Agotados y con escasos recursos.

Enfermeros del Durand aseguran que falta personal en las terapias

 

por Victoria Peralta

Agotados/as y apremiados/as por una demanda creciente, con lugares de descanso improvisados, vestuarios mal ventilados y un «sentimiento de angustia permanente», los enfermeros/as del hospital de Agudos Carlos Durand, del barrio de Caballito, que no pudieron despedir a tres compañeros fallecidos por coronavirus, aseguran que no hay personal para cubrir la demanda que requieren las 48 camas de terapia intensiva que tiene ese centro de salud.

«Estamos exhaustos, a esta altura hay una angustia permanente en los/as compañeros/as de trabajo, estamos siempre al límite», manifiesta Gastón Kalniker, uno de los enfermeros del Durand, donde más de 300 trabajadores y trabajadoras se infectaron con Covid-19 y murieron  dos enfermero y una enfermera. El profesional de 28 años pidió «tomar conciencia» de lo que ocurre en los centros de salud en la pandemia y criticó la apertura de bares y restaurantes dispuesta por el Gobierno porteño, como parte de la flexibilización del aislamiento social.

«No damos más y estamos en la primera línea; sabés que no te podés permitir un error y la presión te genera un cansancio extra. Puedo entender el fastidio de todos, pero no puedo comprender cómo desde el Gobierno se fomentan ese tipo de encuentros, se abren bares, peatonales y se promueven marchas», enfatizó. Kalniker cree que «es momento de ser solidarios» porque «el número de camas es finito, hay que pensar en el otro, nadie se salva sólo, acá te cuidas y cuidas al otro».

En el Hospital Durand hay 48 camas de terapia intensiva pero «no pueden ocuparse todas porque faltan enfermeros/as», dice Luis Ortiz, enfermero y delegado de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), que se reincorporó recientemente a sus tareas después de haber contraído coronavirus, explica que hay enfermeros y enfermeras que están de licencia porque pertenecen a grupos de riesgo y bien porque están enfermos/as.

Los/as pacientes internados en terapia intensiva con Covid-19 son inducidos al coma a través de fármacos para poder intubarlos y necesitan ser rotados entre dos y tres veces por día para buscar un mejor funcionamiento de las áreas pulmonares. Se trata de maniobras que requieren la atención de entre 4 y 6 trabajadores.

Les profesionales indicaron que estas prácticas sumadas al constante monitoreo de las funciones vitales de cada paciente y la administración de medicamentos demanda atención constante, minuciosa y genera sobre los trabajadores de la salud «una presión extra» cuando también hay que lidiar con la falta de insumos y la precarias condiciones laborales.

Lejos de los corredores amplios, impolutos y luminosos que algunas series televisivas extranjeras nos dejan como imagen de lo que es una terapia, en el hospital Durand se instalaron casilleros para guardar elementos personales en los pasillos, «que deberían estar en un vestuario y se re acondicionó un baño chiquito para poder cambiarse», remarca Kalniker.

«Nos fuimos adaptando como pudimos, pero la verdad es que los trabajadores y trabajadoras nos pusimos el hospital al hombro, la burocracia del Gobierno de la Ciudad hizo que hoy a seis meses (de que se registre el primer caso de Covid-19 en el país) sigamos pidiendo puertas o separaciones en las terapias», insiste. Los plásticos que separan las camas de la terapia 1 (en el hospital hay tres terapias) los conseguimos los trabajadores a través de una donación», contó el enfermero, mientras un compañero suyo que abandonaba la sala se sentaba, exhausto, sobre unas cajas apiladas que servían como lugar de descanso. «No tenemos ni sillas para sentarnos», describe el enfermero.

La entrega de los insumos de protección personal (EPP) «se fue regularizando y hoy, más allá de algún faltante puntual, los elementos llegan, pero eso es todo; hay una regulación que establece cómo deben ser los vestuarios y los de acá no cumplen con esas condiciones», asegura el trabajador. «Nos ponen lockers en los pasillos, habilitaron antiguos lugares que se usaban para guardar cosas, que son lugares chiquitos, sin ventilación, en donde dejamos también nuestras pertenencias amontonadas y en días de lluvia dejamos secar la ropa ahí, colgada de una soga improvisada».

