El motor de la historia es el enojo

por Marcelo Valko

Escribo en las primeras horas de la madrugada del lunes. Afuera aún se escuchan bocinazos y algunos gritos expresando su euforia por el triunfo del ultraderechista Javier Milei por casi 12 puntos en el balotaje del domingo 20N al oficialista Massa que no hace mucho prometía meter presa a la también oficialista Cristina Kirchner por corrupta, aunque luego hicieron las paces. De chicos nos enseñaron en el colegio que Argentina es un país inmenso, muy rico, con infinidad de recursos naturales, pero después uno sale a la vida y advierte que tenemos 40% de pobres y casi 10% de indigentes. Familias enteras buscan restos de comida en la basura que descartan otras familias. Padecemos una inflación galopante desde que tengo uso de razón, un solo mes nuestro equivale a varios años de la Unión Europea en su conjunto. En los supermercados los empleados no alcanzan a modificar los precios en las góndolas. Existe un profundo descreimiento y un enorme malestar, flota en el aire la sensación de país inviable y el convencimiento que una inepta clase política únicamente preocupada en su bienestar nos condujo a este tétrico destino.

Hace casi un mes, en este medio cité a uno de mis lectores que resume el pensamiento de infinidad de votantes: “Estos nos cagaron, los otros también, y bueno, que nos cague uno nuevo…” Con “estos” se refería al actual gobierno peronista y con “los otros” a la oposición derechista de Macri que gobernó anteriormente, el “nuevo” es Milei prometiendo acabar con “la parasitaria clase política”. La aparición de este outsider produjo algo impensado. Alguien sin partido, sin experiencia de ninguna índole produjo un fenómeno mediático inédito. Hace dos años se convirtió en diputado. Y así, sin más se lanzó a la actual campaña electoral donde mostró en sus actos una motosierra enardeciendo a sus cada vez más fanatizados seguidores. En sus caravanas llevó el cuadro de su perro muerto hace tiempo y con el que asegura mantener un diálogo fluido al punto de recibir sus consejos. Acusó al Papa Francisco (que encima es argentino) de ser representante del Maligno en la Tierra. En canales de TV planteó la venta de órganos como si fuera un bien más para ofertar ante la mano invisible del mercado, y como si todo eso fuera poco, a 40 años de recuperada la democracia niega la cifra de desaparecidos durante la dictadura y aun así y pese a arranques de ira y de inestabilidad psicológica ante las cámaras obtiene una votación arrasadora en el país. Obvio ayudó el “esfumado” presidente Alberto Fernández que pasará a la historia por su desgobierno e inutilidad y su vodevil con la vicepresidenta Cristina Kirchner que en su momento lo ungió como candidato.

“Milei no es un fenómeno, el fenómeno son los argentinos que lo votan” sentenció el exmandatario uruguayo Pepe Mujica. Tiene razón en parte. La gente está muy cansada, en el aire flota rabia, malestar y precisamente el enojo es uno de los motores de la historia. Milei en medio de su histrionismo que por momentos nos recuerda al cómico inglés Benny Hill, logró canalizar todo ello mediante una fórmula mágica básica: dolarización y acabar con la casta política. Sus votantes, ubicados en todos los sectores sociales ricos y pobres, profesionales y obreros, como en todo apasionamiento, no advierten que suma a su espacio a gente que viene de la casta política más rancia, como su adversaria electoral Patricia Bullrich ex montonera y ahora de extrema derecha a la que acusó “de poner bombas en jardines de infantes durante su época de terrorista” (como si eso fuera objetivo de la guerrilla) a la que luego besa y abraza, e incorpora a su espacio diciendo “tabula rasa”.

Agrego un dato. Ni siquiera en un contexto electoral como el que atravesamos la izquierda partidaria logró posicionarse como una opción viable para canalizar el descontento social. Apegada a un léxico del siglo pasado que dejó de decir aun antes de la Caída del Muro, apegada a ese ideario obtuvo el caudal habitual, incluso unas décimas menos apenas 2,70%.

Milei, durante su mandato, promete desguazar el Estado comenzando por YPF, la empresa petrolera que amenaza vender al mejor postor, a la Radio Nacional y todas sus filiales ubicadas a lo largo del país o a la TV Pública que brinda un sentido de integridad nacional en sitios inhóspitos de nuestro inmenso territorio e incluso entre otros tantos organismos va a privatizar la Universidad Nacional de Buenos Aires, ubicada en los primeros puestos de Latinoamérica por su calidad educativa de la cual soy un orgulloso egresado. En fin… hay demasiada tela para cortar, pero pienso, que para esta abrumadora madrugada a horas de un resultado electoral que promete hacer un daño tremendo, es suficiente. Apenas agregar que la historia es larga, las estrellas no duermen y un día habrá rendición de cuentas. Es lento, pero viene…

 

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