La Dinastía Caputo
La magia del poder, el oro y las sombras
por Juan Pablo Costa
@juanpcostaok
La gestión del poder no es para cualquiera. Tener poder es como estar en el centro de una tormenta, con presiones tan diversas como simultáneas. Pero hay una familia que desde hace muchos años está en el centro del poder político y económico: los Caputo. Y son muchos, tantos, que más que una familia parece una bestia mitológica con muchas caras.
Esta nota intentará bucear sobre la historia y el presente de la familia Caputo. No será una tarea fácil. Los miembros de esta familia son muchos y diversos, y sus intereses no son siempre unívocos. El inicio del clan Caputo puede ubicarse en el año 1938, cuando Nicolás Caputo funda la constructora Nicolás Caputo Sociedad Anónima de Edificación. Allí comienza una prolífera intervención en distintos rubros económicos, fundamentalmente en obra pública.
El hermano de la vida
Comencemos por el más rico de los Caputo: Nicolás Nicky Caputo, empresario multifacético, “hermano de la vida” del ex presidente Mauricio Macri, y nieto del fundador del grupo. Inicialmente, el desarrollo de Nicky estuvo vinculado fuertemente a la obra pública. Durante los 90′, sus empresas construyeron el casino Trilenium, la planta impresora del diario La Nación, y el shopping Abasto en la Ciudad de Buenos Aires.
En ese período, el Grupo Caputo comenzó un proceso de diversificación, creando Mirgor SACIFIA, su nave insignia. Con Mirgor desembarcó en el mundo industrial, produciendo aires acondicionados para automotores, especialmente para los de Sevel Argentina, empresa de SOCMA, propiedad de Franco Macri. El vínculo con la familia Macri no termina allí dado que Mauricio ocupó el lugar de director de Mirgor. Cuando en 1994 Mirgor comenzó a cotizar en bolsa, el 50% de la propiedad de la empresa era de los hermanos Nicolás, José Luis, Jorge Antonio y Mónica. El otro 50% pertenecía a SOCMA, la firma que heredaría Mauricio.
A partir de allí, el Grupo aumentó su diversificación, desembarcando en el sector de línea blanca y climatización de hogar. En 2009 Caputo compró Industria Austral de Tecnología S.A. (IATEC), y llegó a la fabricación de electrónica de consumo -fundamentalmente notebooks y celulares-, convirtiéndose en uno de los dos jugadores principales del rubro.
También, a partir de la victoria de su “hermano de la vida” Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires, Nicky Caputo se convirtió en un actor central de la obra pública a través de la empresa SES S.A., una subsidiaria del Grupo Caputo, que facturó más de 1.000 millones de pesos entre 2008 y 2015.
A igual que la familia de su amigo Mauricio, su firma se enriqueció a costa de la obra pública y de regímenes de promoción industrial. No sería la primera ni última vez que empresarios defensores del libre mercado amasen sus fortunas con el amparo y la ayuda del Estado.
El Messi de las finanzas
Otro protagonista del clan es el primo de Nicky: Luis Toto Caputo, actual ministro de Economía de Javier Milei, y ex ministro de Finanzas de Mauricio Macri. Lejos de la economía (en el sentido más amplio del término, es decir de la riqueza social y su distribución), Toto Caputo se desarrolló como jefe de trading para el banco de inversión JP Morgan, y luego pasó por el Deutsche Bank, Edenor y un organismo del Banco Mundial, antes de recalar en el gobierno macrista. La trayectoria de Luis Caputo incluye ser el artífice del proceso de endeudamiento argentino más vertiginoso del siglo. En tan sólo tres años “El Messi” de las Finanzas tomó deuda por aproximadamente 140 mil millones de dólares, 45 mil millones con el Fondo Monetario Internacional, y el resto con bonistas privados durante 2016 y 2017, llevando al país a insostenibles niveles de endeudamiento.
Dos hermanos de Luis: Hugo y Flavio, titulares de la sociedad Caputo Hermanos S.A. -según investigaciones periodísticas- amasaron una pequeña fortuna luego de estafar al socio con quien habían montado una mesa ilegal de dinero. Caputo Hermanos S.A. está sospechada de financiar con millones de pesos al grupo que operó bajo la denominación de “Revolución Federal” y al cual pertenecían los autores materiales del intento de magnicidio de la entonces vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
El Rasputín argentino
El tercer integrante de esta historia es Santiago Caputo, hijo del recientemente fallecido Claudio Caputo -que fue presidente del Colegio de Escribanos de la Ciudad de Buenos Aires-, y sobrino de Nicolás y Luis. El más joven de los Caputo es el poder en las sombras del gobierno de Javier Milei. Pertenece al primer anillo de confianza del presidente, allí donde sólo entra su hermana Karina.
