Ilustro para no olvidar: un reclamo en forma de arte

por Maia Kiszkiewicz

Luego de varios meses de caminar la ciudad, Natalia Karbabian notó una enorme baja del patrimonio arquitectónico y un incremento en la construcción de altura en barrios que solían lucir casas bajas. Para ella, que es arquitecta, la pérdida, en construcción y calidad de vida urbana, es notoria y dolorosa. “Vi como demolían la esquina de Olazábal y Vidal. Eso me interpeló, me atravesó, y esa misma noche empecé a ilustrar las demoliciones de identidad”, cuenta Natalia, en comunicación con Periódico VAS.

Su trabajo resulta en un registro que honra la arquitectura y documenta las pérdidas en la ciudad de Buenos Aires. “Surge por una pulsión interna, por la necesidad de contar, de forma ilustrada, la impotencia y el dolor al ver la caída del patrimonio”, explica la arquitecta y creadora de Ilustro para no olvidar.

En julio de 2022, Natalia abrió un Instagram para compartir su proyecto: Ilustro para no olvidar (@ilustroparanoolvidar) • Fotos y videos de Instagram.

“A veces me quedo a la noche, cuando se duermen mis hijes, y miro mis ilustraciones. Me dan ganas de llorar. Son hermosas. Algunas casas tenían movimientos que eran como música congelada. Otras veces descubro lotes y me parte al medio que a las casas antiguas directamente las vendan como lote o terreno”, dice la artista.

Hacés arte para honrar obras de arte que ya no están.

El arte es una manifestación y un canal de salvación, libertad y resguardo. Se unen los mundos y se traduce en forma artística. Ilustro para no olvidar es un reclamo en forma de arte. Es un dualismo constante, un encuentro de emociones. Es como la sombra y la luz danzando todo el tiempo.

¿Por qué elegiste la ilustración para mostrar lo que te interpelaba?

Una vez leí que la ternura es revolucionaria. Y la ilustración tiene algo de suave, poético. Es una forma un tanto amable de manifestar una realidad cruda. Hay muchas bajas en un tiempo récord. Es desesperante.
Además, ilustrar la arquitectura es repasar cada línea que constituyó el proyecto original que ya no está. Lo que pensó ese arquitecto, ingeniero, constructor que vino de Italia, o los arquitectos parisinos que acá fueron super contratados. Entonces, es una forma de honrar.

¿Cómo se relacionan la identidad barrial con las pérdidas arquitectónicas?

En esos lugares que ya no están sucedieron las historias y lo que perdura en la experiencia de cada vida. Por ejemplo, Virrey 3188 fue una casa donada en 1988 al Gobierno de la Ciudad para destinarse a la educación pública primaria. Pero el Gobierno de la Ciudad la subastó en 2020 y en 2022 se demolió.
Ilustré esa casa, la compartí y apareció alguien que conoció a Chela, que se crio en esa casa y cuidó a una de las tres hermanas hizo la donación. Apareció, también, un chico que dice que no puede pasar por el lugar de su infancia porque su vivienda ya no está.
Alrededor de cada casa se construyen relatos de identidad, registro, barrio, pertenencia. La ciudad, o los pueblos, son proyecciones de nuestros procesos y deseos. Cuando se arrebatan y permiten estas cuestiones, es muy doloroso. Como persona, dejás de identificarte con la cuadra, los recuerdos. Una chica me decía que en Moldes y Cramer tiraron abajo su escuela, ahora hay un edificio. Ella no pasa por ahí. No puede verlo.
Obvio, las transformaciones suceden. Pero cuando son de este tipo tan voraz impacta de forma directa en la identidad. Porque lo que desaparece son las arquitecturas que cuentan historias. Una mujer me dijo que, desde que vio el cartel de demolición, no pasó más por la cuadra de su antigua casa. Pero que vio mi ilustración y, para ella, fue como revivirla, honrarla. Fue una caricia.

