El Mundo ha vivido Equivocado

Por Rafael Gómez

No es la primera vez que pasa. El Negro Fontanarrosa ya lo había anunciado en un libro memorable. El mundo ha vivido equivocado. Y antes que él lo anunciaron Derrida, Tato Bores y Foucault, Cortázar, Sartre y Deleuze, Jauretche, Discepolín y Freud, Herman Hesse y José Ingenieros, Darwin y Marx, Hegel, Bolivar y San Martín, Kant, Rousseau y Moreno, Newton y Pascal, Galileo y Hernandarias, Shakespeare y Cervantes, Tomás Moro y Leonardo Da Vinci… Séneca, Aristóteles y Sócrates, Confucio y Lao Tse… Todos ellos lo dijeron. Hoy lo anuncian Bauman y Pinti, Saramago y Chomsky, Naomi Klein y Eduardo Galeano, John Holloway, Osvaldo Bayer, Pérez Esquivel y Houellebecq, Alfredo Moffatt, García Márquez… El mundo desde siempre ha vivido equivocado. La evolución es un malentendido. Hay a lo largo del tiempo una sucesión interminable de errores y descubrimientos, de tormentas y dichas, de mentiras y verdades, de idas y venidas. Todo resulta confuso entre sombras y relámpagos, entre el ruido y la furia. La historia parece a veces contada por un idiota, como dijo el poeta. Pero otras veces no. Hoy, la historia trasmitida por los grandes medios de comunicación parece contada para idiotas, pero no por idiotas. Surge la confusión y la sombra, pero también el relámpago que alumbra hasta los sitios más recónditos. Sólo hay que mirar. Hoy, con sólo recorrer esta Ciudad de contrastes asombrosos y acceder a Internet, no hace falta ser un genio, un poeta o un sabio para descubrir las equivocaciones del mundo. Están expuestas, son como carteles intermitentes. Veamos algunas.

Están colapsando en efecto dominó bancos y corporaciones líderes en Estados Unidos y Europa dejando los tendales de desocupación y pobreza. ¿Se trata de un fenómeno? ¿de algo casual? La catástrofe del libre mercado no es accidental ni fortuita sino una equivocación. ¿Pero de dónde proviene? La idea implantada de que las codicias particulares producirán beneficios sociales fue el principio del abismo. Con este pensamiento mágico del egoísmo y un puñado de estadísticas, los economistas de Chicago y Harvard construyeron el modelo del libre mercado y la globalización económica: un sistema que libera a los bancos y las corporaciones de las regulaciones y protecciones de los Estados nacionales. Quiere decir, que las empresas privadas (los bancos y las corporaciones) al actuar según sus intereses particulares en un mercado libre de la injerencia estatal, aportarán beneficios y crecimiento a la sociedad en su conjunto. Esa es la teoría. Pero los intereses particulares son la obtención de la mayor ganancia. Esto iguala la utilidad social y el crecimiento de una sociedad, a la obtención de mayores ganancias de las corporaciones y los bancos (1). Y no sólo iguala sino que antepone la utilidad social y el crecimiento de una sociedad, o de un país, a la obtención de ganancias de las corporaciones y los bancos. De modo que resultan totalmente prescindibles, y hasta nocivos, el Estado y las demás organizaciones sociales -dicen los economistas de Chicago y Harvard -: para lograr el crecimiento de un país, sólo debe procurarse la libertad de las corporaciones y los bancos para obtener ganancias y el país crecerá en consecuencia.

Es increíble que varias décadas atrás semejante modelo fuera aceptado por una sociedad y tuviera aplicación. Sin embargo ocurrió.

El modelo fue aplicado en 1973 en Chile después de un golpe militar y la muerte de Salvador Allende; fue aplicado en Brasil y Uruguay, también bajo dictaduras militares; fue aplicado en Argentina (1976), golpe de estado mediante, feroz represión y muerte de treinta mil personas; fue aplicado en Inglaterra por Margaret Thatcher en 1982, durante la guerra de Malvinas; fue aplicado en Bolivia (1985) por Jeffrey Sachs, un economista de Harvard llamado para controlar la inflación debida al abultado endeudamiento externo; fue aplicado en Polonia (1989) también por Sachs, para detener la inflación; y en China (1989) de la mano de Milton Friedman y la férrea cúpula del partido comunista, entonces ocurrió la masacre en la plaza Tiananmen; el modelo se aplicó en Sudáfrica (1990) y volvió aplicarse en Argentina (1990) con Menem y Cavallo; entró en Rusia (1991) gracias a Boris Yeltsin que disolvió la Unión Soviética , y tuvo que sitiar el Parlamento con tanques, y hacer una represión sangrienta parecida a la chilena, para poder seguir las recetas de Sachs y los muchachos de Chicago; el modelo fue aplicado en Indonesia (1996), Tailandia (1997), Corea del Sur (1997), Filipinas (1998); fue aplicado en Irak (2003), invasión militar mediante y más de un millón de civiles muertos; fue aplicado en Sri Lanka (2004) después del terrible tsunami que dejó doscientos cincuenta mil muertos y más de dos millones y medio de personas sin vivienda; fue aplicado en el salvamento y la reconstrucción de Nueva Orleáns (2005) tras el huracán Katrina…