Santiago Caputo estudió, aunque no terminó, Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires. Quienes lo conocen reconocen en él a una persona obsesionada por el poder y el espionaje. Su bajo perfil y su influencia creciente alimentan todo tipo de especulaciones, como la de ser el responsable de operar contra el ex jefe de gabinete Nicolás Posse, hasta lograr eyectarlo del Gobierno y quedarse con el manejo de la Inteligencia. Razones no faltan, con la renuncia de Posse también se reemplazó al titular de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) por Sergio Neiffert, un hombre sin experiencia en el rubro, pero muy amigo de la familia y, especialmente, de su padre Claudio. Una de las primeras medidas de Santiago Caputo fue disolver la AFI y reinstaurar la sombría Secretaría de Inteligencia del Estado, SIDE. También logró que el presidente autorizara una partida especial de gastos reservados -es decir, gastos que no deben rendir cuentas- por 100 mil millones de pesos, lo que implica un incremento presupuestario de más del 800%. Nada mal.
Cuando decimos que Santiago Caputo se mueve en las sombras lo decimos literalmente. Es uno de los hombres que acumula más poder en el Gobierno y, sin embargo, no es funcionario. A pesar de tener una oficina en Casa Rosada y acceso libre al despacho presidencial, el único vínculo formal que une a Santiago Caputo con el Gobierno es un contrato de locación de servicios como “asesor externo”, lo que lo dispensa de los controles, auditorías y declaraciones juradas a las que se ven sometidos todos los funcionarios. El sueño húmedo de la casta política.
El rey Midas
Pero volvamos a Luis Toto Caputo, el Messi de las finanzas y actual ministro de Economía del experimento “libertario”. Recientemente, y a partir de una denuncia de Sergio Palazzo, secretario general de la Asociación Bancaria, se conoció que el Banco Central está sacando del país lingotes de oro provenientes de sus reservas con destino incierto. El Gobierno confirmó la noticia pero, ante un pedido de acceso a la información pública, se negó a informar el destino, motivo y montos involucrados. El ministro Caputo, en una entrevista periodística, defendió la medida aduciendo que tener el oro en metálico no es “eficiente”, y que lo que se estaba haciendo es procurar que dichas reservas rindan un interés. Analicémoslo con más detalle.
Primero, es cierto que existe la operatoria de canjear oro por liquidez. La institución que lo realiza es el Banco Internacional de Pagos, una suerte de Banco de los bancos centrales, más conocido como Banco de Basilea, por la ciudad suiza donde tiene su sede. La operación consiste en un canje 1 a 1, es decir, si se entrega oro por el equivalente a, digamos, 500 millones de dólares, esa es la cifra que el banco entregará a cambio. Es decir que no es una “garantía” para obtener un crédito que permita apalancarse, sino que se parece más a un empeño.
Segundo, si bien es cierto que el oro metálico no rinde interés y, en cambio, las reservas líquidas pueden invertirse; el ministro omite deliberadamente decir que toda inversión implica un riesgo, que está relacionado con la rentabilidad. Es decir que para obtener un retorno apetecible hay que exponerse a un nivel de riesgo sustancial. La conclusión. No es sensato especular ni timbear con las reservas nacionales.
Tercero, parece una obviedad tener que decir que las reservas justamente tienen que cumplir el rol de reservas. Todo banco central tiene un nivel determinado de liquidez que utiliza para intervenir en el mercado de cambios, pagar importaciones, pagar deuda en divisas, sean intereses o amortización de capital. Pero el oro está allí, justamente, para respaldar al banco en contextos en los cuales, por el motivo que sea, ya no se disponga de liquidez.
Y cuarto, el timming. Esta operación se realiza de forma secreta, en un contexto donde cada vez es más evidente que la relativa estabilidad macroeconómica está atada con alambres, comenzando por la reversión del superávit comercial del primer semestre, y el inicio de un proceso cada vez más notable de caída en las reservas del Banco Central, agudizado por un atraso cambiario que despierta sospechas de devaluaciones cercanas.
La desconfianza, entonces, ante semejante medida es natural. Y más cuando el protagonista de semejante maniobra es un trader, el Messi de las finanzas, que, a esta altura, es como el anti-Midas. Si el rey mitológico convertía en oro todo lo que tocaba, el Toto deja una estela de deuda y pobreza.