Por ejemplo, de la de la casa azul de Ortuzar, cuando la compartiste en Instagram te escribieron personas que la habitaron. Una señora contó que la casa fue su hogar por 22 años y que sus tres hijos nacieron ahí.

La casa de Ortuzar fue un hito inesperado. Con mi hermana vivimos un tiempo en ese barrio, y la casa azul era punto de encuentro porque ella vivía al lado. Y, si bien patrimonialmente no implica una pérdida severa, es un terreno que va a dar lugar a un edificio de altura. Saberlo fue un dolor. Y la ilustré, la compartí, etiqueté a mi hermana y al movimiento del barrio de Ortuzar. Y apareció la familia que la construyó, me contó que antes fue la quinta de Ortuzar, me compartió cómo fueron los inicios, quién vivió después. Hasta Cerati estuvo involucrado en esa casa. Y la madre que iba a merendar.

¿Cómo se relaciona esta situación con la calidad de vida?

Generalmente, cuando se demuele una casa se construye un edificio. El otro día fuimos, con mis hijes, a comprar un cuadro por Belgrano. Buscábamos sol en una cuadra. No había. Levantamos la cabeza y nos dimos cuenta de que era una sucesión de edificios altos. Eso impacta en la calidad de vida de las personas porque modifica la forma y el tiempo en que el sol llega a cada departamento. Afecta, también, a la visual, a los árboles que crecen en la cuadra. Hay un impacto sensible que a veces no se percibe, pero ese aire, sol, lo que ves cuándo caminás, es diferente.
No es lo mismo pasar por calles con casas bajas que por una sucesión de edificios sin escalas, sin ritmos interrumpidos en altura.

En Cramer 2758 ya no está ni el árbol.

Ilustrar esa secuencia fue fuerte. Habían talado la casa y el árbol. No sé en qué condiciones estaba el árbol. Pero hoy me encontré, en la calle Conde, con la tala de uno que estaba en perfecto estado. Nos pusimos mal, mi hija le preguntó a los chicos que estaban trabajando por qué lo hacían y dijeron que era una orden de la comuna porque las raíces molestaban en la vereda. Es decir, sacan árboles porque mantenerlos es más laburo.
El otro día me reía, llorando por dentro, porque los vecinos de Ortuzar compartieron que en la plaza pusieron árboles falsos, de mentira. Impacta.
Lo que yo hago es un registro, una traducción ilustrada, un diario de lo que observo en pérdida de identidad y patrimonial. A eso se le suman las historias de vida y relatos que se entrecruzan con ese patrimonio que ya no está.

¿Esperabas que tenga esa repercusión?

Para nada. Surgió por un movimiento interno, una necesidad. Ni me imaginaba abrir una cuenta especialmente para esto. Pero era algo que quería contar porque ya no aguantaba pasar callada, ver cómo tiraban Olazábal y Vidal e irme a casa. Entonces reventé en forma de honra y registro. Y se fueron sumando voces que me pasaron datos de carteles y lugares de demolición, apareció Basta de Demoler Buenos Aires, y yo empecé a nadar en la red.

¿Sentís que tu arte es transformador, que la persona que ve lo que hacés después camina por la calle con más predisposición a notar estas destrucciones?

Es una manera de concientizar.
Cuando se demuele una casa, pasa un tiempo y la mente lo registra diferente. Pero con la ilustración pasa otra cosa. Aparece el antes y el después. De hecho, me dan ganas de proyectar en imagen la ilustración en el lugar en el que estaba antes la casa. A modo de honra.
Pero resta esperar para ver cómo se retroalimenta el proyecto. Por mi parte, hago todo a pulmón, por eso armé un cafecito. Ahí, además de colaborar para que pueda dedicarme a este proyecto y crear, está toda la galería de lo que documenté. A la persona que aporta, suelo enviarle una ilustración en forma de agradecimiento. Y la idea, a futuro, es que todo se plasme en un libro.

Foto: Télam

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