El Paraíso del Colón

El paraíso del Teatro Colón de Buenos Aires albergó a lo largo de su historia a destacadas personalidades de la Argentina. Se las recuerda siendo estudiantes, motivadas por la elevada calidad de los espectáculos y los bajos precios de las gradas.

Estanislao del Campo se inspiró desde ese lugar, el 24 de agosto de 1866, para transformar la versión del Fausto de Goethe escrita por Charles Gounod, en el Fausto Criollo que pobló libros escolares de otras épocas.

El exigido nivel de producción del Colón y la necesidad de formación de sus elencos, nunca pudo ser solventada por privados.

El Estado siempre fue su sostén, aunque largamente se lo haya querido mantener como algo propio de las clases más pudientes.

La disputa se volcó, por épocas, hacia uno y otro lado, aunque desde su inicio, las puertas del último piso se mantuvieron abiertas para el público carente de recursos.

Ni la última dictadura pudo limitar ese acceso y así se convirtió en uno de los pocos refugios para los amantes de la música que no se exiliaron.

Con el retorno de la democracia, de 1983 a 1986, irrumpió en el teatro un personaje increíble como Cecilio Madanes, quien abrió el teatro, con sus escuelas de ballet y restauración, y sacó a las calle sus espectáculos y metió al pueblo en ese templo.

«Madanes agilizó la estructura del Colón y concibió desde óperas para niños y conciertos al aire libre hasta la actuación de Julio Bocca bailando en una plaza». Por aquella época solía decir que «ahora, para entrar al Colón, no hay que vestir de saco y corbata», recuerda el diario La Nación de la época.

Ese modelo permanece en la memoria de los vecinos de la ciudad, quienes, sin perderse ni una sola función de sus favoritos, se cruzaban con personajes vestidos de gala para ir al Colón.

Esos personajes, esos vecinos, son los que sufren ahora los aumentos de precios aún para seguir de pie un concierto en esa catedral de la cultura.

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