El agua como derecho humano fundamental

El 22 de junio de 1992 en la Conferencia de las Naciones Unidas (ONU) sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (CNUMAD) celebrada en Río de Janeiro, declara el 22 de marzo como Día Mundial del Agua. En 2010 a propuesta de Bolivia y con el apoyo de países de América Latina, de África y de Asia, la ONU incorpora el acceso al agua y al saneamiento como un derecho humano.

Estas declaraciones de buenas intensiones colisionan con la falta de políticas públicas para proveer a la humanidad de este vital elemento. En el mundo millones de personas carecen del acceso al agua, al saneamiento y a la higiene. Según según un informe de UNICEF y la Organización Mundial de la Salud,  alrededor de 2200 millones de personas en todo el mundo no cuentan con servicios de agua potable,  4200 millones no tienen servicios de saneamiento seguros y 3000 millones carecen de instalaciones  sanitarias básicas para higienizarse. Todos los días 4000 niñas y niños mueren por no acceder integralmente al agua sana y a un saneamiento seguro, 137 millones de seres humanos en el año contraen enfermedades digestivas, de piel y visuales por aguas contaminadas. Y son las mujeres las que tienen que disponer de 220 millones de horas diarias para acceder al agua potable y 18 millones de menores de 16 años dejan la escuela para dedicarles tres horas diarias a buscar la sustancia esencial.

Para Aníbal Ignacio Faccendini, titular de la Cátedra del Agua de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y miembro del Colectivo Argentina del Ágora de los Habitantes de la Tierra, existe un biocidio de lesa ambientalidad, que los distintos Estados del mundo y la ONU les cuesta asumir para solucionar. “A la pobreza de agua, producto de la injusticia social y ambiental, se le suma la depredación al agua que realizan los países hegemónicos con sus grandes industrias y la mega minería a cielo abierto”.

En un panorama de pandemia mundial donde un 40% de la población no tiene acceso al agua para higienizarse y prevenir la propagación del virus, desde el 7 de diciembre de 2020 el agua se ha convertido en un commodity más que cotiza en el mercado de futuros de Wall Street. Para Fraccedini esta es una muestra mas del fuerte proceso de neoprivatizaciones de la dominancia noeliberal. En este sentido, expone la necesidad de construir, desde el ambientalismo consensos para darle al agua su personería jurídica, colectiva y universal del agua. Es decir, que se la declare persona no humana sujeto de derechos. Medida que obligaría al Estado a cuidarla y protegerla como un bien común público.

La cotización del agua en el mercado de futuros de Wall Street, es un nuevo hito en el camino de privatización de ese recurso natural, que se inició el Chile el dictador Augusto Pinochet con la Constitución de 1980. Le siguió su mentora, la premier británica Margaret Thatcher, que privatizó la distribución del fluido y inició los sistemas de concesiones privadas que, a partir de la firma del consenso de Washington en los ‘90, aplican los Gobiernos neoliberales en nuestro continente.

“En nuestro país hay sectores políticos (y económicos) que se oponen a considerar el acceso al agua potable como un derecho, para mantener al agua como una mera mercancía cuyo acceso fluctué al vaivén de la inefable oferta y demanda. Como si se pudiese elegir prescindir del agua para las necesidades más elementales como el higiene y alimentos”, sentencia Enrique Viale, activista ambienta, fundador de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas, que al igual que Aníbal Ignacio Faccendini, considera que una de las mejores maneras de detener el proceso de mercantilización en la Argentina es reconocer, mediante una ley nacional, el acceso al agua como un derecho humano fundamental.

“No sólo debiera ser un derecho humano fundamental, sino que el agua, como parte de la naturaleza, tiene derechos. Si, el agua tiene derechos y que tenga derechos la saca del mercado, deja de ser una cosa para convertirse en un sujeto de derechos. Tiene derecho a la preservación de la funcionalidad de sus ciclos, de su existencia en la cantidad y calidad necesarias para el sostenimiento de los sistemas de vida, a vivir libre de contaminación para la reproducción de la vida de la naturaleza y todos sus componentes”, afirma Viale.

Lejos de estar fuera del problema, nuestro país es parte de este problema. Los continuos procesos de contaminación, expropiación y privatización de actividades como la gran minería, la actividad petrolera y el agronegocio, constituyen un factor de constante contaminación de nuestros recursos hídricos, del suelo y del subsuelo. Mientras que la pobreza y la indigencia, que en nuestro país alcanza a más del 40% de la población, dan cuenta que la falta de acceso al agua entre las necesidades básicas insatisfechas.

Empecemos por casa. En la Ciudad de Buenos Aires uno de cada siete habitantes no accede formalmente al agua potable, afirma María Eva Koutsovitis, coordinadora de la Cátedra de Ingeniería Comunitaria de la UBA.

«Unos 400.000 porteños y porteñas no acceden al agua potable, reduciendo la esperanza de vida, duplicando la mortalidad infantil y limitando toda posibilidad de autonomía para las mujeres y disidencias», denuncia Koutsovitis y advierte: «la falta de agua ya es una historia repetida de las villas y asentamientos de la Ciudad con el doble estándar técnico y con obras de baja calidad para los barrios humildes, que además se realizan varias veces sin controles adecuados y destinando cifras millonarias de fondos públicos».

Este doble estándar técnico implica un doble estándar sanitario: “Mientras en la ciudad de Buenos Aires el 22% de la población supera los 60 años, en las villas porteñas sólo el 5% supera los 60 años. Ese doble estándar sanitario fue puesto en evidencia por la pandemia, porque allí donde los servicios públicos son informales los contagios se multiplican», asegura Koutsovitis y remarca que “El acceso al agua potable se debe dar en igualdad de condiciones para todas las personas, garantizando su universalidad y gratuidad como derecho humano imprescindible para la vida».

Foto de portada: Luis Quintero

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