El modelo de libre mercado o modelo neoliberal se aplicó en casi todo el mundo, los resultados fueron (y son): la muerte de millones de personas y un aumento pavoroso de la desocupación y la pobreza. La teoría fue una equivocación. Las prácticas fueron una catástrofe tras otra. ¿Entonces por qué se insiste en seguir aplicando ese modelo? La respuesta es sencilla y dura. Porque sirve para aumentar las ganancias de los bancos y las corporaciones, de sus directivos y accionistas, de los economistas de Harvard y Chicago. Y porque sirve -como veremos enseguida- para enriquecer a los gobernantes corruptos que reprimen, engañan, y entregan sus países al libre mercado.

La base del modelo es evitar la injerencia del Estado para que las corporaciones y los bancos privados crezcan y operen libremente, sin regulaciones. Esto quiere decir que el Estado no sólo debe disminuir el control de las empresas privadas, sino que además debe ceder su propio espacio. Entonces hay que reducir y debilitar el Estado. Hay que reducir los empleados, el gasto social, y también disolver las empresas públicas para que no compitan con las privadas… En realidad, el objetivo principal del modelo es que los bancos y las corporaciones compren a precio vil las empresas estatales y se hagan cargo del negocio. La gestión previa de los gobernantes consiste en vaciar las empresas públicas para venderlas baratas, hacer despidos masivos, flexibilización laboral, y reducir los gastos asistenciales en salud, educación, alimentación, vivienda.

Hay que arrasar los Estados nacionales, y a veces también las poblaciones, para imponer el libre mercado. Los casos mencionados arriba son elocuentes. Hacen falta golpes militares y represión, fuertes crisis económicas, engaños mediáticos, invasiones armadas, bombardeos, torturas, maremotos y huracanes, para vencer la resistencia social, desquiciar el estado, y aplicar el modelo (2).

En nuestro país, el golpe militar, la tortura y la feroz represión de 1976 sirvieron para instalar el modelo que se consolidó en los años 90 mediante el engaño durante el gobierno democrático de Menem. Recuérdese que Menem en su campaña electoral no propuso profundizar ni instalar el modelo neoliberal: de haberlo hecho no me hubieran votado, dijo con picardía años después. Recuérdese que Domingo Cavallo, su ministro de Economía, fue también presidente del Banco Central de la Nación Argentina durante el gobierno de la Junta Militar. Recuérdense los esfuerzos de aquellos patriotas de la televisión, Neustadt y Grondona, que auspiciados por esas empresas a las que les interesaba el país, trataban de convencernos de que había que achicar el estado y privatizar hasta las veredas. Recuérdese la caída de la industria nacional por abrir el mercado a las corporaciones. Recuérdese la especulación financiera de la banca privada, el plan de convertibilidad, el remate de las empresas públicas: la venta de YPF, Aerolíneas, ENTEL… Recuérdese el espejismo de la riqueza sin producción, el dólar equiparado al peso, el crédito fácil, los viajes a Miami, la llegada del consumismo. Recuérdese el final del espejismo y la aridez del desierto dejado por el modelo en diciembre del 2001, gobierno de De la Rúa , el corralito de los depósitos bancarios, la pobreza y los cartoneros en las calles… Recuérdese quién era entonces ministro de Economía: ¡otra vez Domingo Cavallo, doctorado en Harvard y al servicio del libre mercado!

La actual crisis económica, Estados Unidos (2008), se desató porque los bancos hicieron operaciones inmobiliarias de alto riesgo para obtener mayores ganancias (3) y, como reza la doctrina neoliberal, no hubo controles estatales para impedirlo. Esas operaciones disfrazadas de confiables se expandieron en el libre mercado a los fondos de inversión y produjeron más ganancias. Creció el crédito, el consumismo, el espejismo de la riqueza… hasta que las hipotecas empezaron a caer. En menos de un año hubo 1.200.000 ejecuciones en Estados Unidos. Bajó el precio de las propiedades. Estalló la burbuja inmobiliaria. Los activos tóxicos (sin respaldo) contaminaron todo el sistema de crédito y se desplomaron las bolsas. Quebró la aseguradora AIG (la más importante del país, 120.000 empleados). Quebraron las grandes bancas: Lehman Brothers, Merrill Lynch, y el Citigroup (la mayor empresa financiera del mundo con más de 300.000 empleados). Cayeron las corporaciones: General Motors (320.000 empleados), Ford y Chrysler (330.000 empleados), entre otras. Y empezó la catástrofe que nos afecta a todos.

Entonces intervinieron los Estados nacionales -los prescindibles y nocivos Estados, según la teoría del libre mercado- para sacar las papas del fuego inyectando billones de dólares en las corporaciones y los bancos privados. Esto, sumado a los casos mencionados arriba, habla muy claro del fracaso del modelo, pero además… ¡No se usó el dinero público para ayudar a las víctimas, la gente sumida en la pobreza, la gente sin casas o sin empleos, sino para salvar a las empresas que provocaron la catástrofe! La conclusión puede sacarla hasta un chico de primaria: los gobiernos que tomaron estas medidas no representan a la gente sino a los bancos y a las corporaciones (4).

