El sistema penitenciario individualiza, la escritura circula

por Maia Kiszkiewicz

El arte se despliega en un doble movimiento: existe en el mundo a la vez que reflexiona sobre el mundo. Tiene la capacidad de combinar teoría y práctica, y la posibilidad de aumentar su potencia al ser contextualizado. Las palabras, mueven. Lo dijo el escritor, director y guionista argentino, Santiago Loza: “No soy bueno discutiendo en voz alta, pero puedo escribir palabras como lanzas, como cuchillos, como balas. Las palabras como armas para dar una pelea hacia otros, hacia mí, hacia nada”.

La escritura es, en sí, movimiento. “Se escribe con el cuerpo —definió la escritora y periodista argentina, Eugenia Almeida—. No se trata de una actividad mental. Se escribe con la espalda, las manos, la nuca, las piernas. No hay que olvidarse de eso: cada vez que hay escritura, es un cuerpo el que escribe”. Un cuerpo que puede habitar diversos contextos. Entre ellos, el encierro, que hace que “el cuerpo humano entre en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone. Una ´anatomía política´, que es igualmente una ´mecánica del poder´”, determinó el filósofo francés, Michel Foucault. Es esa misma mecánica la que necesita y fabrica cuerpos sometidos, ejercitados. Dóciles.

Parte de la estrategia de poder de la cárcel consiste en generar escasez y, a raíz de eso, enfrentamientos. Esta situación resulta difícil de paliar porque, ante la falta de insumos para la vida, muchas veces la única solución es esperar algún depósito que hace la familia. “Hay una gran escasez de recursos de todo tipo. También de actividades, recreación y formación”, cuenta, en comunicación con Periódico VAS, María José Rubín, una de las coordinadoras del Encuentro Nacional de Escritura en la Cárcel, evento que se organiza desde 2014 con la premisa de compartir experiencias entre grupos de todo el país que trabajan en contextos de encierro.

El encuentro es organizado por el Programa de Extensión en Cárceles, una red que reúne a las personas que realizan los talleres extracurriculares ofrecidos por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en los centros universitarios del programa UBA XXII. La novena edición del evento se realizó el 12 y 13 de octubre de este año. “La pandemia nos obligó a hacer uso de herramientas tecnológicas que resultaron interesantes y vamos a seguir explorándolas. En 2023 se cumplen diez años del Encuentro y queremos hacer algo que esté a la altura”, dice María José Rubín y celebra que por primera vez se hayan realizado videollamadas durante el evento. Gracias a eso, fue posible escuchar a algunas de las personas que habitan, construyen, estudian y producen en las universidades desde la cárcel. “Antes era difícil contar con su presencia. Les nombrábamos o llevábamos sus fotos. Después hacíamos otros encuentros con elles. Pero pedir permisos de salida implicaba una serie de trámites muy largos que se volvieron prácticamente imposibles. Una vez, por ejemplo, hicimos todo y a último momento nos dijeron que no había vehículo para transportarles hasta el encuentro”, cuenta la coordinadora.

¿Por qué trabajar la escritura en las cárceles?

La escritura en la cárcel tiene un lugar muy importante, incluso desde antes de que la Universidad llegue ahí. Escribir es un modo fundamental para sobrellevar la vida en ese lugar: para acceder a una revisación médica, a cosas que tienen que ver con la causa, un taller, el trabajo. Y hay un aprendizaje de la persona en ese ámbito porque hay una escritura propia del espacio.

