Crónicas VAStardas

Anécdotas  subterráneas en tiempos de Mundial

por Gustavo Zanella

El boletero que cuenta la historia es pelado, gordo y a la chomba de Metrovías que lleva puesta le faltan solo unos centímetros para dejarle el pupo a la vista. Parece que se llama Rolo. Labura en la boletería de Retiro, línea C. Lo tengo pegado a mí, junto a la puerta del colectivo que cada vez que se abre nos aplasta. El tipo va conversando con otro vestido de seguridad del subte. El boletero lo llama «Piñón».

Rolo le pregunta qué onda el miércoles y Piñón arranca diciendo «Te voy a contar posta lo que pasó porque anduvieron diciendo boludeces». Ahí apago la música pero no me saco los auriculares para no parecer lo que soy: un chismoso de mierda que escucha conversaciones ajenas para hacerme el indignado.

La cosa es así. El miércoles a las 3 de la tarde, en Retiro, había un borracho con una pelota en el andén del subte. El borracho, como era de esperarse, estaba cargoseando a la gente. Se puso a hacer jueguitos al final de la estación, en esa parte a la que por lo general los pasajeros no se acercan, salvo cuando el lugar está hasta las pelotas. Antes de que el personal de seguridad lo advierta, al borracho se le cae la pelota a las vías y se tira de cabeza a buscarla. Queda tirado, medio boleado, con la cabeza chorreando chocolate y sin reaccionar del todo. Un pasajero buen samaritano se baja del andén para auxiliarlo. Empiezan los gritos. Aparece uno de seguridad y también baja a las vías. Quieren levantarlo pero el borracho, a medio reaccionar, se niega a subir al andén sin su pelota. Al parecer, era una linda pelota, de esas nuevas que usa la selección.

A nadie se le ocurre avisarles que por ahí pasa algo parecido a un tren que pesa quichicientasmil toneladas y que ellos no son inmortales. Además, parece ser que hay algo justo donde están que tiene corriente y -salvo el de seguridad- el borracho gaznápiro y el buen samaritano no tienen zapatos aislantes. Piñón dice que el problema fue que nadie se comunicó con W, para que le avise a X, que le informe a Y que Z tiene que, gentilmente y con urgencia, notificarle al que maneja el subte que, o bien levante la pata del acelerador, o bien frene y espere.

Al final la cosa se pone violenta. Le dan dos castañazos al ebrio y lo suben. Algunos pasajeros lo ayudan mientras otros sugieren que por ahí sería mejor dejarlo quieto. No queda claro si es para que muera mutilado o por alguna cuestión traumatológica.

Cuando está subiendo el buen samaritano, el de seguridad lo caga a pedos diciéndole que no debería haber bajado, que puso en riesgo su seguridad y la del borracho. El buen samaritano deja de subir, se baja de nuevo y le grita al de seguridad que qué quería que hiciera si el tipo no reaccionaba, que ellos tardaban en llegar, qué cómo dejan entrar al subte gente en ese estado, que después pasan las cosas que pasan. El guarda le dice que si lo dejaban entrar a él (al buen samaritano) tenían que dejar entrar a cualquiera. El subte, al parecer seguía acercándose. Mientras tanto, el borracho, en el andén, lloraba porque le dolía la cabeza.

En las vías la discusión se acaloraba. Un tipo de la muchedumbre se hincha las pelotas y le grita a los de abajo: «Forros, a las 6 tengo que estar en Lanús, garchando. Salgan de ahí». Los tipos salieron. A los pocos segundos llegó el subte. La policía de la Ciudad llegó tranquila en vista de que no había pobres a quienes pegarles. Los camilleros llegaron tras ellos.

La anécdota no da cuenta de lo que pasó con la pelota.

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