Roca y la maldición de Buenos Aires

por Maximiliano Molocznik

La oligarquía argentina se constituye como clase dominante en el siglo XIX en base a dos genocidios: el de los gauchos y el de los pueblos originarios. Sin embargo, los historiadores liberales -clásicos y de izquierda abstracta- han filiado el nacimiento de la oligarquía en 1880 y centrado su atención y críticas sólo en la figura de Roca. Han presentado al gobierno de Mitre como un dechado de virtudes, una presidencia que buscó institucionalizar al país, plena de republicanismo y dotada de un proyecto modernizador. Para ello eligen olvidar la liquidación de los gauchos de las provincias federales, la miseria que dejó en el interior la política librecambista de Buenos Aires y los miles de «montoneros» pasados a degüello en muy poco tiempo.

Todos estos «detalles» son pasados por alto para decir que al haber asumido Roca la presidencia tras la mal llamada «conquista del desierto», allí debemos visualizar el nacimiento de la oligarquía.

Tampoco corresponde hacer apologías sin mediaciones de la figura de Roca.  Flaco favor le haríamos a la causa de los derechos humanos si le quitamos la responsabilidad histórica del genocidio contra los pueblos originarios o si contribuimos a invisibilizar el justo reclamo que hoy portan.

Ahora bien, ¿no es muy simplista afirmar que el reparto tierras entre los soldados veteranos de Roca que luego se malvendían a agentes de las compañías extranjeras constituye una política oligárquica? Desde luego, eso es mucho más sencillo que decir que la verdadera oligarquía era el sector terrateniente bonaerense, consolidado desde la enfiteusis rivadaviana, ampliado en su campo de acción por Rosas y legitimado sin cortapisas por los gobiernos subsiguientes.

Nada de esto implica negar los límites objetivos del roquismo ni atribuirle posturas antiimperialistas que no tuvo pero sí poner en el eje de la discusión el hecho innegable de que, en 1880, el roquismo tiene una base social popular, con  improntas federales que se oponen a la oligarquía porteña, cuya única pretensión era seguir monopolizando las rentas de la Aduana y negándose a la federalización de la ciudad. Para ampliar esta polémica, nos será muy útil revisar brevemente los hechos que llevaron a Roca a la presidencia prestando atención a las fuerzas sociales en pugna.

El gobierno de Avellaneda se encontraba, en 1879, en un callejón sin salida luego de haber optado por una errónea política de conciliación con el mitrismo porteño que acabó rodeando y maniatando a su gobierno. Frente a las elecciones de 1880 el  mitrismo lanza la fórmula Tejedor-Laspiur y Roca se presenta apoyado por las provincias y el sector más popular del autonomismo bonaerense de Alsina. Tejedor está dispuesto a defender al secesionismo porteño con las armas.

Roca se aleja del gobierno de Avellaneda en octubre de 1879 planteando la necesidad de federalizar la ciudad de Buenos Aires, una idea que el presidente Avellaneda defiende y el mitrismo rechaza. Los diarios porteños no dejan de fustigar a Roca. No ahorran insultos contra él, lo llaman «barba azul», «el nuevo Rosas», «el nuevo Urquiza», «mazorquero» y el clásico «bárbaro». Lo acusan de vivir rodeado de «caudillos de chiripá», de ser un «mulatito de provincia», de escribir con faltas de ortografía. Para la prensa porteña, Buenos Aires era un «cordero gordo» que sería devorado por los «hambrientos» provincianos una vez que pisasen la provincia. Varias «plumas célebres» relataron la guerra civil del 80 desde la óptica porteña, aunque ninguno tan bien como Eduardo Gutiérrez que en su libro «La muerte de Buenos Aires» será quien mejor retratará el desprecio hacia los provincianos.

Más allá de esta pirotecnia verbal, la oligarquía porteña pretende seguir detentando el monopolio sobre las rentas de la Aduana, pero cuando el 11 de Abril de 1880, Roca es elegido presidente con 161 votos de electores sobre los 71 de Tejedor, sobreviene la guerra civil que dejará un saldo de tres mil muertos en u episodio sospechosamente soslayado por numerosos historiadores.

En 1880, la clase dirigente porteña empuña las armas en defensa de sus privilegios, pero cae derrotada por Roca y sus «chinos», que impiden una nueva y tal vez esta vez definitiva secesión de la provincia de Buenos Aires.

Naturalmente, años después ese joven Roca se volverá un poderoso estanciero asociado al mismo sector al que había vencido en el 80 y con él, un reducido núcleo de «familias principales» se quedará con las enormes extensiones de tierra «arrebatadas al indio». En palabras de Arturo Jauretche en su libro «El medio pelo en la sociedad argentina», «El roquismo, como tentativa de grandeza nacional, se desintegra en las pampas vencido por los títulos de propiedad que adquieren sus primates, ahora estancieros de la provincia».

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