La Buenos Aires de Julio Cortázar

por Federico Coguzza

Parte II

A 107 años de su nacimiento, recordar a Julio Cortázar no es solo celebrar su literatura sino también revisitar los lugares de la ciudad en los que encontró inspiración para que la maravilla sea posible. Esa en la que fantasía y realidad son una misma.

Cafetería London City

Fundada el 28 de septiembre de 1954 y declarado Bar Notable en el año 2000, la Confitería London City, ubicada en Avenida de Mayo y Perú, fue el lugar elegido por Cortázar para escribir la novela Los Premios (1960). Sobre la misma y en una hermosa entrevista realizada por el periodista Joaquín Soler Serrano para La 2 de la televisión española, y que el Canal Encuentro rescató, Cortázar afirmó “Mira, la impresión que yo guardo de Los Premios es una impresión de gran cariño personal porque fue una tentativa para mí muy difícil. Porque cuando me vino la idea de Los Premios se me planteó una duda de tipo técnico: es que yo sería capaz de manejar un relato novelesco con 18 personajes dándoles una cierta coherencia, que no fuesen muñecos, sino que vivan sus episodios. Entonces la escribí de manera experimental, tanteándome a mí mismo, viendo hasta donde podía llegar, y al mismo tiempo atrapado por la situación”.

Los Premios fue la primera novela del escritor, la que antecede nada más y nada menos que a Rayuela (1963). A continuación, compartimos algunos fragmentos de la misma en donde el autor da cuenta de este bar, en el que durante mucho tiempo una mesa con un cuaderno y una birome, el cenicero infaltable y una silla vacía homenajeaban su ausente presencia.

Todo esto llevó su tiempo porque en el London no es fácil levantarse y cambiar de sitio sin provocar notoria iracundia en el personal de servicio”.

No era fácil conversar a esa hora en que todo el mundo tenía sed y se metía en el London como con calzador, sacrificando la última bocanada de oxígeno por la dudosa compensación de un medio litro o un Indian Tonic”.

Las sillas del London eran particularmente incómodas, pretendían sostener el cuerpo en una vertical implacable”.

Casi vacío, el London tomaba un aire de ocho de la mañana que la caída de la noche y estrépito en la calle desmentían extrañamente”.

Luna Park

Es verano en Saignon, Francia. Corre el año 1972 y los tocayos, Cortázar y Silva, emulan una suerte de pelea de box sin ring, ni tribunas, ni público. El escritor y su amigo escultor son retratados por Carol Dunlop. Las imágenes serán parte de El último combate, un libro en el que se aglutinan las colaboraciones de ambos en cada una de sus obras. Un homenaje a su amistad. Y también al box.

El 14 de septiembre de 1923, Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey protagonizaron la Pelea del Siglo en el Polo Grounds de Nueva York. Ese día, Julio Cortázar descubrió la radio y también el boxeo. En el cuento “Circe”, del libro La vuelta al día en ochenta mundos, recordó: “Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada melancolía casi colonial”. En esa línea, se puede recordar también “La Noche de Mantequilla”, un cuento que se sitúa en París mientras Carlos Monzón y José “Mantequilla” Nápoles se disputaban el título mundial.

Tal fue su fanatismo por el box que en una oportunidad afirmó: “A mí, me parece un enfrentamiento muy honesto, muy noble. A mí, me interesa el enfrentamiento de dos técnicas, dos estilos. La habilidad de vencer siendo a veces, incluso, el más débil. En el ring, de alguna manera, el hombre resuelve su existencia con sus propias cualidades. Ahí arriba, no hay nadie que pueda salvarlo, ayudarlo, rescatarlo. Su vida depende de sus recursos, de sus ganchos, de sus jabs”.

Como ferviente seguidor del boxeo, el Luna Park fue uno de los lugares que más frecuentó para despuntar el vicio. Lo hizo según sus propias palabras “con un libro debajo del brazo, con cierta actitud esteta”. Quizás los años y las peleas en el recinto de Corrientes y Bouchard le hayan permitido llegar a la siguiente reflexión: “El buen cuentista es un boxeador muy astuto y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando en realidad están minando ya las resistencias más sólidas del adversario. El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene como aliado al tiempo, su único recurso es trabajar en la profundidad”.

 

 

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