De esto se infiere que la democracia y el libre mercado son incompatibles. Los gobiernos nacionales responden a las corporaciones y los bancos. A nosotros, amable lector o lectora, nadie nos representa. Las elecciones son nada más que un circo mediático. Elegimos a quienes ya fueron elegidos por las corporaciones y la clase política. Estamos finalmente en manos de los directivos de los bancos y las corporaciones. Ellos son quienes en definitiva gobiernan y manipulan nuestras vidas. ¿Tendrán estos señores el buen criterio de corregir el rumbo de sus negocios para impedir el hambre, la pobreza, el desamparo, las crisis económicas, la desocupación, la opresión, las guerras? No. Nunca lo hicieron y tampoco lo harán. En realidad, han hecho todo lo contrario: impulsar guerras e invasiones, armar crisis económicas, generar pobreza, arrasar los recursos del planeta, dislocar sociedades, servirse de la crisis, de la pobreza y la desocupación… Pero no ha sido por maldad -dirán ellos- sino para obtener mayores ganancias. Veamos un ejemplo reciente. Cuando recibieron el rescate económico del estado, los directivos de la aseguradora AIG festejaron y se repartieron 168 millones de dólares en concepto de bonificación. ¿Fue este un caso excepcional? No. Durante la catástrofe financiera desatada en el 2008, los directivos de Wall Street que la ocasionaron decidieron premiarse. Se repartieron un total de 18.400 millones de dólares, deducidos de la ayuda aportada por el Estado para salvar sus empresas, es decir, del dinero de los contribuyentes.

Los directivos de las corporaciones picados por la competencia y lanzados a buscar mayores ganancias provocan las crisis, eso está claro. Pero antes de considerar las crisis, es bueno saber que los productos que dan mayores ganancias no suelen ser los más útiles para la sociedad. Un ejemplo. Hay en este país 47 millones de teléfonos celulares, más de un aparato por persona. Pero hay un déficit de 3 millones de viviendas. Significa que 12 millones de personas no tienen techo, o viven hacinados y/o en condiciones precarias. ¿Por qué ocurre esto? Porque los celulares dan mayores ganancias que construir viviendas. Así pasa con la mayoría de las cosas. Las corporaciones producen aquello que da mayores ganancias sin considerar su utilidad social. La soja es otro ejemplo local muy claro. Implantada por las corporaciones agroquímicas en la codicia de los terratenientes y la clase política, la soja -usada para alimentar chanchos chinos y vacas europeas- se ha extendido largamente por los campos en desmedro de las producciones para nuestro propio consumo provocando un aumento insoportable de los lácteos y las carnes en el mercado interno. Pero además, la soja requiere menos mano de obra que las producciones habituales -genera desocupación-, arrasa los campos, perjudica el ecosistema, y su fumigación con fuertes agroquímicos produce todo tipo de enfermedades.

El resultado de preferir las mayores ganancias a la utilidad social está a la vista. Solo hay que recorrer la ciudad para palpar la pobreza y el desamparo, ver los hospitales públicos colapsados -la salud pública tampoco es un gran negocio-, ver el descontento profundo de la gente, la depresión, la basura en las calles, la humillación, la violencia, la mala alimentación, la mendicidad, la droga, a veces la protesta. Para sostener todo esto el libre mercado, que no es otra cosa que la fase actual del capitalismo, ha cambiado el concepto de hombre. Y esta, tal vez sea la equivocación más grave que pesa sobre el mundo. De animal racional, cultural y social el hombre se ha convertido en un solitario animal de consumo. Y ni siquiera consume muchos nutrientes sino símbolos y basura. Las corporaciones y los bancos han reducido al hombre a un animal que trabaja, mira pantallas, y consume. A mayor consumo, más ganancia y satisfacción. La vida se transforma en entretenimiento estéril y egoísta para los que entran al círculo, y el resto es marginal, basura de las calles. ¿Podemos torcer ese destino y combatir a las corporaciones y los bancos? Sí, ciertamente hay muchas formas de combatir a las corporaciones y los bancos, pero primero, antes de arreglar el mundo -como decía Gabriel García Márquez- debemos arreglar al hombre.

1. Esta equivocación que consiste en equiparar la utilidad social con la obtención de ganancias, la advierte Albert Einstein en su artículo Por qué el Socialismo.

2. Los procesos detallados y analizados de estos casos están en el libro de Naomi Klein: La Doctina del Shock

3. Dieron créditos inmobiliarios a tasas elevadas pero sin garantías suficientes.

4. El plan de inyectar dólares del Estado a las empresas privadas fue de Henry Paulson, secretario del tesoro de Estados Unidos. Antes de asumir ese cargo público, Paulson fue directivo del grupo inversor Goldman Sachs. Este grupo inversor dotó a Henry Paulson de 44 millones de dólares al abandonar la firma para asumir un cargo público de apenas 190 mil dólares anuales.