«La batalla de los ausentes»

por Héctor Puyo

Cada visita del grupo español La Zaranda, que presenta «La batalla de los ausentes» en el porteño Teatro Regio, con los habituales Paco de La Zaranda como actor y director y Eugenio Calonge como autor del texto, es un acontecimiento seguido por un público adicto que fue incrementándose con el correr de los años y sus espectáculos desde 1985 y con el fundado temor de que algún día su fiesta teatral termine.

Según sus responsables, la pieza es «una metáfora de la vida como combate, en donde los tres actores clásicos de La Zaranda, su núcleo duro, son los restos de un ejército en desbandada, en esta guerra sin cuartel que dura ya más de 40 años».

Como sucede con los grandes creadores, la temática suele rodar los mismos designios y está expresada con métodos reconocibles que se van redondeando con los años, aunque esos años también redunden en la apariencia de sus intérpretes, que andaban cerca de los 40 cuando aterrizaron en Buenos Aires por primera vez.

En «La batalla de los ausentes», Paco de la Zaranda (Francisco Sánchez), Gaspar Campuzano y Enrique Bustos afirman homenajear de modo poético a personajes «que más que son, fueron; sobrevivientes de una guerra que nadie recuerda, por más que no cejen en su intento vano de ganar una batalla contra el olvido, magnificando aquellas escaramuzas, meras efemérides que a nadie interesan».

Y cumplen su ceremonia habitual, parecida y distinta a las anteriores, con sus recursos de bella decadencia, figuras que bordean lo onírico y guardan inevitables referencias a la historia de España -aunque intenten negarlo llamándose ahora «teatro inestable de ninguna parte»-, con sus figuras decadentes como muñecos de estropajo y sus voces potentes, aunque devastadas como las de antiguos pregoneros de pueblo o payasos de circo.

Es cierto que el acento andaluz dificulta por momento discernir sus palabras pero nunca como en esta oportunidad la sensación de declinación estuvo tan presente, sobre todo porque el tema principal es la muerte, algo tan hispano como las figuras de Francisco de Goya o los asesinatos de Francisco Franco, elementos que Paco de La Zaranda rechazó en la entrevista concedida a esta agencia días pasados.

Dijo el actor y director: «Cada trabajo lo consideramos un ser vivo y es en su declive, es decir, en su muerte, que resucita en una obra nueva. Y más que al fondo del espíritu español van dirigida al fondo del espíritu humano, en cualquiera de ellas encontrará pasión, humanidad y emoción. De las referencias que menciona solo entiendo la de la muerte, no importa de quién o de qué, y en ‘La batalla…’ lo que persiste es el espíritu creativo, la búsqueda de una poética trascendente sin perder la cotidianidad, la encarnación de textos en situaciones teatrales y la plasmación de personajes vivos».

España le pesa al grupo, aunque no lo reconozca y no haya citas explícitas a una religión que la marcó a través de los siglos.

Por más que desee ser «de ninguna parte», La Zaranda es, en toda su grandeza, en toda su teatralidad, en su imagen, inevitablemente andaluza e inevitablemente española. Aun en su lucha quijotesca contra una realidad que se refleja en escena con elementos corpóreos rotosos y tristes, con elementos que pueden ser el sostén de una lámpara eléctrica o un cadalso, o un tabladillo que se transforma en una trampa para ocultarse o desaparecer.

Locos del teatro, de la simulación, de la transformación del juego en una de las bellas artes, aislados del mundo en su refugio creativo de Jerez de la Frontera, los miembros de La Zaranda salen a la luz para mostrar un universo cada vez más apocalíptico, aun presente en ciertos destellos de humor que se parecen a la desesperación.

Por eso cada uno de sus espectáculos viene dando la sensación de ser el último: ¿hasta dónde se puede insistir con la desolación, sobre todo cuando por razones etarias las propias vidas entran en un tobogán inevitable? ¿Hasta dónde se puede insistir con esa creatividad que se resiste a perder energías y seguir construyendo esos personajes siempre al borde del descalabro?

Muchas veces el público puede preguntarse «¿y ahora qué?» tras una obra magna de un artista que viene superándose, como si ya lo hubiera dicho todo y de la mejor manera. Con La Zaranda, que ofreció destellos inolvidables en «Homenaje a los malditos» (2004), «Los que ríen los últimos» (2006) o «El régimen del pienso» (2012) -entre otras, que encandilan aun siendo trabajos de acumulación-, a partir de «La batalla de los ausentes» la pregunta pertinente puede tener su variante: «¿y después qué?».

«La batalla de los ausentes» es una coproducción del Teatre Romea de Barcelona con La Zaranda y tiene texto de Eusebio Calonge, espacio escénico de Paco de La Zaranda, vestuario de Encarnación Sancho y Morgan Surplus, efectos militares y ayudantía de dirección de Andrea Delicado, sonido de Torsten Weber, fotografía y cartel original de Víctor Iglesias, producción artística de Eduardo Martínez y en la Argentina realización de objetos de Ariel Vaccaro, coordinación técnica de Alberto López Sierra, producción ejecutiva de Luciano Greco y producción general de Sebastián Blutrach.

Se ofrece en el Teatro Regio, en Córdoba 6056,  de miércoles a domingos a las 20, hasta el 28 de agosto.

Foto/ Fuente: Télam

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