Que muchas veces conlleva palabras y términos muy específicos

Hay que conocer la palabra correcta y saber dirigir y manejar muy bien las sutilezas de ese lenguaje, que además tiene una temporalidad muy particular. Acá, afuera, es difícil que lo conozcamos porque hay muy pocos espacios que aún se manejan con esas palabras. Pero para dirigirse a un juez, por ejemplo, hay un solo modo. Y lo primero es redactar una nota. Eso es lo que funciona para acceder a instancias de ese sistema, que es total porque aloja la vida entera para elles. Y el trabajo con la escritura que proponemos desde lo pedagógico se encuentra o entrelaza con esos primeros modos de escritura que ya están funcionando cuando llegamos.
Por otra parte, las propuestas de escribir son en sentido amplio. Hay espacios que trabajan con foto, dibujo, mural. Lo importante es abrir espacios de creación. Y escribir esas narraciones, relatos y discursos, que son construcciones de cada persona, y permiten armar y fortalecer una trama social, solidaria y comunitaria. La escritura circula y une lo que las lógicas del sistema penitenciario tratan de disgregar, atomizar, individualizar. Tiene una potencia especial que tiene que ver con el testimonio, el sacar, alojar en algún lugar experiencias, vivencias que de esa manera toman otro estatuto. Algunas veces es tomar distancia del propio relato. Otras, comprometerse más con la palabra, con la historia. Una historia que aparece como individual y en la inscripción se hace colectiva. Y que es, también, pensamiento. Escribir permite pensar, comprender y desarrollar ideas relacionadas con las condiciones, en este caso de encarcelamiento: cómo funciona el espacio, qué estrategias se dan y cuáles se pueden dar en  la vida diaria.

Trabajar la escritura es, también, trabajar la escucha. De compañeres y de la voz propia.

Ahí se abren otras dimensiones relacionadas con los discursos que circulan socialmente. Porque muchas veces lo que se cuenta desde la cárcel puede oponerse fuertemente a lo que se cuenta sobre la cárcel. Hay discursos que se producen de manera hegemónica, se sostienen desde el sentido común, y son los mismos que, en general, están relacionados con el punitivismo, el pedido de mano dura, condenas más largas, baja de la edad de imputabilidad. Entonces la escritura y la circulación de la escritura desde la cárcel también produce conocimiento y saberes que, en el horizonte de nuestras prácticas, sería fundamental que participen en el diálogo democrático. Que no sigan siendo lo silenciados, invisibilizados y lo ocultos que son hoy.
También el reconocerse en la escritura. Yo coordino un taller que produce revistas. Y antes de llegar a la publicación hay un apropiarse de la historia personal, escribirla en términos propios, que no sean los determinados por las ideas que normalmente circulan en la prensa concentrada, en el mismo sistema judicial y penitenciario que nombra constantemente a esas personas en términos individuales y de culpabilización y condena. Ahí hay una revolución: contar la historia desde otro lado. Y hacerlo sin los aspectos moralizantes, no se trata de redimir los actos del pasado o quedar impune. Esa imagen aparece seguido: las personas que ya están encarceladas siguen siendo sujeto, casi objeto, de señalamiento y reproche permanente. Y eso trae una dificultad importante para entender qué derechos son los que efectivamente se ven afectados por la privación de la libertad. Que, en principio, debería ser sólo el derecho de la libre circulación. Pero por las condiciones de las cárceles en Argentina y del sistema general, nunca es así. Hay más derechos coartados sobre poblaciones que, incluso, muchas veces son vulnerables desde antes del encarcelamiento.
Después de todo ese trabajo, cuando sale la publicación, está el reconocerse en lo producido.

La escritora Margaret Atwood dijo: “Una palabra, tras otra palabra, tras otra palabra, es poder” ¿Qué pensás de eso y cómo trabajan esta relación política entre la palabra, la escritura, y el poder?

En relación con el poder, lo clave es la capacidad de organizarse. La cárcel es un ámbito que atomiza activamente. No es un efecto colateral. El sistema enfrenta a los sujetos, es la forma que tiene de gobernar a la población. Ante eso, tratamos de proponer organización y trabajo colectivo. Es muy difícil, sino, hacerle frente a un sistema tan grande. Además, de esa manera los saberes que se tejen a lo largo de los años, se sostienen, transfieren y mejoran, si hace falta. Y ahí la escritura y la palabra cumplen una función clave. En la transmisión y como pensamiento que permite que la organización sea posible. Y porque de alguna manera, también, es la base de esa trama social, comunitaria, solidaria, que hace a las posibilidades de mejorar o paliar los daños del encierro.

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