Afrodescendencia
Ser negro en tiempos libertarios
Afrodescendencia, memoria y resistencia en la Argentina de hoy
por Melina Schweizer
El 8 de noviembre no es un día más en el calendario argentino. Desde 2013, por Ley 26.852, se celebra el Día Nacional de los/as Afroargentinos/as y de la Cultura Afro en homenaje a María Remedios del Valle, la “Madre de la Patria”, mujer negra que luchó en las guerras de independencia y fue borrada de la historia oficial durante más de un siglo. Cada año, esa fecha reivindica la raíz afro en la identidad nacional, pero también recuerda cuánto cuesta mantenerla viva en un país que insiste en pensarse blanco.
Durante el Primer Decenio Internacional de los Afrodescendientes (2015–2024), la Argentina impulsó políticas públicas orientadas a fortalecer la visibilidad afrodescendiente. Para citar un ejemplo, el Estado promovió la inclusión de la imagen de María Remedios del Valle en el nuevo billete argentino de $10.000 (diez mil pesos). Este billete, que forma parte de la serie “Heroínas y Héroes de la Patria”, presenta en su anverso las figuras de María Remedios del Valle, conocida como la “Madre de la Patria”, y de Manuel Belgrano.
El gesto es simbólicamente valioso: por fin una mujer afrodescendiente ocupa un lugar de reconocimiento en la iconografía nacional. Sin embargo, no deja de ser significativo que su presencia deba compartirse con una figura masculina ya consagrada, como si su valor histórico necesitara ser legitimado por la cercanía a un héroe. Así, la visibilidad avanza, pero aún dentro de los límites de una narrativa que sigue siendo masculina.
Entre los avances logrados se destacó el Plan Nacional Afrodescendencias y Derechos Humanos, orientado a promover la visibilidad, el reconocimiento cultural y la erradicación de la discriminación racial. No obstante, con el actual gobierno, el plan quedó paralizado: las comisiones interministeriales dejaron de reunirse, los programas vinculados a la comunidad afro fueron desmantelados y se disolvió el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo), dejando sin canal institucional las denuncias por racismo y exponiendo a las víctimas ante las fuerzas de seguridad. A ello se agregó la eliminación del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, que puso fin a políticas clave para mujeres, disidencias y la comunidad afroargentina, que había encontrado en ese espacio un apoyo esencial para la visibilización de su identidad y la implementación de políticas específicas.
¿Y qué pasará con el Nuevo Decenio Internacional de los Afrodescendientes (2025–2034) bajo este gobierno?. ¿Cómo continuará en un país que ha vaciado de contenido las políticas de inclusión?. ¿Dónde quedan la reparación histórica, la justicia social y la visibilización de las comunidades afro cuando todo se mide en términos de rentabilidad?. ¿Qué lugar ocupan nuestras vidas en la escala de prioridades de una gestión que reduce derechos y llama libertad al desmantelamiento?. Argentina parece optar por la amnesia como política de Estado.
La comunidad afroargentina sigue ocupando el último lugar en la fila. Pese a los logros alcanzados a nivel discursivo —como la inclusión del Día Nacional de los Afroargentinos/as en el calendario escolar—, en los hechos se sigue marginando a esta comunidad. A nivel social y económico, los afroargentinos siguen enfrentando barreras en el acceso al trabajo, la educación y la salud. Según el INDEC, el nivel educativo de la población afro de 25 años y más está rezagado, con un 39% sin haber terminado el secundario y solo un 23,7% alcanzando el secundario completo, lo que refleja las profundas desigualdades en el acceso a oportunidades.
El gobierno de Milei ha ignorado las recomendaciones internacionales sobre afrodescendencia y derechos humanos. A pesar de que Argentina se comprometió a reconocer, reparar y garantizar el desarrollo de las comunidades afro a nivel global, el nuevo gobierno parece más interesado en recortar las políticas públicas y negar la existencia misma de estas problemáticas.
El Censo 2022 registró a 302.936 personas afrodescendientes —apenas el 0,7 % de la población—, una cifra pequeña pero reveladora: muestra que, por primera vez, más personas comenzaron a reconocerse como parte de una comunidad históricamente negada. Con políticas de visibilización y conciencia sostenidas, ese número podría crecer en el próximo censo, pero el desmantelamiento actual amenaza con borrar ese avance. Las mujeres afro —como Miriam Gomes, Alejandra Egido, Gladys Flores y Guadalupe Gallo, entre muchas otras— han sido el motor de este proceso: desde organizaciones culturales y educativas hasta espacios como Xangó, que impulsa la visibilidad afro-LGBTQ+, junto a otras organizaciones sociales de alcance federal que promueven la educación antirracista y la participación comunitaria. ¿Hasta cuándo las comunidades afro tendremos que empezar de nuevo, incluso después de recordarle al Estado —con cifras, con historia y con presencia en todo el país— que seguimos aquí?
El caso de Osqui Guzmán, actor, dramaturgo, director y docente sacudió a la opinión pública. Fue detenido y golpeado en la estación Dorrego del subte por una agente que lo acusó sin pruebas: “El algoritmo te reconoció. Vos sos chorro”. No hubo algoritmo alguno: solo racismo. La escena revela el nuevo rostro del control social, donde la tecnología legítima viejos prejuicios.
La agresión contra Guzmán no fue un error aislado, sino un síntoma. En la Argentina libertaria, la desigualdad se disfraza de modernización: el reconocimiento facial y la inteligencia artificial se presentan como avances, pero funcionan como mecanismos de discriminación digital. Lo que antes era una detención por “portación de cara” hoy se traduce en un “error de sistema”. La diferencia es mínima: el cuerpo negro sigue siendo el blanco.
Guzmán lo expresó con la dignidad del que se niega a callar: “Basta de perseguirnos por el color de piel”. Su testimonio reaviva un debate que muchos creían superado: el racismo estructural no es un vestigio del pasado, sino una práctica viva que se adapta a cada época, a cada gobierno, a cada algoritmo y a cada silencio cómplice.
Nada de esto ocurre al azar. Lélia Gonzalez advirtió que América Latina está atravesada por una amefricanidad negada: una raíz afro e indígena que el poder blanco intenta borrar. Silvia Rivera Cusicanqui lo llamó colonialismo interno: jerarquías coloniales que siguen gobernando desde adentro. Y María Lugones lo definió con precisión: sin desmantelar el racismo y el patriarcado, no hay emancipación posible.
La era libertaria combina esas tres heridas con una capa nueva: la digital. Los algoritmos clasifican, los drones vigilan, las cámaras discriminan. La violencia colonial ahora se ejecuta con software. El neoliberalismo ya no necesita cadenas: le basta con datos.
El discurso oficial niega el racismo. “En Argentina no hay negros”, repiten las voces del privilegio, mientras la policía detiene por “portación de cara” y los medios siguen mostrando un país sin color. La negación es parte del mecanismo: lo que no se nombra no existe, y lo que no existe no se defiende.
Ser negro en tiempos libertarios no es una metáfora: es una realidad. Es vivir en un país que adhirió al nuevo decenio internacional mientras desmonta todo lo que ese decenio representa. Es sostener la dignidad frente al borramiento. Es recordar que la libertad no tiene sentido sin igualdad y que la historia, aunque quieran silenciarla, sigue respirando.