Al describir el estado de ánimo de los trabajadores y las trabajadoras, Kalniker dice: «Estamos agotados físicamente y en lo psicológico predomina el sentimiento de angustia entre nosotros; aunque intentamos distraernos, pero nos enfrentamos todos los días a la enfermedad y a la muerte, no es nada fácil. Le ponemos el hombro, pero somos ninguneados por el Gobierno de la Ciudad que ni siquiera nos reconoce como profesionales, estamos dentro de lo que denominan ´Escalafón general´ y eso implica un menor salario pero también un ninguneo a nuestras tareas y a nuestra formación universitaria».

La pandemia de coronavirus dejó en evidencia graves problemas estructurales en el sistema de salud público porteño, señala Ortiz, quien advierte que además de la terapia intensiva hay salas para pacientes Covid moderados, que requieren seguimiento y atención pero no están en estado crítico, «no hay toallas, ni fundas, por lo que son los familiares de los pacientes los que tienen que traerles desde sus casas, algunos hasta estufas les hacen llegar porque tampoco hay calefacción. Hay servicios que no cuentan ni con agua caliente».

Contagios y precariedad laboral 

Los/as enfermeros/as de los hospitales públicos de la Ciudad de Buenos Aires no están considerados «profesionales»,  se los encuadra en el «escalafón general»  y su sueldo básico es de 32 mil pesos, lo que lleva a la mayoría a tener dos trabajos o a pedir módulos que es la denominación que se utiliza para horas extras. «Si querés hacer horas extras tenés que cumplir un módulo de 7 horas, y después se te liquida el sueldo por la cantidad de módulos que hiciste en el mes, si todos los días metés uno de más, alcanzas los 20 mensuales y el dinero equivalente a ese trabajo es de 10 mil pesos», detalla  y considera «eso es un robo, te pagan cerca de 70 pesos la hora extra».

Son tres les profesionales de enfermería de ese nosocomio que fallecieron luego de contraer coronavirus. Sus colegas aseguran que si bien padecían patologías que los incluía dentro de los grupos de riesgo, «la presión y las malas condiciones laborales» produjeron en este desenlace.  «Virginia siguió laburando para llevar un mango a su casa, y no un mango más como algo extra, sino algo que le alcance para darle de comer a su familia», relata Héctor Ortiz.

Virginia Viravica, padecía diabetes tipo 2 y falleció el pasado 19 de agosto, a los 61 años, tras 20 días de internación en terapia intensiva. «Si se tomaba la licencia por grupo de riesgo sólo se le pagaba el básico, que son 32 mil pesos y con eso no podés mantener una familia», agrega.

Cuatro días antes de la muerte de Viravica, los trabajadores del Durand despidieron a Grover Licona Díaz, de 45 años, enfermero de terapia intensiva que padecía Mal de Chagas y «atendía unos 25 pacientes todos los días, con la presión de estar atento a todo y el estrés que te genera cada pérdida», dice Ortiz y enfatiza «no sólo mata el coronavirus, en estos momentos la falta de personal, la presión, el estrés y las malas condiciones también».

«Te quedas sin palabras, es mucha bronca contenida, cuesta mucho procesarlo y no tenés tiempo porque tenés que seguir y tampoco tenemos ningún tipo de contención o asistencia psicológica por parte del hospital», señaló por su parte, Gastón Kalniker, enfermero y compañero de Licona Diaz.

«Nos enfrentamos todos los días a la enfermedad y a la muerte, pero perder un compañero te pega, te pega duro y no dejamos de ser personas», agrega.

El 16 de junio, murió Julio Gutierrez, enfermero de pediatría, quien también era paciente de riesgo ya que padecía asma bronquial.

 

 

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