Hace 400 años en Buenos Aires

NAVIDAD DEL AÑO 1631

Gobernación del Río de la Plata. En la navidad de 1631 llegan dos bajeles con soldadesca y pertrechos al puerto del Buen Ayre. Fondean en el pozo de La Merced; y desembarca, en carreta rústica de pescadores pero con cierta solemnidad, Pedro Esteban Dávila. Lleva en el pecho la cruz de Santiago, una …capa manchega a pesar del estío, sombrero de plumas azules, y lo acompañan su hijo Pedro Dávila Enríquez y guardias con espadas y venablos entonando villancicos en el fondo de la carreta. Pedro Esteban Dávila, hijo natural y resentido del tercer marqués de las Navas y quinto conde del Risco, es el nuevo gobernador del Río de la Plata. Cumplirá puntualmente su mandato de seis años y huirá -odiado por la mayoría de la población- rico, más gordo, asustado y sin solemnidades, durante la madrugada de la navidad de 1637 para evitar un controvertido juicio de residencia impulsado por el obispo Aresti. (…)

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Dávila, que había abrazado la carrera militar para ganar prestigio y servido en Flandes, fue enviado por la Corona a estas tierras para desbaratar una posible invasión holandesa. Hasta entonces, la defensa de la Aldea se hacía con la soldadesca del Fuerte, que servía también de policía, y con los vecinos, que a cambio de sus derechos tenían la obligación de presentar armas y recibir instrucción militar. El problema era lo reducida de esta fuerza. Había cada vez menos vecinos. ¿Por qué había menos? La condición de vecino significaba entonces ser propietario y tener morada fija en la Aldea. Requisitos difíciles de cumplir: primero, por la exclusión económica y social que generaba el contrabando; y segundo, porque el derecho a la propiedad de la tierra sólo se daba por lazos de sangre con los descendientes de los fundadores, o tras prolongada residencia, solvencia, y aprobación del Cabildo. Estos dos factores explican el desolado aspecto de la aldea: apenas un racimo de casas entre los numerosos baldíos y taperas dejados por los que emigraban. Conclusión. Había pocos vecinos para la defensa. La tropa española venía a suplir ese defecto, pero no alcanzaba. ¿Qué hacer?
El Consejo de Indias ya había evaluado y resuelto el problema: el Fuerte se reconstruiría para convertirse -además de fortaleza- en presidio. Las cárceles eran (y aún siguen siéndolo) lugares muy aptos para reclutar soldados en caso de contienda. Y Trinidad y el puerto del Buen Ayre eran muy aptos para llenar las cárceles. Había aventureros, campesinos arruinados, tahúres y proxenetas, marinería ociosa, pendencieros y ladrones, mestizos, criollos de hacer revueltas, advenedizos al paso. (…)

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En 1632, las obras del presidio avanzan y las cárceles empiezan a llenarse. Pedro Esteban Dávila está cumpliendo la misión ordenada por el Consejo de Indias, pero también tiene sus propios intereses. Es un hombre metódico y consecuente, irascible y orgulloso, que resentido por no ser noble practica (tal vez para parecerlo) los peores vicios de la nobleza: la codicia, la gula, el despotismo, y la sexualidad perversa. Ronda la cincuentena, le queda poco tiempo para medrar, se dice. Por eso desde que llega a la aldea va directo a lo suyo. Esteban Dávila entabla amistad con Juan Vergara, Sebastián Orduña, Pedro de Rojas Acevedo, Marcos Sequeyra, y Pedro Sánchez Garzón, todos miembros de la rancia elite porteña dedicada al contrabando de esclavos. Surge entonces un pacto innominado. El gobernador Dávila distribuye cargos públicos y tierras entre todos ellos, y además, provee la seguridad y el orden: la represión y el presidio para sostener la tremenda inequidad social y económica de la aldea. Todo a cambio de la codiciada plata potosina y el secreto de su participación. El tráfico negrero no pasa por Buenos Aires sino por los puertos clandestinos de Sebastián Orduña sobre el río Luján. Los esclavos hacen “invernada” en las estancias de los contrabandistas, y son enviados a Potosí por una ruta alternativa sorteando la aduana de Córdoba. No hay registros, todo ocurre con absoluta impunidad y es un secreto a voces. Nadie se opone a un gobernador tan entusiasta por llenar las cárceles, tan despiadado es que ha ordenado la pena de muerte a los cuatreros y cien azotes públicos en el Rollo de la Justicia a la india o esclava que arroje basura en la calle. Dávila reside, mientras duran las obras del Fuerte y Presidio, en la casa de Pedro Sánchez Garzón a quien nombra capitán de infantería del presidio. La casa -ubicada en la actual esquina de Rivadavia y Reconquista, ocupada hoy por el Banco de la Nación Argentina- es de ladrillo y tejas, tiene dos patios, caballeriza al fondo, y está atendida por cinco esclavos. Es uno de los salones más frecuentados por la elite porteña. Allí conoce Dávila a las pupilas del Baño de la Virgen y queda prendado de todas ellas, muy especialmente de Isabel Navarro (la prometida de Antonio Calderón), de la ardiente viuda doña Margarita Carabajal, y de María Guzmán Coronado, una rubia de veintitrés años, caderas amplias, piel nívea, raros pezones color canela y ojos glaucos. (…)

Gabriel Luna

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