Festival Internacional de Danza x la Identidad

El arte como resistencia

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El Festival Internacional Danza x la Identidad surgió en 2015 ante una necesidad creciente de Yamila Cruz Valla, Gestora Cultural especializada en Danza, Coreógrafa, Bailarina y Profesora, de construir un espacio de posicionamiento político, especialmente en lo que respecta a derechos humanos, desde sector de la danza.
Ella, nieta de Haroldo Logiurato -referente político de Argentina, desaparecido en 1977 durante la última Dictadura cívico-eclesiástica- militar de Argentina-, había realizado una obra en homenaje a su abuelo tomando cartas escritas por su abuela cuando aún estaba el plan CONINTES. “Armé una obra que contaba por qué luchaban y militaban algunas personas desaparecidas. Y, al hacer giras, me encontré con otras personas que también estaban creando contenido relacionado a la memoria y a los derechos humanos”, cuenta Yamila y explica que eso la motivó a generar un espacio que contenga y aúne a todas esas propuestas. Algo que, en realidad, otras artes ya estaban haciendo. El teatro, por ejemplo, con Teatro por la Identidad acompañaba y acompaña las luchas de las Abuelas de Plaza de Mayo. “Así que decidí ir hacia lo que nos faltaba: un festival de danza. Ahora lo tenemos. Lo que nos sigue faltando son 300 nietos y nietas que no han recuperado su identidad”, dice Yamila y deja ver que sigue vigente aquello que la motivó a crear este espacio en el que confluyen diferentes colectivos que entienden que la danza es una herramienta de posicionamiento político.


El Festival, que este año llegó a su séptima edición presentándose el 24 de septiembre en el Centro Cultural Kirchner y el 6 y 7 de octubre en el Centro Provincial de las Artes Teatro Argentino de La Plata, busca aportar a la construcción de una sociedad comprometida y sensible con su historia, a la vez que valora la danza su constitución diversa reflejo del pueblo plural. Para eso, las propuestas que se presentan trabajan, de manera diversa, temáticas relacionadas a los derechos humanos.
El resultado de esta búsqueda es un espacio en el que cuerpos, comunicación y memoria confluyen, organizados y diversos, para gritar que no queremos más órdenes políticos que intenten opacar de manera violenta las indagaciones poéticas. “El festival es un no a lo hegemónico, un no a una única forma de concebir la danza y los cuerpos que bailan, no a una sola manera de concebir el arte. Somos plurales y convivimos a diario con esa pluralidad y esa diversidad que es hermosa. Somos una gran convivencia. Aunque haya pequeños sectores con gran poder económico que intentan masacrar nuestra voz artística. Este festival es, también, un acto de resistencia frente a eso”.

Entre 2017 y 2018 no se pudo hacer el festival por el contexto socioeconómico desfavorable por el cual atravesaba la Argentina y el resto de los países latinoamericanos. ¿Qué pasa ahora? ¿Cómo sentís esta relación entre el festival y la coyuntura en este contexto electoral argentino?

Lo que pasó en 2017 y 2018 fue que el contexto resultaba poco inspirador. En 2016 lo tuve que sostener sola, con el apoyo de Abuelas, pero sin ningún subsidio. Sin embargo, después, lo que pasó fue más allá de lo económico. Realmente no podía seguir.
Es que la derecha tiene muy claro que su modo de concebir el mundo es de una única manera. Y, en eso, hay un arte que consideran válido y otro no. La dictadura militar también marcó una única manera de hacer. Fuera de ese formato eras un peligro para la sociedad. Y eso se mete en todos los rincones de nuestro quehacer cotidiano. Borran nuestras costumbres, quieren que creamos que hay una única manera de entender el mundo, una única verdad. Y nosotros, nosotras, por nuestra parte, queremos convivir en la diversidad y vivir felices.
Con algunos discursos no se puede.

Hay, todavía, discursos negacionistas, violentos en su contenido y en su modo. Hay personas que se consideran apolíticas. ¿Te parece importante que quienes producen cultura sean conscientes de la historia argentina y su posición política?

Muchísimo. El tema es que esas personas que dicen ser apolíticas no se dan cuenta de que están construyendo política. Cuando uno hace una coreografía, por más que diga que es abstracta, hay decisiones políticas. Si decidís que cada persona de las que están sobre el escenario tenga un momento de protagonismo, o si optás por que haya una sola bailarina adelante y el resto sostenga la escena, o cuando una trabajás con cuerpos no hegemónicos, todo eso es política. Del mismo modo aparece la política en cada decisión que tomamos en la vida, aunque muchas veces pase desapercibido.
Y en el sector de la danza muchos dicen ser apolíticos. No son la mayoría, pero los hay. Entonces, especialmente por eso, es importante tener espacios para escucharnos y dialogar. Eso también es parte de un festival.

Y en esas grupalidades que se generan desde la palabra aparecen las luchas, también políticas. En este momento, por ejemplo, la búsqueda por la Ley Nacional de Danza.

Que ojalá se apruebe pronto porque sería un gran reconocimiento a la labor, a la diversidad de géneros de la danza, a nuestro trabajo remunerado, organizado. Y es una deuda muy pendiente que tiene el Estado con el sector.
La Ley, por un lado, y por otro también sería bueno que los espacios de decisión en el Estado que tengan que ver con la danza sean ocupados por mujeres o disidencias porque la mayoría del sector está constituido por mujeres y disidencias.

De alguna manera todo esto, que se relaciona con los derechos humanos, está representado en el Festival. Ustedes hacen una convocatoria para que se presenten obras, ¿cómo es el proceso de selección?

Porque pensamos a los derechos humanos en relación con la identidad, la diversidad de géneros, los pueblos originarios, la discapacidad. Y las propuestas pueden representar diversas temáticas, siempre que sea desde una perspectiva de derechos humanos. Una de las últimas que se sumó fue el ambiente, pensado desde las prácticas de cuidado.

El respeto por la diversidad aparece no solo en el contenido sino también en la forma, ¿no?

Sí, por varios motivos. En principio porque nuestro pueblo argentino es plural. Pero también porque se suman propuestas de otros países. Eso es interesante porque demuestran que hay un conocimiento internacional de la lucha de las abuelas, de lo que pasó acá en Argentina. Y, además, claro, hay países hermanos que también vivieron dictaduras militares y producen obras que desarrollan estas temáticas.
Más allá de eso, el festival no es excluyente. Esto quiere decir que también hay personas que quieren estar para apoyar la lucha de Abuelas, porque sabemos que son un ejemplo. Así que también aparecen temáticas más abstractas que vienen bien en la programación porque todo lo que tiene un contenido tan directo puede resultar mucho cuando está todo junto.

Pienso, en definitiva, que la danza es un lenguaje poético, un modo de ser y posicionarse en el mundo.

Desde ahí producimos. La poesía tiene la capacidad de tocar lo sensible. Cómo vibra la música, un movimiento, la forma en que se pronuncia una palabra. Nos acercamos desde lo amoroso para contar y transmitir historias, luchas, ganancias, pérdidas, las injusticias que hemos vivido. Transmitimos, así, un legado. Para no perder la memoria, aprender, no repetir, tener instrumentos y herramientas para reflexionar y tomar decisiones que lleven a que la vida sea con todos y con todas. No queremos excluidos. Ni en el festival ni en la danza ni en el mundo.

Fotos: Vinicius Taborga CCK

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