La disputa por la Reserva Ecológica Norte

por Valeria Azerrat

A pocos años de su apertura, la Reserva Ecológica Ciudad Universitaria-Costanera Norte, un área natural de 23 hectáreas en la que conviven unas 800 especies de seres vivos y que es considerada como un reservorio de biodiversidad, enfrenta un conflicto ante la decisión inconsulta del Gobierno porteño de avanzar con obras que prevén la instalación de bares dentro del área protegida.

El espacio protegido fue creado por una ley en 2012, aunque su conformación recién tomó fuerza seis años más tarde bajo un esquema de manejo conjunto entre la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la gestión local para la preservación del sitio situado en la ribera del Río de la Plata, entre la desembocadura del arroyo White y el Parque de la Memoria.

En realidad, la extensa área se despliega sobre terrenos de relleno ganados al río en forma de península que lindan con la Ciudad Universitaria y conforma un corredor verde costero que abarca reservas urbanas que van desde Villa Elisa, en el sur del conurbano bonaerense, hasta San Isidro, municipio del norte, a lo largo de unos 100 kilómetros.

Por su ubicación, la Reserva es el escenario habitual de estudio de las y los estudiantes de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN), quienes, junto a docentes, investigadores e investigadoras, desarrollan actividades académicas en «un aula a cielo abierto» en la que pueden llevar a la práctica los conocimientos teóricos.

También recibe a visitantes que buscan un sitio de contemplación de la fauna y la flora presente en la Reserva y que suma más de 800 especies de seres vivos, de las cuales unas 500 corresponden a animales y las restantes a plantas, así como también a protistas y hongos, según un relevamiento del 2018 de la FCEN.

El grupo con mayor presencia son las aves -una especie considerada como indicadora de salud ambiental- entre las cuales están el martín pescador chico, el gavilán mixto y las gallaretas que habitan en los distintos ambientes con que cuenta la Reserva entre humedales, bosques y pastizales.

También hay coipos, cuis y roedores, y anfibios como ranas y sapos, unas 19 especies de peces de agua dulce que están en la zona del humedal interno, mariposas, escarabajos y caracoles.

La abundancia de flora está a la vista a través de 158 especies de plantas, de las cuales más de la mitad corresponde a nativas y entre las que aparecen con mayor cobertura la ligustrina, el paraíso, carda, tipa y durazno de agua.

La preservación de la Reserva está regulada por un «Plan de Gestión» acordado entre la UBA con el Gobierno porteño a implementarse entre 2021 y 2031, en un trabajo que también estipula la creación de instalaciones para las visitas que den soporte a los programas de educación e interpretación ambiental y permitan apreciar los valores de la Reserva.

Sobre este objetivo, la Secretaría porteña de Ambiente proyectó una serie de obras «de mejoras» a través de la incorporación de señalética, una bicisenda y nuevas construcciones como un centro de interpretación, un sector de sanitarios y «áreas de servicios» que podrían convertirse en locales de gastronomía dentro del área protegida.

Sin embargo, los actores sociales vinculados históricamente con el área natural y que provienen en su mayoría de la facultad de Ciencias Exactas y Naturales, pero también de Arquitectura y Urbanismo, y de organizaciones ambientalistas, denunciaron que las obras no fueron consensuadas ni consultadas y apuntaron, sobre todo, contra la instalación de restaurantes y bares.

Valeria Levi, vicedecana de Exactas y Naturales, consideró que «ciertas obras que el Gobierno de la Ciudad ha iniciado no están dentro del Plan de Gestión y ponen en riesgo el valor de la Reserva Ecológica como tal y pueden ser dañinas e irreversibles, por lo que estamos haciendo todo lo posible para que no se avancen con esas reformas».

«El Gobierno porteño tiene una mirada de la Reserva como un espacio similar a un parque en el que la gente puede ir a pasar el día frente al río y tomar algo en un bar, sin tener en cuenta la diversidad biológica», enfatizó.

Julián Santiago, estudiante, afirmó que «todas las construcciones planeadas contravienen, en letra o en espíritu, la ley de la Reserva ya que, por ejemplo, los locales de gastronomía atentan contra el área de protección natural y afectan un montón de maneras a la biodiversidad por la contaminación sonora que puede desconcertar a las especies y afectar su comportamiento».

Josefina Bueno, también estudiante e integrante de la Asamblea Por la Reserva, alertó que «las obras avanzan a toda velocidad» por lo que pidió a las autoridades del Rectorado de la UBA «el cese» de los trabajos porque «ponen en peligro el ecosistema».

Durante la última reunión del Consejo Superior de la UBA del jueves pasado, las autoridades de la casa de estudio informaron que mantuvieron «conversaciones con la Secretaría de Ambiente para que no se avance con las obras hasta que no haya un estudio de impacto ambiental».

Al respecto, el rector Ricardo Gelpi agregó que «no hay ninguna propuesta gastronómica concreta en la Reserva», tras lo cual aclaró que «si se hace algo, se seguirán las indicaciones de control ambiental sin dudas».

Por su parte, Roberto Bó – biólogo, investigador y docente de la UBA- aseguró que «una Reserva es un área de conservación y eso implica preservación, restauración y uso sustentable» y señaló que algunas de las acciones que se están realizando en la actualidad están más vinculadas a una «visión de un espacio verde urbano».

«Esta Reserva es particularmente biodiversa, cumple un montón de funciones y tiene una importancia de contribuir a conservar la biota nativa», explicó por lo que indicó la necesidad de dialogar para que cada uno de los actores, desde su expertise, haga sus aportes.

Julián Liparelli, responsable del programa socioambiental de la FCEN, coincidió en el análisis sobre un «potencial impacto negativo» a propósito de los dos locales de gastronomía, así como también advirtió que las otras edificaciones en ejecución para el centro de interpretación y los sanitarios «están mal porque están en una zona intangible en la cual no debería haber acción de personas».

Además, consideró que los cambios impulsados «ya tienen consecuencias» en el comportamiento de algunas de las especies que habitan en la zona costera al señalar que «en estos meses hubo 17 apariciones de yararás en el predio de la Ciudad Universitaria».

Fotos / Fuente: Télam

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