democracia. Todo esto es fascismo, tendremos que reconocerlo los argentinos, unirnos, y enfrentarlo.

[1] Según el libro de Antonio Pigafetta, el cronista que acompañó a Magallanes.

[2] Los BRICS son la asociación política y económica de cinco países: Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica.

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